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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE FINLANDIA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 9 de febrero de 1984

 

Señor Embajador:

Le doy la bienvenida a esta casa adonde han venido ya numerosos diplomáticos finlandeses a representar a su País ante la Santa Sede como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios. Los sentimientos que acaba de expresar Su Excelencia, al inaugurar sus altas funciones, me impresionan y alegran, y permiten prever que su misión será fructuosa para Finlandia, así como para la Santa Sede, y también para reforzar la paz en el mundo. Al saludar a vuestra persona, pienso en el Excmo. Sr. Presidente Mauno Koivisto que le envía, y a quien agradezco sus buenos deseos, y pienso también en el Gobierno y todo el amado pueblo finlandés.

Ha insistido usted en el progreso de las relaciones internacionales y éste es un campo – como usted ha subrayado – que interesa vivamente a la Santa Sede y a la propia Finlandia. Nadie olvida la historia milenaria de su País: ha pasado por horas de gloria, prueba, humillación y decidida recuperación, y ha procurado mantener su originalidad, cultura e independencia. Las vicisitudes de mi propio País me ayudan a apreciar lo que está en juego. La posición geográfica y estratégica de Finlandia la invita ahora más que nunca a procurar un equilibrio delicado, a la vez que se vigila y se persigue firmemente la estabilidad y la paz. Es fácil comprender la importancia que usted atribuye a la seguridad, a la neutralidad, al alejamiento de amenazas de guerra, de todo tipo de guerra, y especialmente a la limitación y reducción de las armas nucleares, cuyos peligros para la vida de todo el conjunto del Planeta han puesto en evidencia los recientes trabajos de los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias. Por ello, usted preconiza recurrir a los medios de la negociación, debate leal, comprensión y tolerancia para evitar que se endurezcan las tensiones y se enconen las crisis, y degeneren en conflictos armados o violencias que ofendan injustamente los derechos de una de las partes y pongan a ésta a merced de una revolución absurda. Pero al mismo tiempo, usted sabe que no es cuestión de renunciar a las condiciones realistas de la paz ni a las exigencias que son honor y felicidad de un pueblo soberano, es decir, su personalidad cultural, sus concepciones sociales, sus convicciones morales y religiosas, su libertad y los Derechos fundamentales de todos sus miembros.

La Santa Sede comprende todo esto y se esfuerza por promoverlo dentro de su propia misión, completamente especial, en la comunidad mundial y en Europa en particular. A veces se encuentra aportando su contribución concreta en situaciones difíciles, para evitar la guerra, alentar la reanudación de negociaciones y orientar hacia soluciones justas. Más en general, la autoridad moral y espiritual de la Santa Sede, que Su Excelencia ha tenido a bien evocar, afecta al Espíritu que debe inspirarlas y hacerlas provechosas, y no sólo a los aspectos técnicos de las negociaciones. Pues lo que la Sede Apostólica trata de fomentar es una atmósfera de confianza que ha de establecerse de nuevo por encima de endurecimientos pasionales o incluso de rupturas, una búsqueda leal y serena, una mirada que abarque los verdaderos problemas sin dejar que el espíritu se ciegue o encadene por prejuicios e ideologías, un afán de justicia para todos, incluso para los países pequeños y las minorías, y el respeto de las libertades y de los Derechos; en una palabra, se trata de situarse ante lo esencial, ante lo que interesa para el porvenir pacífico de los pueblos –olvidados demasiadas veces– y para su auténtico progreso.

Esto es lo que me impulsa a hablar frecuentemente del cese de la escalada Este-Oeste, y también de las inmensas necesidades del «Sur»; y esto mismo ha llevado a la Santa Sede a interesarse tanto por el progreso de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, cuya Acta final lleva precisamente el nombre de Helsinki: quisiéramos que los valores contenidos en dicho documento se desarrollasen en la medida y forma concreta que merecen, sobre todo en lo concerniente a los Derechos del hombre y a la cooperación entre los pueblos.

Señor Embajador: Hemos hablado sobre todo de relaciones internacionales que, por otra parte, son de vital importancia para la seguridad y paz de Finlandia. Pero la Santa Sede no olvida lo que afecta directamente a su patria, a su felicidad, vitalidad económica en el clima duro de su región, conservación y progreso de su patrimonio cultural y artístico, y a la fidelidad de sus hijos a los valores morales y espirituales, ya que el primer valor de un país está en su alma y en el sentido profundo que da a su vida en relación con Dios Creador y Salvador. Estoy seguro, por lo demás, de que la pequeña comunidad católica contribuye generosamente a ello, junto con los creyentes luteranos y ortodoxos y con todos los ciudadanos.

Mis votos calurosos van, pues, a toda la Nación y, en primer lugar, a quien preside actualmente los destinos del País, el Dr. Mauno Koivisto, que le ha entregado estas Cartas Credenciales para representarlo ante la Santa Sede y reforzar así los lazos de amistad y cooperación. Deseo muy especialmente que, gracias a la acogida que usted encuentre aquí y gracias al mensaje que escuché y al testimonio que usted mismo aportó, su misión sea feliz y fecunda. El Señor le bendiga y bendiga a sus seres queridos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 11, p.6.



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