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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SECRETARIO GENERAL PARA ASUNTOS EXTERIORES
DE LA REPÚBLICA SOCIALISTA FEDERAL DE YUGOSLAVIA*


Domingo 13 de julio de 1980

 

Excelentísimo Señor:

Doy bienvenida cordial a usted, Sr. Vrhovec, a su señora y a las distinguidas personalidades que le acompañan. Me complace recibir a un miembro tan eminente del Gobierno de Yugoslavia. Desde la visita de su predecesor Don Milos Minie al Papa Pablo VI en noviembre de 1977, la República Socialista Federal de Yugoslavia ha estado representada en los acontecimientos tristes y alegres que se han sucedido de agosto a octubre de 1978; y últimamente, este mismo año, la Santa Sede envió su pésame asimismo cuando falleció el Presidente Tito. Todo ello es confirmación del aumento de buenas relaciones entre la Santa Sede y Yugoslavia y apunta a mayor incremento. Yo también tendré el gusto de impulsarlas como lo hizo mi predecesor el Papa Pablo VI.

Los esfuerzos de su país en el campo de las relaciones internacionales tienen reflejo positivo en este proceso. Me complazco en reiterar los sentimientos expresados por el Papa Pablo VI cuando habló del aprecio de la Santa Sede hacia la acción de Yugoslavia en favor de mejor cooperación entre las naciones, particularmente en las cuestiones referentes a la paz, el desarme y la ayuda a los países en vías de desarrollo. La Santa Sede atribuye gran importancia a estas cuestiones, de las que algunas se han agudizado actualmente ante los muchos obstáculos que parecen interponerse en el camino del diálogo para solucionar las serias disputas concernientes las relaciones entre los pueblos y el desarrollo de los pueblos, garantizándoles al mismo tiempo el respeto de su independencia y dignidad. He aludido repetidamente a dichos problemas en especial ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y en la sede de la UNESCO, y también en mis viajes a mi Polonia natal y a muchos otros países del mundo, incluido el viaje a Brasil que acabo de terminar; y he expresado mí preocupación porque cada país pueda experimentar el desarrollo requerido por su dignidad, a la vez que se le garantizan su independencia y sus características y tradiciones propias en clima de respeto de los derechos y libertades de cada pueblo e individuo en todos los sitios.

Otra razón del interés por el desarrollo constructivo de nuestras relaciones reside en los efectos que aquél ha de producir en la vida y actividad de la Iglesia en Yugoslavia. Como usted bien sabe, sin pedir privilegios la Iglesia necesita que se le garanticen las demandas de su trabajo y el de sus instituciones, de modo que le sea posible desarrollar las potencialidades contenidas en los recursos de la fe cristiana. Esto permitirá a los católicos desempeñar de manera cada vez mejor su propio papel de ciudadanos leales, que están crecientemente deseosos de contribuir con desinterés a la prosperidad de su patria; y ello redundará en provecho del bienestar y progreso de todos los demás ciudadanos y de toda Yugoslavia.

Buena voluntad y espíritu de comprensión lograrán que se colmen estas esperanzas venciendo. dificultades de cualquier tipo. Dios nos conceda que esta cooperación siga creciendo dentro del país y en el amplio campo de las relaciones internacionales para bien de todos.

Yugoslavia y sus gentes me interesan hondamente. Pido a Dios que los bendiga y les ayude a impulsar su progreso material y moral y a asegurar su prosperidad y felicidad. Permítame manifestarle mis mejores deseos para usted y para los distinguidos dirigentes de su país.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 36, p.8.

 



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