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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS DE COLOMBIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 29 de octubre de 1979

 

Venerables hermanos en el Episcopado:

Os recibo con profunda alegría, en este encuentro colectivo, que me hace alargar mi mirada, llena de afecto, a la querida Iglesia en Colombia que vosotros representáis aquí, y que se ha hecho y se hace peregrina espiritual para ver al Sucesor de Pedro, con vosotros y con los hermanos obispos que os han precedido.

En estos momentos de comunión, reunidos en el nombre del Señor, sentimos también la presencia de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, miembros de los Movimientos de apostolado y pueblo fiel todo, a cuyo servicio abnegado y gozoso nos insta el mandato de amor del Divino Maestro.

En efecto, el amor al hombre, imagen de Dios, es concreción de nuestra fe en el Señor, don que nos une en la Iglesia, sacramento universal de salvación.

La visión de fe en el servicio del hombre, de todos los hombres, especialmente de los más necesitados, implica que el ejercicio de la misión absolutamente primordial de la evangelización, y en ella de la catequesis, "no ceda en nada a cualquier otra preocupación" (Catechesi tradendae, 63). La evangelización y la catequesis, adecuadamente concebidas, constituyen el eje mismo de vuestra solicitud pastoral. Como oportunamente lo expresa el Documento de Puebla, "el servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente" (núm. 1145).

La evangelización tiene un lugar insustituible en la familia, por la cual debéis seguir trabajando con vigor y esperanza. En los hogares se descubre el rostro de Dios en la oración, se aquilatan los valores del verdadero humanismo y crece la Iglesia. En los umbrales de este año observé: "Los problemas humanos más profundos están relacionados con la familia. La Iglesia quiere recordar que a la familia van unidos los valores fundamentales que no se pueden violar sin daños incalculables de naturaleza moral... Es necesario defender estos valores fundamentales con tenacidad y firmeza, porque su quebranto lleva consigo daños incalculables para la sociedad y, en último término, para el hombre... El primero es el valor de la persona, que se expresa en la fidelidad mutua absoluta hasta la muerte... La consecuencia de esta afirmación del valor de la persona, que se manifiesta en la recíproca relación entre los cónyuges, debe ser también el respeto al valor de la nueva vida, es decir, al niño, desde el primer momento de su concepción. La Iglesia jamás puede dispensar de la obligación de salvaguardar estos dos valores fundamentales, unidos con la vocación de la familia" (Homilía en el último día del año 1978, núm. 2).

Conocéis asimismo la esperanza que deposita la Iglesia y que tiene el Papa en la juventud. Repetidles a vuestros jóvenes lo que dije en Irlanda: "Creo en los jóvenes con todo mi corazón y con plena convicción". Asegurad por todos los medios la más esmerada catequesis a la niñez y a la juventud: una catequesis integral, fiel al contenido total del Evangelio, con un lenguaje adaptado, que no desvirtúe el contenido del Credo, que no turbe los espíritus y que forme cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe. Son éstos algunos de los puntos a los que me referí ampliamente en la reciente Exhortación Apostólica sobre la catequesis y que brindo como criterios a quienes están comprometidos en esa nobilísima tarea que la Iglesia les encomienda.

Seguid, pues, animando todos los esfuerzos sanos que en el campo de la catequesis se realizan. Sabéis bien que, por desgracia, no han faltado tampoco "ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los jóvenes y para la vida de la Iglesia" (Catechesi tradendae, 49). Es lamentable comprobar que se difunden a veces, sustrayéndose a la vigilancia de los Pastores. El Espíritu nos urge para que comuniquemos las certezas de nuestra fe. Ojalá que también las editoriales y librerías católicas, fieles a la misión y a las exigencias que tal denominación comporta, colaboren, en la gran medida en la que pueden hacerlo, en esta importante tarea.

Responsables como sois de las comunidades que el Señor os confía, ayudados por todos vuestros próvidos colaboradores, en primer lugar los sacerdotes, llevad la juventud a Cristo, el único capaz de dar plena respuesta a sus aspiraciones. Que como anotaron los obispos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, "La pastoral juvenil sea la pastoral de la alegría y de la esperanza que transmite el mensaje gozoso de la salvación a un mundo muchas veces triste, oprimido y desesperanzado en busca de su liberación" (núm. 1205).

Sé muy bien que tratáis de ejercer ese ministerio evangelizador en estrecho contacto con vuestros fieles y siguiendo de cerca las circunstancias concretas ambientales en las que se desarrolla su vida como cristianos. Ello os hace testigos de no pocas situaciones penosas, que derivan de la falta de formación moral y religiosa, de cultura, de trabajo, de lamentables condiciones de injusticia, en las que siguen aumentando las distancias entre quienes tienen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

En vista de ello, no dejéis de hacer todo lo posible en favor de una formación integral de las personas, prestando toda la debida atención a la dimensión social que debe también tener vuestro ministerio. Con esa fina sensibilidad que distingue hoy a tantas personas, sobre todo jóvenes, deseosas de ver implantado un sistema de relaciones sociales mucho más justas.

Desde una gran fidelidad al Evangelio y con una clara noción de lo que es la misión específica de la Iglesia, sed —con vuestra enseñanza, con vuestras obras, con el aliento dado a vuestros colaboradores— eficaces promotores de auténtica justicia en todos los campos, de acuerdo con las pautas marcadas por la Iglesia en sus documentos de doctrina social.

Amados hermanos: Confortados con mi palabra y aliento, proseguid vuestra misión, y llevad a todos los miembros de vuestras respectivas Iglesias el afecto y la bendición del Papa. Y con ella, el deseo de paz, de alegría y esperanza en la fidelidad a Cristo, el Salvador.

 



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