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CLAUSURA DE LA REUNIÓN PLENARIA
DEL SACRO COLEGIO CARDENALICIO

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 9 de noviembre de 1979

 

Venerables hermanos, miembros del Sacro Colegio:

1. "Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (Sal 132, 1).

Hay en la vida de la Iglesia circunstancias y momentos especiales en los que comprendemos más a fondo la belleza y la verdad de estas palabras. Las experimentamos durante los dos cónclaves que vivimos juntos el año pasado, en una experiencia única de nuestra vida consagrada a Cristo y al Pueblo de Dios. Y las hemos experimentado también en estos días, en toda su riqueza y suavidad interior, cuando nos hemos reunido en este primer encuentro histórico, que yo he deseado tanto y que vosotros habéis facilitado con vuestra presencia y colaboración. "Los hermanos unidos". Nos hemos sentido hermanos, unidos por el mismo vínculo de una misma misión: cuando hemos orado, en torno al altar junto a la tumba de Pedro, el lunes 5 de noviembre, por los hermanos del. Sacro Colegio que en gran parte estuvieron a nuestro lado el año pasado y a quienes el Señor ha llamado a Sí; cuando nos hemos reunido en esta aula, donde se sentía aquel único deseo que nos apremia a todos "para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" (Ef 4, 12 s.).

Y nos sentimos hermanos especialmente hoy, en el vínculo de esta Iglesia nuestra de Roma, a la que estamos estrechísimamente ligados, yo como Pastor, vosotros como miembros autorizados del clero romano, al que pertenecéis por derecho nato en virtud de vuestros títulos y diaconías: hoy, repito, cuando la Iglesia universal celebra la dedicación de la Basílica de Letrán, madre y cabeza de todas las Iglesias, sede de la Cátedra del Obispo de Roma. Un reflejo de esa alegría que es propia de la Jerusalén celestial, se ha irradiado también y de modo especial sobre nosotros, aquí reunidos, al finalizar el encuentro precisamente en el día consagrado a la dedicación de la Cátedra de Roma.

2. Con estos sentimientos os doy las gracias de todo corazón: por haber venido a Roma desde todos los continentes, dejando por algunos días las solicitudes pastorales que os unen a vuestras Iglesias, a las que os vincula en Cristo un amor nupcial; por haber afrontado las molestias del viaje sin parar mientes en las exigencias del trabajo. Gracias por las intervenciones, sólidas y pensadas, que habéis tenido; por la armonía con que la asamblea y cada uno de los círculos han trabajado, respondiendo a la invitación hecha; por la positiva colaboración que habéis manifestado.

Pero sobre todo gracias por el clima que aquí se ha respirado: clima de fraternidad, de familia, de corresponsabilidad, de amor: "La caridad de Cristo nos apremia" (2 Cor 5, 14).

3. Pienso que de este modo nuestra reunión ha contribuido:

— a recorrer en breve tiempo una importante etapa en el camino de la colegialidad, según el espíritu del Concilio Vaticano II;

— a la revitalización de esta preclara institución, que es el Colegio Cardenalicio, de acuerdo con su naturaleza y tradición.

Al daros las gracias, no puedo menos de pediros excusas, al mismo tiempo:

— por las dificultades que habéis debido afrontar;

— por las tareas que, dada su amplitud, parecían superar las posibilidades del tiempo, que se les podía dedicar.

Pero hemos comprobado que, incluso en un tiempo relativamente breve, se ha podido hacer no poco en esta tan competente asamblea.

4. Los elementos principales se reflejan en el comunicado final.

En cierto modo, este encuentro ha sido la introducción para un ulterior cambio de ideas y de solicitudes pastorales.

No cabe duda de que este encuentro ha tenido un carácter plenamente pastoral, animado por la "solicitud de todas las Iglesias" (cf. 2 Cor 11, 28).

Teniendo presente el trabajo, que esperamos nos presentéis en los próximos meses, pensamos decir ahora que habéis realizado ya una gran obra, vosotros que sois —y ciertamente lo habéis sido de modo especial estos días— "mi alegría y mi corona", como dice el Apóstol (Flp 4, 1).

