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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA GENERAL DE LA FEDERACIÓN CATÓLICA
DE EDUCACIÓN FÍSICA Y DEPORTIVA


Jueves 3 de abril de 1986
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Egregios señores:

1. Me alegra poder encontrarme con vosotros, participantes en la asamblea de la Federación católica de educación física y deportiva, que celebra en Roma el LXXV aniversario de su fundación.

Saludo a los presidentes y a los miembros de las diversas delegaciones nacionales, con los representantes de las distintas asociaciones miembros del movimiento de la FICEP. He notado que están enumerados aquí casi todos los Estados europeos, lo cual es signo de la vitalidad de la asociación y de su significativa presencia en el ambiente deportivo a través de los distintos organismos nacionales.

Me alegro con vosotros de la obra de formación humana y espiritual que, fieles a los objetivos institucionales de la Federación, intentáis realizar en el mundo del deporte. Ya desde 1906 la Federación pretendía reagrupar todas las fuerzas católicas para promover la sana educación física, junto con la religiosa y moral. Habéis mantenido la fe en este compromiso, que constituye vuestra razón de ser y el objeto específico de vuestro apostolado. Habéis sido fieles a vuestra misión en los años transcurridos y queréis serlo también hoy, en el complejo mundo deportivo contemporáneo, que se ha convertido en un fenómeno social de gran trascendencia e interés. Deseo animar la obra educativa y social realizada por todos vosotros, cuando intentáis difundir el verdadero sentido del deporte, no sólo en el mundo de las competiciones y de las exhibiciones deportivas, sino además en la práctica más común del deporte, es decir, en la actividad que desarrolla cada persona con el fin de lograr habilidad y eficacia física en el propio organismo para el bien de toda la persona.

2. Como afirmé con ocasión del Jubileo de los Deportistas, la Iglesia reconoce la dignidad fundamental del deporte en su intrínseca realidad en cuanto contribución a la formación del hombre y componente de su cultura y civilización (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de abril de 1984, pág. 9). La verdad de este aserto se evidencia aún más en nuestra época, en la que la actividad deportiva parece haberse convertido en un hecho más común e incluso necesario. Algunas exigencias de la vida moderna y de la actividad del trabajo, tales como las estructuras domésticas de las grandes aglomeraciones urbanas, multiplican, en efecto, las circunstancias en que se hace necesario encontrar tiempo libre para ejercitar la fuerza y la destreza, la resistencia y la armonía de movimientos, con el fin de obtener o garantizar la eficacia física necesaria para el equilibrio global del hombre. En este contexto aparecen con mayor claridad los valores humanos del deporte, como momento importante del uso del propio tiempo, porque en él el hombre adquiere mayor dominio de sí y ejerce una expresión más adecuada de dominio de su inteligencia y de su voluntad sobre el propio cuerpo. De aquí nace una actitud serena de respeto, estima recuperación de la actividad deportiva y, en consecuencia, su consideración como un posible momento de elevación.

Considerad vuestra misión como un importante compromiso por lograr que con la multiplicación de la práctica del deporte a nivel colectivo, se realice también, por así decir, una "redención" del fenómeno deportivo, según los principios que la Iglesia ha proclamado siempre. Todo deportista tienda a obtener, con el dominio de sí mismo, aquellas virtudes humanas básicas que constituyen una personalidad equilibrada y que desarrollan además "una actitud agradecida y humilde hacia el Dador de todo don y, por tanto, también de la salud física, abriendo así el alma a los grandes horizontes de la fe. El deporte practicado con sapiencia y equilibrio asume entonces un valor ético y formativo y es palestra de virtudes válidas para la vida" (Discurso a los participantes en los Juegos nacionales italianos de la Juventud, 9 de octubre de 1982).

3. Conviene subrayar que una auténtica formación humana y cristiana de los deportistas se convierte indirectamente en instrumento de educación en un plano social más amplio. Es bien conocido el interés que existe actualmente por el atletismo y por aquellas actividades deportivas que se han convertido en espectáculo. Tales actividades ocupan gran parte del tiempo libre y del entretenimiento de la población actual. No se trata, obviamente, de un fenómeno nuevo, pero es evidente que los medios de comunicación social han convertido hoy los hechos deportivos en algo tan universalmente conocido que hacen de ellos un paradigma de la psicología de masas, exaltando la emotividad de los sujetos y difundiendo en los espectadores consiguientes expresiones de emulación.

Ahora bien, si el deporte se practica incluso en el contexto del atletismo, como una oportunidad para exaltar la dignidad de la persona, puede convertirse en un vehículo de fraternidad y de amistad para todos aquellos que siguen los acontecimientos deportivos. Quien asiste a una manifestación deportiva, la vive en cierto modo, participa del espíritu que la determina, nota sus efectos.

En estas circunstancias no debería prevalecer la exaltación de la fuerza y mucho menos el empleo de la violencia, cuando la manifestación deportiva se convierte en ocasión para descargar agresividades latentes de algunos individuos o grupos. También el espectador debe saber respetar la regla fundamental del deporte en cuanto confrontación leal y generosa, lugar de encuentro, vínculo de solidaridad.

Considerad a este respecto la importancia que tiene al formar profesionales del deporte capaces de testimoniar en cualquier circunstancia los valores auténticos de la competitividad sana y correcta. Todo "campeón" es en cierto modo un modelo hacia el que los jóvenes manifiestan una gran sensibilidad; ahora bien, si en la juventud se difunde el sentido de la igualdad y de la amistad, si en las competiciones prevalece la lealtad en las relaciones, la serenidad en las actitudes, si, en una palabra, se saben respetar siempre los valores fundamentales de la persona humana, fin y medida de toda actividad deportiva, el deporte puede contribuir a difundir en las mismas masas de espectadores un espíritu más auténtico de fraternidad y de paz.

4. Como veis, vuestro compromiso en favor de una formación ética en el ambiente deportivo tiene un alcance cada vez mayor y se revela cada vez más válido e interesante. Os deseo que continuéis realizando eficazmente, con la ayuda de Dios, la tarea que habéis asumido como misión.

El misterio pascual que celebramos en estos días sea para vosotros motivo de inspiración y de esperanza. Vosotros intentáis, en efecto, que el hombre se renueve continuamente en el bien y sea capaz de orientar su vida hacia "una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible". (1 Pe 1, 3-4).

Con estos sentimientos deseo impartir a todos vosotros y a vuestras asociaciones mi bendición apostólica.



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