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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA
COMUNIDAD POLACA DE ZAIRE

Kinshasa, domingo 4 de mayo de 1980

 

Amados hermanos y hermanas, misioneros;
queridos compatriotas, que participáis en este excepcional encuentro en tierra africana:

1. Con profunda emoción me encuentro con vosotros aquí, en África, donde representáis a nuestra patria común y a la Iglesia que en ella realiza su misión salvífica. Os saludo con la venerada expresión de nuestros padres: ¡Alabado sea Jesucristo! Estas palabras encierran toda la profundidad del contenido afectivo que recuerda la tierra natal, la familia, la parroquia, el ambiente en que habéis crecido y, que después, fascinados por la invitación "sígueme", habéis dejado, para convertiros en sembradores de la Palabra de Dios; y además expresan, en cierto sentido, la sustancia misma de la vocación misionera, el ideal del trabajo de evangelización.

En el nombre de Jesucristo, crucificado y resucitado, habéis venido aquí para que todos los pueblos alaben al Señor, para que todas las naciones le den gloria (cf. Sal 116 [117] ).

"¡Qué hermosos son sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia  la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!" (Is 52, 7).

En el nombre de Jesucristo he emprendido esta peregrinación al santuario viviente del corazón del hombre en África, para participar en las alegrías del jubileo de esta joven Iglesia y, al mismo tiempo, para agradecer con ella a Dios las gracias que le ha concedido sobre todo en este siglo, y para confiar a la misericordia divina el futuro prometedor de esta Iglesia.

2. En el nombre de Jesucristo me encuentro con vosotros, queridos misioneros, hermanos y hermanas. Me alegro de poder insertarme, durante estos días, de modo especial en vuestro cotidiano trabajo misionero y compartir vuestro esfuerzo apostólico, al realizar este servicio en favor de nuestros hermanos en el continente africano.

Sabemos bien que nosotros debemos nuestra fe a otros que, impulsados por la llamada de la Palabra divina, llegaron a nuestra tierra y sembraron entre nuestros antepasados la alegre nueva, anunciaron la paz, revelaron la felicidad y proclamaron la salvación; los injertaron en los misterios de la vida divina y los insertaron en el organismo vivo de la Iglesia.

El testimonio vivo de la madurez de cada Iglesia no se reduce solamente a su apertura a la Palabra de Dios, al bien salvífico, sino que es también la capacidad de dar a los otros lo que ella misma vive. Con esta donación no sólo manifiesta su madurez, sino que la profundiza y la consolida. Por esto, como toda la Iglesia, también las Iglesias locales desean convertirse en misioneras, en sujeto de esta "acción misionera" de la Iglesia. A pesar de que en el curso de la historia no siempre hemos tenido las condiciones propicias para manifestar externamente este carácter misionero, sin embargo, el espíritu misionero estuvo y está profundamente arraigado en la fe de nuestro pueblo. Y los problemas misioneros siempre hallan eco profundo dentro del corazón del Pueblo de Dios en nuestra patria. A pesar de las mencionadas dificultades, la Iglesia en nuestra patria ha escrito una espléndida página misionera; basta recordar al Beato Maximiliano M. Kolbe, a la Beata María Teresa Ledochowska, al padre Bejzym, por no hablar de muchos otros menos conocidos y obreros anónimos en el campo misionero.

Continúa escribiendo esta página misionera. Vosotros sois prueba de ello, presentes aquí, y todos los que no han podido venir.

Cuánto me alegro corno Papa y como polaco, cuando me llegan noticias de que algún sacerdote, alguna religiosa, o algún laico sale de Polonia para tierra de misiones; y estas noticias, gracias a Dios, son cada vez más frecuentes.

5. En el nombre de Jesucristo me encuentro con vosotros, compatriotas aquí presentes, y con todos los ausentes —quizá no numerosos—, a quienes el destino ha traído aquí y que habéis encontrado vuestra segunda patria en el continente africano.

Con vosotros que, al realizar vuestro servicio, servís a la patria.

Con vosotros, misioneros de los los valores humanos, que habéis venido aquí para compartir, en este continente que se desarrolla y tiene necesidad de ayuda, vuestro conocimiento, vuestra experiencia y vuestra capacidad, en el respeto de la dignidad y de los derechos del hombre.

Este respeto de la dignidad y de la libertad propia y de los demás está profundamente arraigado en nuestra tradición cristiana y nacional, porque nosotros conocemos el precio de estos fundamentales e inviolables valores humanos. Y sabemos que no se puede llevar un auténtico bien a otro hombre, si se llevan ocultos otros fines contrarios a ese bien, o quizá intereses secundarios.

4. Os deseo que nuestros hermanos africanos, entre los que trabajáis, puedan decir de vosotros lo que se lee en el texto de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!".

5. He traído conmigo al Zaire la imagen de la Madre de Dios de Czestochowa, tan entrañable para nosotros. De este modo, hago referencia a esa espléndida tradición de los primeros misioneros en África, que confiaron su tarea evangelizadora a la Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre nuestra.

También yo os confío a todos y a cada uno de vosotros a Ella: vuestros trabajos y vuestra solicitud, vuestras cruces y vuestras alegrías, vuestras fatigas y vuestra entrega. Que Ella os recuerde siempre que sois siervos de Cristo, que escuchan su Palabra y cumplen lo que El manda.

A Ella. a la Virgen Negra, Madre de la Misericordia, Madre de la vida y de la esperanza, Reina de la paz, confío sobre todo la Iglesia de África, su presente y su futuro; todos los problemas que afronta en esta tierra negra.

6. ¡Yo continúo mi viaje misionero y vosotros quedad aquí con Dios!

Os bendiga Dios omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

 



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