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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LOS INTELECTUALES Y EL MUNDO UNIVERSITARIO

Capilla del Seminario de Medellín
Sábado 5 de julio de 1986

 

Señor Presidente de la República,
señor cardenal,
excelentísimos e ilustrísimos señores,
señores rectores,
consejos directivos y profesores responsables de la pastoral universitaria,
amigos de la cultura y de la ciencia,
queridos estudiantes:

Al término de una intensa jornada, ya al final de mi visita a Medellín, no puedo dejar esta entrañable ciudad sin encontrarme con vosotros, hombres y mujeres de ciencia y de cultura. Siento esto como un obligado tributo que el Papa y la Iglesia os deben, y como un gesto vuestro de acoger como natural y obvia la presencia de la Iglesia y del Papa. Permitidme que a este motivo añada otro de orden, por así decir, vital: el encuentro con los jóvenes estudiantes, de los que ahora solamente puedo encontrar a algunos representantes, el miércoles pasado, en “El Campín” de Bogotá, tuve la alegría de sentirlos muy cercanos y en gran número.

La Iglesia necesita de la cultura, lo mismo que la cultura necesita de la Iglesia. Lo he dicho ya en otras ocasiones y lo repito ahora a vosotros añadiendo que la Iglesia, en la elección e intercambio de bienes entre fe y cultura, piensa preferencialmente en los jóvenes (cf. Puebla, 1.186)  y espera de ellos, a su vez, una adhesión preferencial.

Heme aquí, pues, para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre esta realidad fundamental en la vida de los hombres y de los pueblos, que es la cultura.  

1. La universidad es un centro ideal para la maduración de una nueva cultura. Los jóvenes proporcionan a este proceso la fuerza vital y la aceleración necesarias para llevar a cabo un cambio de cualidad.

Es un hecho que las universidades como tales, sea en su acepción de conjunto de profesores y de estudiantes, sea como centros donde el saber, globalmente considerado, se hace objeto de investigación, enseñanza y aprendizaje, son un campo propicio, para orientar eficazmente la cultura y la sociedad de una nación, de un continente. Por ello también la Iglesia, con el debido respeto de las recíprocas autonomías, pretende renovar y reforzar los vínculos que la ligan a las universidades colombianas desde la fundación misma de éstas.

Vuestro país dispone de 50 universidades, sin contar los institutos y los centros de investigación, las academias, los museos, etc. Se trata de un importante patrimonio de ciencia y de cultura, que es motivo de justificado orgullo, pero, al mismo tiempo, es un instrumento de grave responsabilidad ante Dios y ante el pueblo colombiano para el futuro de esta noble nación. Mirad con esperanza el futuro, pero también con un ponderado sentido de realismo y lealtad. La universidad debe servir al país en el esfuerzo común por construir una sociedad nueva, libre, responsable, consciente del propio patrimonio cultural, justa, fraterna, participativa, donde el hombre, integralmente considerado, sea siempre la medida del progreso.

En el camino hacia esta espléndida meta, habrá que superar graves dificultades, que vosotros bien conocéis. Desde la misión sobrenatural que le confió su Fundador la Iglesia os acompaña. En este sentido ella siente su propio ministerio como connatural con la universidad y la escoge como una “opción clave y funcional de la evangelización” (Puebla, 1055),  no por afán de dominio, sino para el servicio del hombre.

La cultura, en efecto, como tuve oportunidad de indicar hace algunos años en mi visita a la UNESCO, debe llevar al hombre a su realización plena en su trascendencia sobre las cosas; ha de impedir que se disuelva en el materialismo de cualquier índole y en el consumismo, o que sea destruido por una ciencia y una tecnología al servicio de la codicia y de la violencia de poderes opresivos, enemigos del hombre. Es necesario que los hombres y mujeres de cultura estén dotados no sólo de comprobada competencia, sino también de una clara y sólida conciencia moral, con lo cual no tendrán que subordinar su propia acción a los “imperativos aparentes”, hoy dominantes; sino que sirvan con amor al hombre, “al hombre y a su autoridad moral, que proviene de la verdad de sus principios y de la conformidad de sus actos con esos principios” (Discurso en la sede de la UNESCO, n.11, 2 de julio de 1980). 