5. No es mi intención tratar de nuevo los temas que han sido sometidos a vuestra reflexión, y sobre los que seguiréis reflexionando los próximos meses. Basta decir que, por cuanto respecta al ordenamiento de la Curia Romana, serán muy tenidas en cuenta las sugerencias, consejos y propuestas que, animados de un sincero amor por el bien de la Iglesia universal, habéis hecho y haréis llegar aquí, a fin de que ese organismo de la Curia Romana, tan articulado y complejo, pueda realizar un servicio cada vez más calificado, precioso y beneficioso a los obispos y a las Conferencias Episcopales de todo el mundo.

6. No se os ha pasado por alto el interés que personalmente, y con la ayuda de mis más inmediatos colaboradores, intento dedicar a los problemas de la cultura humana, de la ciencia y del arte, que fueron objeto de particular estudio por parte del Concilio Vaticano II, y que espera una aportación más solícita de todos nosotros, hombres de Iglesia. El Concilio puso en evidencia, en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, la necesidad de promover el desarrollo de la cultura humana: "los cristianos —dice el documento—, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el punto eminente que le corresponde en la vocación total del hombre" (Gaudium et spes, 57).

A esta finalidad miran las solicitudes y las perspectivas que me he permitido haceros presentes y que explicó después el cardenal relator. Las intervenciones han dicho claramente cuáles son vuestras preocupaciones por el desarrollo a realizar en este campo vital, en el que se juega el destino de la Iglesia y del mundo en esta etapa final de nuestro siglo.

Por eso tendré muy en cuenta cuanto me haréis llegar sobre esta cuestión de tanta importancia.

7. Por lo que respecta al tercer tema, esto es, la cuestión "económica", parece oportuno decir lo siguiente:

a) continuando el intercambio de las informaciones —comenzado ya en el mes de agosto del año pasado, es decir, antes del Cónclave—, habéis podido conocer, venerables hermanos, de modo preciso, la situación de los problemas económicos de la Sede Apostólica;

b) esto es muy importante para que se forme en la Iglesia y en todo el mundo católico una recta opinión pública sobre esta cuestión. Esa leyenda sin fundamento difundida acerca de las finanzas de la Santa Sede, le ha acarreado no leve daño. Como en los tiempos antiguos, también en nuestros días surgen mitos. El único camino a seguir en esta cuestión es el de considerar objetivamente la cosa en sí misma. A este respecto debo daros las más expresivas gracias porque también en este campo estáis dispuestos generosamente a colaborar conforme a la tradición apostólica confirmada por la experiencia de todas las épocas de la Iglesia.

c) La Sede Apostólica, para poder servir con más eficacia a la misión universal de la Iglesia, para poder realizar el programa pastoral del Concilio, para trabajar en la evangelización, necesita también medios económicos. Estos medios objetivamente son muy exiguos en comparación con lo que se gasta hoy en el mundo, por ejemplo, en la carrera de armamentos.

Además, es un deber nuestro ante la historia, el mantener ese insigne monumento de la humanidad, que es la basílica de San Pedro, a la que se unen otras obras, por ejemplo los Museos Vaticanos.

Finalmente, me parece poder decir que, con la ayuda de Dios, se han logrado las finalidades para las que se había pensado convocar esta reunión extraordinaria de los padres cardenales.

Y precisamente a El, al "Padre de las luces" de quien "desciende todo buen don y toda dádiva perfecta" (Sant 1, 17) se eleva nuestra acción de gracias. A El confiamos nuestros propósitos y nuestros trabajos. A El pedimos la gracia de continuar con perseverancia en el camino emprendido para la elevación del hombre, para el verdadero progreso de los pueblos, para la paz universal. Adelántate con tu inspiración, y continúa ayudándonos.

María, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles, apoye nuestros deseos comunes y los haga fecundos con su protección. A Ella Virgen Madre de Dios —y lo digo recogiendo el deseo unánime manifestarlo en esta aula— me encomiendo de nuevo confiadamente y encomiendo también a toda esta asamblea de Pastores.

A todos vosotros, hermanos amadísimos, mi especial bendición.

 



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