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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DIRECTORES NACIONALES
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Lunes 17 de mayo de 1980

 

Hermanos e hijos carísimos:

Con viva cordialidad os saludo, directores nacionales de las Obras Pontificias de la Propagación de la Fe, de San Pedro Apóstol, de la Unión Misional y de la Infancia Misionera. Me complace encontrarme con vosotros, en ocasión de vuestra asamblea anual, para manifestaros mi reconocimiento y estima, así como para animaros a continuar en vuestra valiosa tarea.

Os dedicáis a una actividad extremamente importante, como es la animación misionera del Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II, como bien sabéis, dice así en el Decreto Ad gentes: "Todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, deben fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus energías a la obra de evangelización" (núm. 36). Esto vale no sólo a nivel de cada bautizado, sino también a nivel de dimensión comunitaria, ya que, en efecto, "como el Pueblo de Dios vive en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales..? a ellas corresponde también dar testimonio de Cristo delante de las gentes" (ib., 37). Y las Iglesias más jóvenes, como he tenido el gozo de comprobar hace poco personalmente en algunos países africanos, desean y están dispuestas a un encuentro de idéntica participación en la misma vida cristiana, con tal de que no parezca un producto de importación, sino que sea una sencilla y madura condivisión de un patrimonio de fe, que a todos nos une en igual fraternidad.

Ahora bien, sé perfectamente que vosotros hacéis de estos ideales el programa de vuestra generosa dedicación. Y es precisamente este vuestro constante empeño lo que yo aprecio grandemente y deseo que cultivéis con amor y eficacia cada vez mayores.

Me permito recordaros que insistáis, como ya lo hacéis ciertamente, en dos concretas necesidades de método operativo: el mantenimiento de relaciones cada vez más cordiales y dinámicas con los específicos institutos misioneros, que realizan una función insustituible y, sobre todo, el acuerdo y cooperación armónica con las Conferencias Episcopales y con cada uno de los obispos, primeros responsables de la pastoral en todos sus aspectos.

Además, merecen un cuidado particular en la comunidad cristiana los alumnos de los seminarios y los jóvenes de las asociaciones católicas. El germen del ideal misionero, plantado en edad juvenil, tiene mayor probabilidad de desarrollarse y de producir frutos benéficos y abundantes, por estar animado de un entusiasmo más vivaz. Por lo demás, un generoso empeño misionero es el índice más seguro de una Iglesia no estática, sino abierta hacia nuevos horizontes de crecimiento, no sólo en su extensión periférica, sino también en su interior intensidad de fe y de amor.

Confío estos deseos a la fecunda potencia de la gracia divina, de la que quiere ser prenda la más amplia bendición apostólica, que imparto a todos vosotros y a vuestros colaboradores.

 



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