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VIAJE APOSTÓLICO
A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL


CEREMONIA DE BIENVENIDA A GUINEA ECUATORIAL

DISCURSO DE JUAN PABLO II 

Malabo, 18 de febrero de 1982

 

Queridos hermanos y hermanas:

Siento una profunda alegría al llegar a esta Nación y a la isla en la que está su capital, Malabo, en el curso de mi viaje apostólico por tierras africanas. Doy ante todo gracias a Dios, que me ha permitido venir hasta aquí.

Deseo en primer lugar agradecer la presencia en este aeropuerto del Señor Presidente de la República, que ha tenido la deferencia de venir a recibirme. En espera del encuentro personal que tendremos después, quiero asegurarle que he apreciado vivamente este gesto, al que amablemente se han asociado las altas Jerarquías del Estado, a las que expreso asimismo el testimonio de mi hondo reconocimiento.

Particularmente grata me es la presencia de vuestro querido Pastor, Monseñor Rafael María Nzé Abuy. A él y a todos vosotros doy mi cordial saludo: que la paz de Cristo esté siempre con vosotros.

Mi estancia en esta ciudad no puede ser tan larga como habría anhelado; pero no podía faltar una presencia mía aquí, para encontrarme con todos vosotros, queridos hermanos y hermanas de esta hermosa isla, que habéis venido a verme. Y como muchos no habríais podido desplazaros hasta más lejos, he sido yo a adelantarme en la visita, en la que incluyo también a todos los habitantes de las islas cercanas que forman parte de vuestro País.

Esta permanencia en Malabo y la sucesiva en Bata son prueba de mi profundo afecto por vosotros y por todos los hijos ecuatoguineanos, de las islas, del continente y los que viven fuera, así como del recuerdo que en tantas ocasiones os acompaña, y que se hace plegaria por vuestras intenciones y necesidades.

Mi viaje tiene una finalidad exclusivamente evangelizadora: vengo a confirmar vuestra fe de cristianos y alentaros en vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

Sé bien que en el pasado habéis tenido que soportar a veces graves dificultades. Por ello os manifiesto mi gozo ante la constancia con la que habéis dado testimonio de vuestra adhesión a Cristo, como hijos del Padre común que a todos nos ama por igual y nos acompaña en cada momento de nuestra existencia, dándonos la fuerza de confesarle aun en el martirio.

Como recuerdo, pues, de mi visita os dejo las mismas palabras con las que el Apóstol San Pablo exhortaba a los cristianos de su tiempo: “Como habéis recibido al Señor Cristo Jesús, andad en El, arraigados y fundados en El, corroborados por la fe”. Y dado que en vuestro contexto geográfico sois una Nación de gran mayoría católica, dad siempre ejemplo de concordia entre vosotros, de amor mutuo, de capacidad de reconciliación, de respeto efectivo a los derechos de cada ciudadano, familia, grupo social. Respetad y promoved la dignidad de todas las personas en vuestro País, como seres humanos y como hijos de Dios.

Que El os ayude siempre en ese camino y que la Virgen Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, os acompañe por senderos de progreso en la fe y en la práctica de la vida cristiana, en un clima de paz, honestidad privada y social, de creciente bienestar. Esforzándoos por colaborar, como leales ciudadanos, en la construcción de la Patria serena, próspera y justa que unánimemente deseamos.

Con estos votos, a todos abrazo en el amor de Cristo y doy, particularmente a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas, seglares comprometidos en el trabajo eclesial y de manera especialísima a los niños y enfermos, mi cordial Bendición.

 



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