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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR DE SINGAPUR
ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 5 de febrero de 1982

 

Señor Embajador:

1. Con gran placer le doy la bienvenida como Primer Embajador de la República de Singapur ante la Santa Sede y recibo, junto con las Cartas Credenciales, el afectuoso saludo de Su Excelencia el Presidente C. V. Devan Nair.

Por mi parte, quisiera expresar también mis mejores deseos en favor de Su Excelencia el Presidente y de todo el pueblo de Singapur.

2. En el espacio de tiempo relativamente corto que ha transcurrido desde la fundación de la ciudad de Singapur, ésta ha crecido rápidamente. Gentes de origen diverso se han unido para formar la industriosa población actual de vuestra República. Como usted ha señalado, estas gentes han sentido la necesidad de vivir y trabajar en armonía. Su gran variedad subraya la importancia de los valores humanos, comunes a toda la Humanidad. Su colaboración enriquece la sociedad como un todo, a cuyo bienestar ha de prestar cada grupo la propia valiosa colaboración. A su vez, cada uno de los grupos recibe grandes beneficios de una situación como la que existe en Singapur: su continua relación con gentes enraizadas en una civilización diferente de la suya, juega un papel no pequeño en el desarrollo de su genio y espíritu particulares. Por ello, siento una gran alegría al contemplar que la comprensión y la cooperación reinan entre las gentes de Singapur y pido para que esta actitud continúe entre ellos, no sólo para el bien de su propia Nación, sino también como un ejemplo para otros y para la comunidad internacional en general.

3. Desde una época muy temprana en la historia de Singapur, los miembros de la Iglesia Católica han participado voluntariamente en su Nación sirviendo a la comunidad, especialmente por medio del trabajo en el campo de la educación. La misión de la Iglesia no es de orden político, económico o social: su objetivo es religioso. Pero su misión religiosa puede constituir una fuente de compromiso y de vigor al servicio a los intereses morales y espirituales de la comunidad humana y a su desarrollo de acuerdo con la ley de Dios, La Iglesia ofrece, por ello, su libre cooperación para fomentar entre los pueblos la fraternidad, lo cual corresponde al alto destino del hombre. Sus motivaciones se hallan libres de ambiciones humanas. Su única finalidad es continuar la obra de Cristo, que vino al mundo a dar testimonio de la verdad, a salvar y no a condenar, a servir y no a ser servido.

Así, pues, deseo una cordial cooperación entre la República de Singapur y la Santa Sede a fin de fomentar la comprensión y la armonía entre los pueblos, restablecerla donde se vea lesionada, protegerla donde sea socavada y afianzarla allí donde exista. Las relaciones diplomáticas establecidas ahora facilitarán esta cooperación. Pido a Dios que ésta prospere y que bendiga a Su Excelencia y su misión.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.11, p.18.

 



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