La universidad, que por vocación debe ser una institución desinteresada y libre, se presenta como una de las instituciones de la sociedad moderna capaces de defender, juntamente con la Iglesia, al hombre como tal; sin subterfugios, sin ningún otro pretexto y por la única razón de que el hombre tiene una dignidad única y merece ser estimado por sí mismo.

Dedicad, por tanto, en diálogo fecundo con la Iglesia local y universal todo medio legítimo a esta noble finalidad: enseñanza, investigación, actitud de escucha y de colaboración, disponibilidad para cambiar y comenzar de nuevo pacientemente.  

2. En este noble cometido de defensa y promoción del hombre integral, vosotros prestáis un servicio a la toma de conciencia y a la profundización de la identidad cultural de vuestro pueblo. La identidad cultural es un concepto dinámico y crítico: es un proceso en el cual se recrea en el momento presente un patrimonio pasado y se proyecta hacia el futuro, para que sea asimilado por las nuevas generaciones. De este modo se asegura la identidad y el progreso de un grupo social.

La cultura, exigencia típicamente humana, es uno de los elementos fundamentales que constituyen la identidad de un pueblo. Aquí hunde sus raíces su voluntad de ser como tal. Ella es la expresión completa de su realidad vital y la abarca en su totalidad: valores, estructuras, personas. Por ello la evangelización de la cultura es la forma más radical, global y profunda de evangelizar un pueblo.
Hay valores típicos que caracterizan a la cultura latinoamericana, cuales son, entre otros, el anhelo de cambio, la conciencia de la propia dignidad social y política, los esfuerzos de organización comunitaria, sobre todo en los sectores populares, el creciente interés y respecto de la originalidad de las culturas indígenas, la potencialidad económica para hacer frente a las situaciones de extrema pobreza, las grandes dotes de humanidad que se manifiestan, sobre todo, en la disponibilidad para acoger a las personas, para compartir aquello que se tiene y para ser solidarios en la desgracia (cf. Puebla, 1.721).  Apoyándose sobre estos valores indudables se pueden afrontar los desafíos de nuestro tiempo: el movimiento migratorio del campo a la ciudad, el influjo de los medios de comunicación social con sus nuevos modelos de cultura, la legítima aspiración de promoción de la mujer, el advenimiento de la sociedad industrial, las ideologías materialistas, el problema de la injusticia y de la violencia...

En este contexto del servicio a la identidad cultural de vuestro pueblo, no está fuera de lugar recordaros que “la educación es una actividad humana en el orden de la cultura” (Ibíd., 1.024);  no sólo por ser “la primera y esencial tarea” de ésta (Discurso en la sede de la UNESCO, n.11, 2 de julio de 1980),  sino también porque la educación juega un papel activo, crítico y enriquecedor de la cultura misma. La universidad, por ser lugar eminente de educación en todos sus componentes —personas, ideas, instituciones—, puede proporcionar una contribución que va más allá de la pura conciencia de la identidad cultural nacional y popular. La educación, como tal impartida por ella, puede ofrecer una profundización y un enriquecimiento de la cultura misma del país.  

3. Al dirigirme hoy a vosotros, dignos representantes del mundo intelectual y cultural colombiano, en especial, a los laicos comprometidos, deseo lanzar una llamada a que participéis activamente en la creación y defensa de una auténtica cultura de la verdad, del bien y de la belleza, de la libertad y del progreso, que pueda contribuir al diálogo entre ciencia y fe, cultura cristiana, cultura local y civilización universal.

La cultura supone y exige una “visión integral del hombre” entendido en la totalidad de sus capacidades morales y espirituales, en la plenitud de su vocación. Aquí es donde radica el nexo profundo, “la relación orgánica y constitutiva”, que une entre sí a la fe cristiana y a la cultura humana (Ibíd., 9):  la fe ofrece la visión profunda del hombre que la cultura necesita; más aún, solamente ella puede proporcionar a la cultura su último y radical fundamento. En la fe cristiana la cultura puede encontrar alimento e inspiración definitiva.

