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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL XI CONGRESO EUCARÍSTICO
NACIONAL DE CHILE

24 de noviembre de 1980

 

Señor Cardenal Enviado Especial,
Venerables Hermanos en el Episcopado,
Amadísimos hijos e hijas,

Se clausura hoy, a la sombra de ese Santuario Mariano de Maipú, que tanto dice al corazón de todo chileno, el XI Congreso Eucarístico Nacional de Chile. El Episcopado le ha dado un lema que me es muy querido y que encierra una vibrante invitación a un comprometido programa de vida: No teman, abran las puertas a Cristo.

En esta solemne circunstancia estoy especialmente con vosotros, uniendo mi devoción a la vuestra, mi homenaje al vuestro, para juntos adorar a Cristo, que en el sacramento de la Eucaristía nos ha dejado el pan de vida eterna, el pan de la hermandad, el alimento para los viandantes hacia la patria final.

Sé que en los meses pasados el Congreso se ha desarrollado en cada diócesis mediante un plan pastoral de evangelización y catequesis, que ha culminado en una solemne Eucaristía. Hoy coronamos esa vivencia eclesial en las diversas comunidades locales con esta celebración final en torno al sacramento del Amor, unidos en estrecha fraternidad con todos los hermanos venidos de las diferentes partes del País y con tantos otros que viven esta jornada, asociados espiritualmente a los actos de clausura del Congreso.

Me complazco en reiterar hoy a vosotros aquella invitación - cuyos ecos llegan aún hasta mí desde los umbrales de mi Pontificado - a desechar todo temor y a abrir totalmente las puertas a Cristo.

Ello quería ser un toque de atención, una llamada, para que los cristianos, las personas de buena voluntad, las sociedades y sistemas se abrieran a la aceptación y respeto de esos valores genuinamente humanos y que hallan su expresión más alta en lo planes divinos. Por ello, muy oportunamente tal invitación se ha hecho principio inspirador de este Congreso que gira en torno a la Eucaristía, manifestación suma del Amor, “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”.

En efecto, cuando el Señor nos invita a participar en el banquete - una llamada a todos sin distinción - desaparece toda diferencia de raza o clase social, y la participación de todos es idéntica, porque significa y exige la supresión de todo cuanto divide a los hombres, y facilita el encuentro de todos a un nivel más alto, donde toda oposición o diferencia debe quedar superada, donde se venzan obstáculos y se establezcan nuevas relaciones interpersonales e intercomunitarias. Ello debe conducir a la satisfacción de las exigencias de la justicia, precisamente por el establecimiento de esas nuevas relaciones, que la caridad originada en la Eucaristía crea en el interior de la misma comunidad.

Efectivamente, la fuerza vital de la Iglesia y la de cada cristiano, hombre o mujer, alcanza su plenitud precisamente en la Eucaristía. Por eso la comunidad cristiana no se edifica y consolida si no tiene su raíz y su quicio en la celebración de la Eucaristía.

Por otra parte, si el culto eucarístico es vivido de veras, cada comunidad, cada cristiano en particular, comprobará que aumenta su conciencia de la dignidad de todo hombre, la cual se convertirá en motivo de una adecuada relación con el prójimo, a nivel personal e institucional.

La Eucaristía es también sacramento de unidad, ya que “nosotros siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros”. Los católicos de Chile os habéis congregado en ese Santuario, para dar testimonio de tal unidad, participando del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo, que construyen la Iglesia como auténtica comunidad del Pueblo de Dios. Partiendo de esa unidad profunda que significa y realiza la Eucaristía, es posible llamarnos unos a otros hermanos. ¡Qué profundas consecuencias derivan de aquí para nuestra vida individual y social!

La Eucaristía es asimismo vínculo de caridad que fortalece la vida cristiana en el cumplimiento del amor a Dios y al prójimo, un amor que encuentra su fuente en el Amor por excelencia. En efecto, cada vez que participamos en la Eucaristía de manera consciente, “se abre en nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y que hace continuamente”. Como consecuencia, para que la celebración de la Eucaristía sea sincera y plena, debe orientar a cada cristiano hacia la eficaz ayuda a los hermanos, así como a las diversas formas de verdadero testimonio cristiano. Sólo así podrá decirse que el contacto con Cristo le conduce a un abrirse a El y, por El, a todos los demás, al hombre imagen de Dios.

La clausura de este Congreso Eucarístico Nacional en la solemnidad de Cristo Rey es una invitación a abrir de par en par vuestro corazón y vuestra sociedad actual a Cristo, para que, en un clima de constante respeto, individual y social, a los valores religiosos y humanos de cada persona, El establezca su “reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”.

Finalmente, elevo mi plegaria para que la fe cristiana, alimentada en la Eucaristía, inspire la conducta privada y pública en vuestra sociedad, de modo que Chile pueda ir construyendo su futuro en un clima verdaderamente cristiano de concordia, de justicia, de respeto de los derechos de cada uno. Invocando la protección maternal de Nuestra Señora de Maipú, os doy con afecto mi Bendición: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.

 



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