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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CLERO Y A LOS FIELES EN LA CATEDRAL DE KISANGANI


 Kisangani, Zaire,
Lunes 5 de mayo de 1980

 

1. Os saludo, queridos ciudadanos de Kisangani, y os expreso la gran alegría de estar entre vosotros. A través de vosotros, saludo afectuosamente a todos mis hijos católicos y a todos los habitantes de la región.

2. Agradezco, de manera especial, a vuestro arzobispo, mons. Fataki, las amables palabras que me ha dirigido. De algún modo, le devuelvo la grata visita que me hizo en Cracovia. Con él, saludo cordialmente a todos vuestros obispos que, esta tarde, me acogen aquí. A la vez, saludo a todos los que han escuchado la Palabra de Dios y se disponen a ponerla en práctica. No quisiera olvidar a ninguno, pero deseo, en una palabra, expresar mi particular afecto a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos los hombres y mujeres que desean entregarse a Dios. ¿Cuál es el centro de vuestra vida? ¿Acaso no es la llamada que habéis escuchado, la llamada del Señor: "Ven y sígueme"? Le pido que os bendiga. A pesar de los sacrificios, no os sentiréis nunca tristes ni solos, si vivís realmente con El.

Os saludo también a todos vosotros, padres y madres, jóvenes y muchachas, escolares y niños. He venido por la alegría de estar con vosotros, al menos algunos minutos, y deciros también lo que os han dicho vuestros obispos y sacerdotes, que el Señor nos ama a todos y a todos nos llama. Saludo además, con particular afecto, a los enfermos, a los que sufren, a cuantos están afligidos en el alma o en el cuerpo: el Papa os bendice a todos.

3. Esta tarde os recordaré sencillamente algunas palabras del Señor, que deben llenarnos de alegría y de esperanza. Como signo de que Dios ha bajado verdaderamente entre los hombres. El ha dicho: "Los pobres son evangelizados", los pobres comprenden la Buena Nueva de salvación. El dijo también: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré". Al venir a vosotros, deseo recordar a todos los seguidores de Cristo este gran mensaje del Evangelio que está en la raíz del amor que tenemos los unos por los otros, y recuerdo lo que San Pablo enseñaba a los primeros cristianos: "El Señor Jesús se hizo pobre por nosotros, y con su pobreza nos ha enriquecido". Esto se realiza también hoy. Esto se realiza aquí en vosotros, en el corazón de África. Sí, a los que viven a duras penas, a los que trabajan fatigosamente para ganar el pan de cada día, a los que se sienten abandonados, frustrados, a todo los que sufren, a éstos el Señor les da la vida de la gracia: Dios está junto a vosotros. Esto es lo esencial. Esto es lo que hace la Iglesia universal, esparcida por toda la tierra y que nos une a todos. Esto es lo que da la fuerza para ser fieles, a pesar de las dificultades. Sed fieles, pues, a la única Iglesia de Cristo. Mirad cómo habían comprendido bien esto aquellos que entre vosotros, entre vuestros conciudadanos y misioneros, prefirieron sacrificar la propia vida para permanecer fieles a Cristo, para ser fieles a la vida divina que habían recibido.

Pienso ahora especialmente en dos personas cuyos nombres os son bien conocidos. Se trata de dos personas que son para todos nosotros ejemplo luminoso de vida cristiana entregada gozosamente a Dios.

Me estoy refiriendo —lo sabéis— a sor Anwarite, que la Iglesia espera beatificar pronto.

Hablo también de un catequista zaireño, Bakanja Isidore, auténtico zaireño y auténtico cristiano. Después de haber dedicado todo el tiempo que tenía libre a la evangelización de sus hermanos como catequista no vaciló en dar la vida por Dios, fortalecido con el valor que sacaba de su fe y del rezo asiduo del Rosario.

En el nombre del Señor os pido que al regresar a casa, os sintáis orgullosos de ellos y que sobre todo sepáis seguirlos. Y os cito mañana en este mismo lugar, para la Santa Misa, y os bendigo de todo corazón.

 



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