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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PERSONALIDADES DE SUECIA

Jueves 30 de octubre de 1980

 

Es un placer y un honor para mí dar la bienvenida a sus Altezas Reales el Príncipe Bertil y la Princesa Lilian de Suecia, al arzobispo de Upsala, Primado de la Iglesia luterana de Suecia, y a otros representantes distinguidos que han venido hoy al Vaticano con el Embajador de Suecia en Italia. Me complazco asimismo en saludar a otras muchas personas venidas también de Suecia y a los miembros de la colonia luterana sueca residentes en Roma. Esta visita representa la continuidad cercana de las numerosas visitas que han hecho peregrinos suecos en años recientes a mi predecesor Pablo VI y a mí mismo.

La ocasión particular de la visita de hoy es la exposición especial organizada en la ciudad con el título "Suecia y Roma", para dar a conocer las estrechas relaciones que han existido durante muchos siglos entre el centro de la cristiandad y Suecia. Las figuras más relevantes de esta historia son, claro está: en primer lugar, Brígida, gran Santa de la Iglesia católica y Santa Patrona de vuestra tierra, que vivió en Roma casi veinte años, y aquí murió en 1373; y en segundo lugar, trescientos años después, la Reina Cristina, cuyo cuerpo está sepultado cerca de la tumba de San Pedro en la Patriarcal Basílica Vaticana. Pero Roma ha conocido a muchos otros compatriotas vuestros, en particular, los numerosos artistas que vinieron a inspirarse en Roma y otras partes de Italia, contribuyendo a la herencia cultural de Roma y de vuestra tierra natal.

Más cerca de nuestros tiempos tenemos la figura de la madre Elisabeth Hesselblad, que fundó a principios de siglo una rama nueva de la Orden de las Brígidas, en la misma casa donde vivieron Santa Brígida y su hija Santa Catalina. Me gozo en decir una palabra de bienvenida a la abadesa general y a la comunidad de las Brígidas presentes hoy aquí, y les doy las gracias por el valioso servicio de hospitalidad y apertura ecuménica que prestan, especialmente a los visitantes de los países nórdicos.

Aprovecho con gozo esta ocasión para expresar una vez más la amistad de la Iglesia católica hacia los hermanos de estos países que todavía están separados. Confío en que vuestra presencia en Roma en estos momentos contribuirá a fortalecer los lazos de esta amistad y llevará a incrementar la comprensión y estima mutuas. Sé que os unís a mí en la oración pidiendo a Dios que apresure el día, por caminos sólo de El conocidos, en que se establezca la unión plena de fe y vida cristiana entre nosotros.

Nuestro encuentro de hoy me parece de verdad ocasión propicia para que, como hijos de Dios y con fuerte conciencia del tesoro que nos es común de las Sagradas Escrituras, dirijamos el pensamiento "al Padre, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra" (£/ 3, 15), y a su Hijo Jesucristo, "único mediador entre Dios y los hombres" (/ Tim 2, 5). Es El, Jesucristo, quien nos invita por su Espíritu Santo a una unión siempre creciente en El.

Dios os bendiga. Dios bendiga a todo el pueblo de Suecia.

 



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