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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE SUDÁN EN VISTA «AD LIMINA APOSTOLORUM
»

Viernes 30 de octubre de 1981

 

Amadísimos hermanos:

1. Nos hemos reunido hoy en nuestro Señor Jesucristo, bajo el signo de la esperanza. Efectivamente, nuestra misma presencia aquí es una celebración de "Cristo Jesús, nuestra esperanza" (1 Tim 1, 1), y todas nuestras reflexiones las hacemos en unión con El.

2. La historia de la Iglesia en Sudán es una historia de esperanza. La evangelización de vuestro pueblo fue concebida en la esperanza, y la semilla de la Palabra de Dios fue sembrada en la esperanza. Fue la esperanza la que originó la aurora de la evangelización; fue la esperanza la que inspiró todos los subsiguientes esfuerzos apostólicos. Los misioneros, ellos mismos "fundados y estables en la fe, no apartándose de la esperanza del Evangelio" (Col 1, 23), llevaron esta esperanza a vuestros antepasados. Ellos esperaron en Aquel a quien predicaron, y en cuyo nombre vinieron para servir. Entre los héroes de la esperanza en vuestro país estuvo el Apóstol del Sudán, el obispo Daniele Comboni, de cuya muerte estamos conmemorando el centenario durante este mes.

3. La cosecha, aunque lejos de ser completa y a pesar de innumerables dificultades, ha sido abundante. El nombre del Señor Jesús ha sido predicado, y la esperanza de salvación ha sido proclamada. Por la gracia divina el proceso sigue adelante, pues las generaciones nuevas son guiadas a percibir e identificar —si bien sólo gradualmente— a Aquel que es el fin de toda revelación profética, el Señor de la esperanza: "La veo, pero no ahora; la contemplo pero no de cerca" (Núm 24, 17).

4. El centenario de la muerte del obispo Comboni ha llegado a ser un símbolo de esperanza en Sudán. En el mismo día del centenario, hace tres semanas, la esperanza misionera encontró cumplimiento cuando el arzobispo Zubeir sucedió a su amado predecesor, el arzobispo Baroni, como metropolitano de Jartum. Es también una alegría para mí constatar los diversos proyectos concretos que se están realizando con ocasión de esta importante celebración del centenario, como también las celosas iniciativas que vuestra Conferencia Episcopal ha patrocinado de acuerdo con su plan pastoral de noviembre de 1979. Y todos estos proyectos e iniciativas están ligadas a la esperanza revelada en el Evangelio de Cristo. Ulteriores indicios de esperanza y motivos de alegría se perciben en el reciente establecimiento de las Hermanas Misioneras de la Bendita Virgen María, y en la disponibilidad y asistencia de otros generosos religiosos.

5. Sí, queridos hermanos, a pesar de todos los obstáculos y tribulaciones que deben afrontarse por el Evangelio, es evidente que el misterio pascual de Jesús es una fuente de esperanza perenne y eficaz para vosotros y vuestro pueblo. ¿No dijo San Pedro que "hemos sido reengendrados a una viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (1 Pe 1, 3)?

6. Hoy el deseo de mi corazón es confirmaros en esta "viva esperanza" aseguraros mi fraterna y devota solidaridad en Cristo Jesús, y dar testimonio del amor de la Iglesia universal por esas comunidades eclesiales que presidís y por las cuales entregáis vuestras vidas en amoroso servicio pastoral. Mi mensaje es un mensaje de esperanza motivado por el amor hacia vosotros, el amor por vuestros sacerdotes, vuestras religiosas y vuestros laicos. Por medio de vosotros y a través de todo vuestro pueblo, unidos por la palabra y el sacramento en una comunidad, el Señor Jesús desea mantener viva la invencible esperanza de su Evangelio. En este momento de la historia sois llamados para pastorear a vuestro pueblo, para conducirlo a poner su esperanza en el misericordioso Salvador del mundo, en el Redentor del hombre. Sí, vuestro servicio pastoral es guiar la grey confiada a vuestro cuidado a esperar en la eficacia de la pasión de Cristo, en el poder de su resurrección, en la realidad de sus promesas, en el amor a su Persona.

Amados hermanos: Vuestro ministerio y el mío es proclamar incesantemente. la Palabra encarnada de Dios, el Hijo del Padre Eterno, "Cristo Jesús, nuestra esperanza".

 



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