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DISCURSO DE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 19 de diciembre de 1981

 

Señor Embajador:

Sea bienvenido a este acto con el que, al presentar las Cartas Credenciales, comienza su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede.

Le agradezco ante todo las expresiones de cordial estima dirigidas hacia esta Sede Apostólica, que demuestran la proximidad de ese pueblo que, fiel a su historia, sigue beneficiándose de un patrimonio cultural y espiritual, fruto de la secular presencia evangelizadora de la Iglesia.

La tierra dominicana, primer lugar evangelizado por los misioneros en el Continente americano, –como Vuestra Excelencia ha recordado– constituyó también la primera etapa de mi visita pastoral a Latinoamérica, al comienzo de mi ministerio de Sucesor de Pedro, y de la que conservo un profundo y muy grato recuerdo.

Quise así seguir yo también los caminos de la evangelización que la Iglesia dominicana –en continuidad con la realidad de los siglos pasados– prosigue hoy, queriendo ser intérprete de las necesidades de su pueblo, confidente de sus anhelos, especialmente de los más humildes. Sigue “ predicando el Mensaje y realizando la caridad que el Espíritu difunde en ella para la promoción integral del hombre y dando testimonio de que el Evangelio tiene fuerza para elevarlo y dignificarlo”.

Ya los primeros misioneros trataron de crear unas condiciones que hicieron posible la aceptación de la fe cristiana, que ha dado una impronta al alma latinoamericana, marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en matiz cultural de los nuevos pueblos.

Hoy, en este llamado “Continente de la esperanza”, la Iglesia desea intensificar su tarea religiosa y humana, mediante sus instituciones de formación cristiana, de asistencia y promoción social. Con ello quiere “contribuir a la construcción de una nueva sociedad, más justa y fraterna, clamorosa exigencia de nuestros pueblos. De tal modo, tradición y progreso, que antes parecían antagónicos en América Latina, restándose fuerzas mutuamente, hoy se conjugan buscando una nueva síntesis que aúna las posibilidades del porvenir con las energías provenientes de nuestras raíces comunes”.

Para que esa misión evangelizadora no sufra menoscabo alguno, es lógico que la Iglesia necesita un ambiente de suficiente libertad: libertad para predicar su fe y practicarla; libertad para amar a Dios y servirle; libertad para vivir y llevar a los hombres su mensaje de vida y salvación.

Por su parte, esta Sede Apostólica alienta a los Gobernantes, para que sean promotores de concordia y paz entre los hombres. Continúa dirigiéndose a ellos con las mismas palabras del Mensaje que les dedicó el Concilio Vaticano II: “dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del Evangelio de la paz... Vuestros pueblos serán sus primeros beneficiarios, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso”.

Ante la nueva etapa que la República Dominicana quiere emprender –como Vuestra Excelencia acaba de decir– para, con libertad y paz, lograr una mayor justicia social, económica y política, los Pastores de esa Iglesia local, en comunión íntima con el Sucesor de Pedro, seguirán ofreciendo su colaboración, sus servicios, sus energías espirituales y morales.

Para que todo esto sea una pronta realidad en su País, pido al Altísimo, por la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, que bendiga a todos y cada uno de sus hijos, al Señor Presidente de la República y Autoridades, y que haga muy fructífera la misión de Vuestra Excelencia junto a la Sede de Pedro.


*AAS 74 (1982), p. 287-288

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.1158-1160

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 745-746.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1982, n.3 p.9.

 



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