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VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS

Catedral de Nagasaki, Japón
Jueves 26 de febrero de 1981

 

Queridas hermanas en Cristo Jesús:

1. Hablar de Nagasaki a los cristianos japoneses significa evocar los heroicos y gloriosos comienzos de la implantación de la Iglesia en este país. Significa, especialmente, evocar la memoria de numerosos mártires que, por la gracia de Jesucristo, le dieron, en este lugar, el testimonio supremo de su amor.

Por eso Nagasaki es un lugar muy especial, un lugar perfectamente apropiado para nuestro encuentro de hoy; pues, desde los primeros siglos del cristianismo, la vida religiosa ha sido comparada a menudo con el martirio. Al igual que el martirio, la vida religiosa está inspirada por un profundo amor al Señor por encima de todo, manifestado en un libre y generoso abandono de auténticos valores —la propiedad, una familia, la propia libertad— con el fin de ofrecer un don pleno a Cristo. Por ello me siento particularmente contento de encontrarme aquí con vosotras y de saludaros como uno de los más preciosos tesoros de la noble y digna Iglesia en Japón, una Iglesia que es a la vez venerable por su antigüedad y plenamente joven por su vitalidad misionera.

2. Se puede decir verdaderamente que en este gran país, que posee muchos millones de hombres trabajadores y cultos, la Iglesia es como el grano de mostaza, o como la pequeña porción de levadura que una mujer coloca en algunas medidas de harina para hacer fermentar toda la masa. Vuestra tarea es menos visible y más escondida que en muchos países en los que el catolicismo está más difundido; pero no es menos importante, incluso aunque los métodos de evangelización hayan de ser muy diferentes.

En esta situación, el testimonio de vuestras vidas adquiere un valor y una importancia particulares: aunque no sea siempre posible proclamar la Buena Noticia de palabra, siempre es posible presentarla a través de la propia vida. Es más, muchos valores ancestrales del pueblo japonés son escalones para llegar al Evangelio: el amor al trabajo, la apertura hacia los demás, el elevado nivel de la cultura humana, y sobre todo el sentido innato del recogimiento y la contemplación, que es el signo distintivo de los pueblos del Este.

3. La dimensión contemplativa es el verdadero secreto de la renovación de toda vida religiosa, y es un elemento al que vuestros conciudadanos son particularmente sensibles. Fomentad siempre esta dimensión. Haced de vuestras casas centros de oración, de recogimiento, de conversación persona] y comunitaria con el Único con quien debéis hablar más ahora y siempre a lo largo de vuestras intensas jornadas. No os dejéis arrastrar por las tentaciones del activismo y la dispersión que lleva consigo la moderna sociedad de consumo con todas sus exageraciones materialistas.

Sin la oración, vuestra vida religiosa carece de sentido. Pierde contacto con su fuente, se vacía de su sustancia y no puede alcanzar su meta. La oración os mantiene en contacto con Cristo, vuestro Esposo. Merecen ser meditadas las incisivas palabras de la Evangelica testificatio: "No olvidéis, por lo demás, el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa" Evangelica testificatio, (núm. 42).

4. Recordando estas palabras, dirijo un especial saludo y una palabra de ánimo a todas las religiosas que llevan una vida de clausura en este país. Vosotras vivís profundamente "en el corazón de la Iglesia". Vuestra oración intensa e incesante, basada en una rica herencia espiritual y doctrinal, es a la vez para el mundo un don y un reto. Es también una respuesta para todos aquellos que hoy buscan ansiosamente métodos y experiencias de contemplación.

5. El testimonio evangélico que dais a través de vuestra consagración, vivido en la puesta en práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y a través del testimonio del espíritu de oración que anima vuestras comunidades, halla una expresión lozana y particularmente fructífera en vuestras actividades apostólicas. Pienso especialmente en vuestro trabajo entre los pobres, los enfermos, los niños y sus familias, en el amplio campo de la enseñanza y la catequesis. Vuestra dedicación a la instrucción de los jóvenes es siempre muy importante. Estas actividades vuestras son un modo especial de evangelización, de verdadero progreso humano. El ejercicio de este apostolado, por mandato de vuestras congregaciones y en colaboración plena con las comunidades eclesiales locales, os confiere un puesto claro en la Iglesia, que tiene su tarea específica. Sed siempre fieles a vuestra misión, a pesar de las tentaciones, y vivid alegres para conservar vuestra identidad interior y para ser reconocidas exteriormente por lo que sois.

6. Mantened cuidadosamente, al mismo tiempo, el respeto constante y la docilidad amorosa que siempre habéis manifestado hacia el Magisterio y la jerarquía. Como sabéis, la vida religiosa carece de significado fuera de la Iglesia y de la fidelidad a sus directrices. Estad, por tanto, siempre dispuestas a acoger las enseñanzas del Magisterio y, en consonancia con vuestro carisma particular, estad dispuestas a colaborar en el trabajo apostólico de la diócesis local, bajo la dirección de vuestros obispos unidos al Sucesor de Pedro y en unión con Cristo. La Palabra de Cristo fielmente proclamada por la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, será para vosotras una verdadera fuente de santidad y libertad. Jesús nos asegura: "Conoceréis la verdad, y la verdad os librará" (Jn 8, 32).

7. Quisiera también exhortaros a acrecentar vuestra colaboración apostólica en el servicio a las familias, que son el ámbito especial de la evangelización, y en la formación de los jóvenes. Actuando de este modo estaréis en concordancia con las conclusiones del reciente Sínodo de los Obispos.

8. Para terminar, os encomiendo a la intercesión de todos los santos mártires de Nagasaki, y especialmente a la protección de María, Reina de los Mártires y Madre de la Iglesia. Ella es, realmente, la Madre de todos los cristianos, en especial de aquellos que abrazan la vida religiosa; Ella, que es tan venerada en Japón bajo la advocación de Edo no Santa María y de Nuestra Señora de Otome-tôge. Ella fue a quien Pablo VI presentó como la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen que engendró a Cristo y lo ofreció para la salvación del mundo. Que Ella sea vuestra guía a lo largo del sendero, a veces difícil pero siempre gozoso, hacia el ideal de la completa unión con Cristo. Esta es mi oración a María por cada una de vuestras comunidades. Os imparto mi bendición apostólica rogando para que vuestra alegría sea plena.

 



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