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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA REGIÓN ITALIANA DE FRIULI


Sábado 27 de octubre de 1979

 

Venerable hermano,
queridísimos hijos e hijas:

A la vez que agradezco sinceramente las palabras que me ha dirigido el arzobispo de Udine con ocasión de este encuentro querido por vosotros, me gozo en saludaros a todos con vivo afecto. Saludo a cada uno de los miembros del "Fogolár Furlán" de Roma, al grupo de sordomudos con sus familiares, y a cuantos proceden de la región de Friuli.

Permitidme deciros que veo en vosotros a los representantes de una gente noble como lo es la friulana, que une armónicamente en sí preclaras cualidades humanas de orgullo, laboriosidad y sensatez, con una fe cristiana sólida y profunda que la hizo grande en el pasado y la fortalece en el presente. Vuestra ubicación geográfico-cultural, que antiguamente tuvo su centro glorioso en la sede patriarcal de Aquileya, os constituye en un pueblo-gozne de dos civilizaciones, latina y eslava, que han encontrado y pueden seguir encontrando ahora en el cristianismo el punto alto de coincidencia; aquéllas os confieren una disponibilidad providencial a la universalidad de pensamiento y de fe, que os hace trascender toda tentación de particularismo. Un pueblo que se hace Iglesia: he aquí un motivo de gozo auténtico y de alabanza del Señor.

Lo que quiero desearos de todo corazón es que no perdáis jamás el patrimonio y la eficacia de estos valores que contienen en sí la capacidad de manteneros por encima y, por tanto, más fuertes que cualquier deplorable dificultad o sufrimiento. Tanto la aludida escasez de recursos económicos con la obligada emigración que de ello se sigue, como sobre todo este no lejano y terrible terremoto, deben constituir otros tantos estímulos para animar y consolidar por encima de toda pasiva resignación o, peor aún, de toda desesperación estéril, vuestra firmeza espiritual y vuestro laudable sentido de solidaridad que hace de todos vosotros un solo "hogar".

Agradezco, por tanto, con vosotros al Señor las admirables iniciativas de ayuda cristiana que ha suscitado el desastroso terremoto ya mencionado, liberando, por así decir, energías latentes de auténtico espíritu evangélico y poniendo de manifiesto así toda la concreción extrema y fecunda de algunas palabras fundamentales del vocabulario cristiano, como son comunión, amor, servicio, don, altruismo. De modo que vuestras necesidades han sido no sólo ocasión de fraternidad cristiana, que por gracia de Dios y para su gloria se ha fortalecido brillantemente, sino también banco de prueba de esa fraternidad, si bien por desgracia no todo se ha resuelto todavía.

¡Animo, por tanto! Vuestra fe y el Señor mismo sean siempre vuestra fuerza, porque no abandona a quien espera en El. De su ayuda benéfica es prenda mi bendición apostólica que imparto de corazón a todos y en particular a los que sufren y a los niños, y os encargo de transmitirla a cuantos amáis como signo de afecto paterno.

 



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