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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS DE RITO GRECO-MELQUITA CATÓLICO
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 13 de octubre de 1980

 

Beatitud y venerables hermanos:

Habéis venido juntos de varias diócesis del Patriarcado greco-melquita católico a visitar al Papa, siguiendo una costumbre eclesial venerable y beneficiosa. Ahora que estáis muy cerca de la tumba del Príncipe de los Apóstoles, que recibió el poder inalienable de guiar y confirmar a todos sus hermanos en la fe y la caridad, me siento particularmente dichoso de daros la bienvenida.

Esta acogida fraterna es la del Obispo de Roma, del Sucesor de Pedro, "que es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles" (Lumen gentium, 23). Al recibiros me complazco en repetir las palabras del Apóstol Pablo, compañero de Pedro en los sufrimientos padecidos por Cristo: "Dios os llamó por medio de nuestra evangelización para que alcanzaseis la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las enseñanzas que recibisteis" (2 Tes 2, 14-15).

Mi saludo se dirige en primer lugar, y de modo del todo especial, a la persona de Su Beatitud el Patriarca Máximos V, que pronto celebrará, en la sede patriarcal de Damasco, los cincuenta años de ordenación sacerdotal. Ya desde ahora elevamos todos juntos a Cristo, Sumo Sacerdote y Redentor de los hombres, nuestras oraciones y fervientes deseos.

La Iglesia greco-melquita católica que aquí representáis ha acogido a lo largo de los siglos a fieles de lengua y origen griegos, y también sirios, egipcios, y asimismo a fieles de origen árabe unidos a la fe católica a partir del siglo V, pertenecientes a los Patriarcados de Antioquia, Alejandría y Jerusalén. No obstante ciertas vicisitudes históricas y políticas ya muy lejanas, y a pesar de las consecuencias recientes de guerras fratricidas que siguen turbando la paz de Oriente Medio, el Patriarcado melquita está floreciente. Y por ello, para mí es ésta una feliz ocasión para expresar a Su Beatitud y a todos los obispos del Patriarcado, mi satisfacción y aliento para continuar este buen trabajo pastoral siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesús y las abundantes enseñanzas de los Padres de la Iglesia de Oriente, entre ellos San Basilio el Grande (cf. Moralia, LXXX, 12-21; PG 31, 864, b-868, b).

Muchos fieles greco-melquitas católicos y otros de diferentes ritos orientales se han visto obligados —incluso recientemente— a abandonar sus casas y la tierra de sus antepasados. Parte de ellos han atravesado los océanos, y otros, en cambio, han logrado encontrar hospitalidad más próxima en Europa. Para los fieles de la diáspora, la Santa Sede ha erigido una eparquía en Estados Unidos, y otra en Brasil, y acaba de erigir un exarcado apostólico en Canadá y ha establecido visitas apostólicas en Europa Occidental, Argentina, Venezuela, Colombia, México y Australia, de acuerdo con las normas fijadas por el Concilio Vaticano II, a fin de reforzar la predicación de la Palabra de Dios y la atención espiritual a todas las comunidades de fieles emigrados.

Por otra parte, es motivo de consuelo para la Sede de Roma, conocer el trabajo que se va realizando a la luz de las enseñanzas del Concilio en los Sínodos presididos por el Patriarca, donde también toman parte los superiores mayores de las Ordenes masculinas en lo que concierne, por ejemplo, a la puesta al día de textos litúrgicos, pastoral y catequesis, con interés particular por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

El empeño de la jerarquía en la formación espiritual e intelectual responde a las necesidades de nuestro tiempo. Conocemos, además, la actividad que desplegáis en el marco del diálogo ecuménico con los hermanos separados, convencidos como estáis de que la comunión verdadera y estable se construye en la verdad y la caridad en colaboración con la Sede Apostólica.

Vuestro encuentro de hoy es expresión del vínculo de colegialidad con el Sucesor de Pedro. Ojalá recuerde a todos la unidad de acción pastoral que es necesaria en todos los países donde estáis llamados a guiar al Pueblo de Dios, como dice el Concilio a propósito de los obispos esparcidos por el mundo, "manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro" (Lumen gentium, 25).

Al igual que a los obispos de rito caldeo en su reciente visita, os aliento a seguir celebrando encuentros en forma de asambleas episcopales a nivel nacional, a fin de garantizar la unidad de acción entre las varias Iglesias, y asegurar la armonía y entendimiento fraterno entre los diferentes ritos, sin perjudicar en absoluto los derechos del Patriarca y de su Sínodo, de acuerdo con el derecho vigente.

No puedo terminar sin manifestar otra vez mi vivo afecto, en primer lugar, a Su Beatitud, a vosotros todos, venerables hermanos en el Episcopado, a todos vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas que se preocupan de actuar la renovación en su vida espiritual y en su consagración a Dios y a la Iglesia, y lo hacen meritoriamente en los sectores de pastoral, sanidad y caridad; y en fin, mí pensamiento afectuoso vuela a los fieles de toda la Iglesia greco-melquita católica. Confiándoos a todos a la protección y desvelos maternales de María, la Santísima Madre de Dios y siempre Virgen, os doy de todo corazón la bendición apostólica.

 



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