Pero la conexión entre fe y cultura actúa también en dirección inversa. La fe no es una realidad etérea y externa a la historia, que, en un acto de pura liberalidad, ofrezca su luz a la cultura, quedándose indiferente ante ella. Al contrario, la fe se vive en la realidad concreta y toma cuerpo en ella y a través de ella. “La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe no acogida plenamente, no pensada por entero, no fielmente vivida” (Ibíd., 9).  La fe compromete al hombre en la totalidad de su ser y de sus aspiraciones. Una fe que se situase al margen de lo humano y, por tanto, de la cultura, sería una fe infiel a la plenitud de cuanto la Palabra de Dios manifiesta y revela, una fe decapitada, más aún, una fe en proceso de autodisolución. La fe, aun cuando transcienda la cultura y por el hecho mismo de transcenderla y revelar el destino divino y eterno del hombre, crea y genera cultura.  

4. En este diálogo entre fe y cultura, corresponde de modo particular a las Universidades Católicas colombianas un servicio especial a la Iglesia y a la sociedad. Su primera obligación consiste en reflejar, sin disimulos, su propia identidad católica, encontrando su “significado último y profundo en Cristo, en su mensaje salvífico, que abraza al hombre en su totalidad” (Discurso a los universitarios católicos de México, 2a, 31 de enero de 1979 tratando de construir entre todos “una familia universitaria” (Ibíd., 3). 

En este marco se actúa —con las característica que le son propias— la pastoral universitaria. Apostolado difícil, pero urgente y rico de posibilidades. Lo sabéis bien vosotros, los responsables de esta importante actividad de la Iglesia local que dedicáis a ella generosamente tiempo y energías. Os aliento vivamente a continuar en vuestro esfuerzo por llevar a cabo, en espíritu de colaboración y sentido eclesial una eficaz presencia pastoral en las universidades, sean estas públicas o privadas.

Las Universidades Católicas trabajen, en sano y leal espíritu de emulación con las demás universidades por potenciar el nivel científico y técnico de sus facultades y departamentos, la competencia y dedicación del profesorado, estudiantes y personal auxiliar. Colaboren activamente con los demás centros universitarios manteniendo un recíproco intercambio; estén presentes, además, en los organismos interuniversitarios nacionales e internacionales. Mantengan frecuentes contactos con la Congregación para la Educación Católica y con el Pontificio Consejo para la Cultura. De este modo, contribuirán, activa y eficazmente a la promoción y renovación de vuestra cultura, transformándola por la fuerza evangélica e integrando en armoniosa unidad los elementos nacionales, humanos y cristianos.

Permitidme que en esta ocasión, dedique un saludo de elogio a la benemérita Universidad Pontificia Bolivariana de esta ciudad de Medellín, que celebra el quincuagésimo aniversario de su fundación. Ella goza de un sólido prestigio en Colombia por sus iniciativas culturales al servicio de la región de Antioquia y de todo el país. Vaya mi cordial felicitación a todos vosotros, al señor cardenal y gran canciller, sr. rector, consejo directivo, grupo de fundadores, antiguos alumnos y delegados de los estudiantes aquí presentes, junto con mis fervientes votos de que, como vanguardia de la Iglesia particular de Medellín, puedan alcanzar las metas que he propuesto.  

5. Llegado ya el momento de despedirnos, no puedo hacerlo sin antes expresar a todos los presentes mi agradecimiento por vuestro empeño y contribución en favor de la cultura y de la ciencia. Os pido transmitáis a todos vuestros colegas la gratitud del Papa y de la Iglesia.

¡La Iglesia tiene necesidad de vosotros! Digo más: ¡la Iglesia tiene necesidad de América Latina! A las puertas ya del tercer milenio cristiano y en la preparación inmediata del V centenario de la evangelización de América, deseo expresar desde Colombia el augurio de que, en benéfico intercambio, lleguen a la Iglesia universal los dones de las variadas, ricas y originales culturas latinoamericanas, en las que el cristianismo se ha encarnado de manera profunda.

A mi palabra de aliento por vuestra meritoria labor, uno mi plegaria al Todopoderoso para que os asista en vuestras tareas, mientras bendigo de corazón a todos los presentes, las instituciones que representáis y a vuestras familias.

 



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