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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE IRAK
ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 3 de febrero de 1984

 

Señor Embajador:

Me complace darle la bienvenida hoy aquí, adonde viene para presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Irak ante la Santa Sede. Le agradezco el saludo que me ha transmitido del Excelentísimo Presidente Saddam Hussein y le pido a usted le asegure que rezo fervientemente por su País.

En mi Mensaje de la Jornada de la Paz del 1º de enero atraje la atención sobre el hecho de que «nuestro mundo está como aprisionado por una red de tensiones». A veces estas tensiones se agrandan para explotar en guerras implacables que son origen de destrucción y sufrimiento indecibles de cuantos están afectados por ellas. También señalé que a veces en estos sucesos «los protagonistas encuentran gran dificultad, por no decir impotencia, en frenar este proceso y encontrar medios adecuados para reducir las tensiones mediante pasos concretos que terminen con esta escalada...» (n. 1).

Espero sinceramente, Señor Embajador, y por ello pido, que se den condiciones en un futuro próximo que permitan la vuelta de la paz y la tranquilidad a su región, y se encuentre el camino que lleve a superar las causas de las tensiones y a lograr nuevo entendimiento y verdaderas posibilidades de paz. Como también indiqué en el Mensaje de la jornada mundial de la Paz, «debemos resistir a la caída en el fatalismo o el desánimo» (ib., conclusión). Dios Todopoderoso guíe a los que están en guerra hacia una paz justa.

Señor Embajador: le aseguro que rezo constantemente por todos los ciudadanos de su País. Entre ellos hay también miembros de la comunidad católica que pertenecen a distintos ritos de larga y venerable historia y les hacen enorgullecerse de su identidad nacional. Ellos también están ansiosos de contribuir plenamente, al compás con los demás ciudadanos, al progreso y desarrollo de su País con espíritu de amor y servicio, sostenido por su fe religiosa.

Y, en fin, pido asimismo bendiciones divinas para usted, Excmo. Señor, para que sienta dicha y plenitud en su misión diplomática de representante de Irak ante la Santa Sede.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 11, p.6.



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