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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

VISITA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE TOGO*

Pya, Togo
Viernes 9 de agosto de 1985

 

Señor Presidente:

1. Las amables palabras que acabáis de pronunciar refuerzan aún más mis sentimientos de gratitud por la calurosa acogida que habéis querido dispensarme en vuestro País. Como signo especial de bienvenida, habéis tenido a bien recibirme con mis colaboradores en vuestra propia residencia, en Pya, de donde sois originario. Os agradezco vivamente este signo de consideración, al cual soy sensible.

Las horas que he podido pasar hasta este momento entre vosotros, me han permitido apreciar con reconocimiento la hospitalidad maravillosa de todo el pueblo togolés. Estoy seguro de que, con ocasión de mi visita, muchos de vuestros compatriotas se interrogan sobre las actividades de la Iglesia Católica y por el significado del mensaje cristiano para los hombres del Togo de hoy. A ello contribuye la resonancia que, gracias también a vuestra solicitud, conceden a mi breve estancia entre vosotros los modernos medios de comunicación. Por esta delicada atención, Señor Presidente, os doy también las gracias. Es un signo de que vuestro País, con sus diferentes comunidades culturales, se adhiere al gran principio de la libertad religiosa.

2. El Papa ha venido a vosotros como portador del mensaje eterno del Evangelio, que debe ser comprendido y traducido continuamente en términos vivos y concretos, para que llegue a los hombres allí donde éstos se encuentren, en la fase concreta de su desarrollo personal y comunitario.

Cuando han transcurrido ya más de noventa años de evangelización, Togo ha realizado ampliamente la experiencia del Cristianismo, las múltiples actividades de la Iglesia orientadas a la formación, educación, asistencia, promoción humana y social. Humilde pero eficazmente, cuatro generaciones de creyentes han podido servir ya a sus hermanos, intentando poner en práctica el precepto del amor universal al prójimo enseñado por Cristo. Han dejado tras de sí realizaciones numerosas, que usted conoce bien. Éste es el aspecto visible del compromiso de la Iglesia, y demuestra que, al convertirse en discípulos de Cristo, los cristianos no abandonan sus solidaridades humanas. Más bien, la fe, cuando se vive auténticamente, permite que el hombre se haga más presente en sus deberes y en sus responsabilidades familiares, sociales, comunitarias.

3. La motivación de la acción multiforme de la Iglesia se debe buscar en el Evangelio. En el contacto con esta Palabra vivificante, el hombre aprende a conocer cada vez mejor a Dios, a orar con Él, a servirle, a buscar su voluntad y, en consecuencia, a abrirse activamente a las necesidades de sus hermanos, a respetarlos en su dignidad, a ir a su encuentro. Los cristianos están convencidos de que ciertos retos de la vida no pueden ser aceptados más que con la fuerza y la clarividencia que proporciona la fe en Dios: el perdón de las ofensas, la aceptación del otro, el don generoso de sí mismo al servicio de la comunidad.

La misión de la Iglesia es hacer que todos los hombres conozcan este Evangelio del amor de Dios, del amor al prójimo; del perdón, de la comunión fraterna de los hombres entre sí. La Iglesia no es una empresa de inspiración puramente humana; es extraña a cualquier forma de competencia temporal. La Iglesia se halla toda ella al servicio de la Palabra de Dios en la que cree. Su misión religiosa se inscribe en la esfera de libertad irreductible propia de toda persona humana y que corresponde por derecho a toda comunidad auténtica de creyentes.

4. Al intentar vivir las exigencias del Evangelio, el cristiano no actúa en contradicción con sus deberes de padre o madre, de hijo o hija, de trabajador o ciudadano: cumple todos estos deberes con la fuerza interior de la fe.

Entre los grupos sociales y étnicos, entre las culturas y las diferentes Confesiones religiosas, entre las naciones del mundo entero, la Iglesia, por fidelidad al Evangelio, contribuye de ese modo a tejer lazos cada vez más estrechos de solidaridad y de respeto mutuo. Consciente de su vocación específica, ayuda a buscar una y otra vez nuevos caminos para la paz: y la justicia. En esta misión, la Iglesia se siente orgullosa de poder enriquecerse con el testimonio de nuevas comunidades fervientes, como las de vuestro país.

La Iglesia sabe además que la nación togolesa, con sus gobernantes, está interesada en la solidaridad internacional, como lo testimonian las importantes reuniones que se realizan en Lomé.

5 Señor Presidente: Sabéis que las autoridades pueden contar siempre con la lealtad de los cristianos hacia su Patria terrestre. Conoce bien las tareas que les corresponden como ciudadanos. Con sus hermanos de otras creencias, participan y participarán siempre de todo corazón en la obra común. Los responsables de los Estados pueden contar asimismo con la oración de la Iglesia para que Dios, que es el Dueño de la historia, les asista en su pesada carga al servicio del bien común. Al asociarme a esta oración, imploro gustosamente sobre Su Excelencia, Señor Presidente, sobre sus colaboradores y sobre todo el pueblo togolés las bendiciones del Omnipotente.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,  n. 33 p.5. 



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