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VIAJE APOSTÓLICO A IRLANDA
(29 DE SEPTIEMBRE - 1 DE OCTUBRE)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CUERPO DIPLOMÁTICO*

Nunciatura Apostólica
Sábado 29 de septiembre de 1979

 

Excelencias, señoras, señores:

Es para mí un gran placer encontrarme con vosotros en este primer día de mi presencia en Irlanda. Me emociona vuestra calurosa acogida.

Concedo una gran importancia al viaje pastoral que he emprendido hoy, por diversas razones que quiero evocar con vosotros. Como Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, tengo a mi cargo, de modo muy particular, toda la Iglesia universal y todos sus miembros. Después de haber ido a México con motivo de la III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano y después de haber participado en Polonia en las ceremonias conmemorativas de San Estanislao, era normal que yo viniera a esta isla donde, desde los primeros tiempos de su evangelización hasta nuestros días, la fe cristiana y el lazo de unidad con la Sede de Pedro han permanecido firmes.

San Patricio fue el primer Primado de Irlanda. Pero fue, sobre todo, quien supo infundir al alma irlandesa una tradición religiosa tan profunda que cada cristiano en Irlanda puede considerarse, con justo motivo, heredero de San Patricio. Era un irlandés auténtico, era un cristiano auténtico: el pueblo irlandés ha sabido guardar intacta esta herencia a través de siglos de luchas, de sufrimientos y de grandes cambios sociales y políticos, resultando así un ejemplo para todos cuantos creen que el mensaje de Cristo desarrolla y refuerza las aspiraciones más profundas de los pueblos a la dignidad, a la unión fraterna y a la verdad. Yo he venido aquí para animar al pueblo irlandés en su adhesión al mensaje de Cristo.

Quiero también rendir homenaje, mediante esta visita, a la parte que la Iglesia irlandesa ha tenido en la evangelización del continente europeo e incluso de otros continentes. No se puede hablar del cristianismo en Europa sin referirse al trabajo maravilloso realizado por los misioneros y monjes irlandeses. En ese trabajo tuvieron su origen muchas comunidades cristianas florecientes en Europa. Y yo estoy persuadido de que los valores que tan profundamente están enraizados en la historia y en la cultura de este pueblo constituyen una fuerza permanente para construir esta Europa, donde la dimensión espiritual del hombre y de la sociedad sigue siendo la única garantía de unidad y de progreso.

Como Cabeza visible de la Iglesia y servidor de la humanidad, vengo a esta isla afectada por los graves problemas referentes a la situación en Irlanda del Norte. Como acabo de decir en Drogheda, yo tenía un gran deseo de ir a dirigir personalmente al pueblo de Irlanda del Norte un mensaje de paz y de reconciliación; pero las circunstancias no me lo han permitido. Así, pues, desde Drogheda le he hablado, afirmando una vez más que el sentido cristiano de los valores debe convencer, a quienes están metidos en el engranaje de la violencia, de que ésta no podrá ser jamás una solución para los problemas humanos y que la paz verdadera debe estar fundada sobre la justicia. En nombre de Cristo, he lanzado un llamamiento a la reconciliación.

Estoy también en camino hacia las Naciones Unidas, donde he sido invitado a dirigir la palabra a la Asamblea General. Mis predecesores en la Sede de Pedro han estimulado siempre y mostrado su estima a esta Organización, porque se trata del foro donde todas las naciones pueden encontrarse y buscar conjuntamente soluciones a los numerosos problemas del mundo actual. Voy, pues, a las Naciones Unidas como un mensajero de paz, de justicia y de verdad; y deseo expresar mi gratitud a todos los que se dedican a la colaboración internacional, para poder ofrecer un porvenir seguro y pacífico a la humanidad.

Deseo, en fin. que las oraciones de todos los creyentes y el apoyo de todos los hombres y de todas las mujeres de buena voluntad me acompañen durante este periplo internacional que comienzo hoy en Irlanda y que concluirá el 7 de octubre en la capital de los Estados Unidos de América.

Expreso una vez más mi reconocimiento por vuestra presencia aquí y ruego a Dios Todopoderoso que os bendiga, a vosotros y a vuestras familias, y os ayude en vuestra importante tarea al servicio de la humanidad.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.40, p.9.

 



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