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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA
ISLÁMICA DE IRÁN ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 14 de noviembre de 1981

 

Señor Embajador:

Si bien habéis iniciado ya debidamente vuestra misión diplomática ante la Santa Sede, me es grato, sin embargo, poder recibir hoy personalmente las Cartas Credenciales que os acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Islámica del Irán.

El significado de esta ceremonia está vinculado al pueblo iraní en su totalidad. Mira a su bienestar; abarca su historia, su cultura y su destino. Vuestra presencia aquí debe ser entendida como un signo de esperanza para todos vuestros ciudadanos; ellos serán los primeros beneficiarios de los esfuerzos realizados en promover la verdadera paz y la dignidad humana. Entre vuestros conciudadanos se hallan los miembros de la comunidad católica, que pertenecen con pleno derecho a la Nación; su deseo es trabajar por el bien y el progreso de la misma y sólo aspiran a poder disfrutar, junto con todos sus hermanos y hermanas de Irán, de una plena libertad de religión y de acción. Quiero expresar mi gran interés fraterno por su prosperidad y también por la felicidad de todo el pueblo de vuestro País.

Habéis mencionado los sufrimientos de la guerra y la violencia del terrorismo. Guerra y terrorismo son males que tanto mis predecesores como yo mismo hemos denunciado constantemente. Pero con no menos intensidad hemos procurado proclamar e inculcar esa justicia esencial y ese amor fraterno que originan un comportamiento auténtico entre los miembros de la misma familia humana. Lo que más vivamente desea la Santa Sede es el entendimiento mutuo y la reconciliación; trabajar para la destrucción de la guerra en sí misma y en sus causas, así como para desterrar el odio.

Como muy bien sabéis vos mismo, la Santa Sede apoya la soberanía e integridad nacional, de igual modo que cree firmemente en la justicia internacional y en la libertad universal no violenta. Defiende firmísimamente la unidad de la familia humana, la importancia que tiene la colaboración amistosa entre las naciones y un profundo y constante respeto por la vida humana, la vida de todo hombre, mujer y niño de esta Tierra. Mediante su actividad diplomática – inspirada por aquellos principios religiosos que ofrecen a su vez una base segura para otros valores sagrados, incluidas la justicia y la paz –, la Santa Sede está dispuesta a proseguir dichos objetivos y a animar todas las iniciativas provechosas que afirmen, alienten y respeten la vida humana.

Con este espíritu doy la bienvenida a Vuestra Excelencia y acojo el mensaje de Su Eminencia, el Imán Jomeini, del que sois portador autorizado. A este mensaje quiero corresponder con un devoto saludo de paz para él y para el Presidente de Irán. Para la Nación entera invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso y lleno de misericordia.

Y a vos, Señor Embajador, os ofrezco la seguridad de ayudaros en vuestra misión, rogando a Dios que sea una contribución eficaz para promover la causa de la dignidad humana y la paz mundial.

 


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1982, n.4, p.15.

 

 



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