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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA DIÓCESIS DE SALVADOR DE BAHÍA


Domingo 6 de julio de 1980

 

Señor cardenal arzobispo, señor arzobispo coadjutor don João de Souza Lima, señor obispo auxiliar dom Tomás Murphy, hermanos míos en el Episcopado y en el sacerdocio ministerial, religiosos y religiosas, queridos hermanos y hermanas:

1. La tradicional hospitalidad de Bahía, de que soy objeto en este momento, para mi gozo y felicidad, no podía expresarse mejor que en la palabra elocuente y sincera de vuestro arzobispo, el queridísimo cardenal Avelar Brandão Vilela, Al manifestar mi agradecimiento a él y a toda Bahía quiero decirles mi "muchas gracias" por la acogida que me brindáis.

Al pisar este suelo, tengo viva conciencia de un encuentro marcado con los orígenes más puros de Brasil. En el litoral de Bahía desembarcaron los descubridores. No muy lejos de aquí la voz, embargada por la emoción, de fray Enrique de Coimbra, pronunció, por primera vez en la tierra apenas descubierta, las palabras de la consagración. Aquí se erigió la primera diócesis brasileña. Esta ciudad fue la primera capital de la patria, cuando ésta nació para la independencia. Creo que puedo decir, sin desdoro para las otras regiones del país, que aquí tocamos con las manos la brasilidad en lo que le es más esencial.

Por todos estos motivos quiero, en esta ocasión, saludar cordialmente al pueblo de esta ciudad y de todo el Estado.

2. "Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Pe 3, 18), exhortaba el primer Papa, dando a Jesús —como hace frecuentemente— este nombre de Salvador, que fue dado a vuestra ciudad. Con estas mismas palabras os saludo. Y con palabras de San Pablo, hago votos y rezo para que "se manifieste la benignidad de nuestro Dios Salvador y su amor para con los hombres" (cf. Tit 3, 4). La benignidad del Salvador para los Pastores de esta archidiócesis y de todas las diócesis sufragáneas. Para los fieles de estas varías Iglesias particulares. Para los gobernantes y responsables del bien común en el Estado, en esta capital y en todas las ciudades. Para los que ejercen responsabilidades. Para las familias, sobre todo para las que padecen tribulación o están en luto. Para los jóvenes y niños, así como para los ancianos. Para los enfermos y los que están solos. La benignidad y la "caridad del Salvador" para todos vosotros y todos vuestros seres queridos.

3. Permítaseme un saludo particular al presbiterio de cada una de las diócesis locales, cuya imagen deseo ver en los sacerdotes aquí presentes. Ministros de Cristo Sacerdote, llamados a actuar "in persona Christi", vivid también como si el propio Cristo viviese en vosotros. Es la única forma de ser auténticos educadores en la fe, Pastores y guías para los fieles que, a veces en alta voz pero casi siempre en una súplica sin palabras, os piden orientación para la propia vida, luz para su camino.

Un saludo también para los seminaristas. Amad vuestra vocación como el don más precioso que os ha sido concedido. Cultivadla con la oración y el fervor de espíritu, preparándoos con celo, para el día en que Cristo pondrá en vosotros el sello de la consagración sacerdotal.

4. Acoged todos vosotros, hijos queridísimos, los saludos y buenos deseos del Papa con el afecto que él pone en ellos. Y sea la bendición apostólica que de corazón os concedo, la prenda de la gracia divina que os haga vivir "sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro" (Tit 2, 12-13).

 



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