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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS
DE SEVILLA Y GRANADA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 14 de noviembre de 1986

 

Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Os saludo con afecto en el Señor, queridos Arzobispos y Obispos de la provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada, que comprenden todas las diócesis andaluzas y además las de Cartagena-Murcia, Badajoz y las Islas Canarias. Os saludo y os manifiesto mi sincera estima, en cuanto “servidores de Dios que anunciáis el camino de salvación” (cf. Hch 16, 17) en comunidades diocesanas, cuyo conjunto asume particular relevancia dentro de la Iglesia en España, no sólo por extensión geográfica, sino también por el crecido número de fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.

Después de haber escuchado de vuestros propios labios el relato pormenorizado sobre la situación de vuestras respectivas diócesis, completado esto con el examen de las Relaciones quinquenales, me es sumamente grato dirigirme a vosotros, Pastores de antiguas y beneméritas diócesis del sur de España y, en vuestras personas, a todos vuestros diocesanos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares. Con nuestro encuentro de hoy se completa esa corriente de caridad y de unidad entre el Sucesor de Pedro y las Iglesias particulares que presidís. La fidelidad a Roma, por una parte, y la solicitud del Papa, por otra, brillan muy alto en esta comunicación mutua que se hace más patente y se fortifica con la visita “ad limina Apostolorum”.

Hace ahora cuatro años, en noviembre de 1982, el Señor me concedió la gracia de vivir en vuestra tierra una jornada inolvidable; allí pude comprobar personalmente ese acervo de cualidades que distinguen y adornan a vuestras gentes, como son su carácter abierto y alegre, su bondad natural, el entusiasmo desbordante de sus manifestaciones religiosas y, sobre todo, digno de admirar, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. La beatificación de sor Ángela de la Cruz en Sevilla y el encuentro en Granada con los educadores cristianos fueron los dos momentos culminantes de aquel día; dos miradores de fe y de esperanza, capaces de abarcar en un horizonte de gracia las inmensas perspectivas de vitalidad cristiana para vuestras respectivas Iglesias particulares.

Fue precisamente en aquella ocasión, cuando me entregasteis un cuidadoso volumen, con numerosos y bien elaborados informes, para hacerme partícipe de vuestros anhelos, dificultades y proyectos comunes. Todo aquello, que podría definirse como el cuadro de la situación general, ha ido completándose en estos días durante los coloquios con cada uno de vosotros, hasta adquirir – así me parece– un perfil bastante detallado, que inspira esperanza en un futuro prometedor.

Hoy quisiera hacer a vuestro lado algunas reflexiones sobre la misión pastoral que os ha sido encomendada y, al mismo tiempo, alentaros a continuar en vuestro servicio al pueblo de Dios recordando las palabras, llenas de emoción, del Apóstol San Pablo a los responsables de la comunidad de Mileto: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre” (Hch 20, 28).

2. Es verdad que, como habéis subrayado vosotros mismos de palabra y por escrito, no podemos pensar en una vitalidad de la Iglesia cada vez más pujante, si al mismo tiempo no intensificamos la nueva evangelización, una tarea cuya urgencia y necesidad se siente hoy más que en tiempos relativamente recientes. Sin ella, el pueblo de Dios se iría quedando casi imperceptiblemente come aletargado, al faltarle la savia del Espíritu que, a través de la palabra y de la frecuencia de los sacramentos, lo mantiene sano y unido y le confiere vigor y fecundidad.

De esa especie de entumecimiento para las cosas espirituales, os habéis hecho eco en algunas de vuestras manifiestas preocupaciones, en conexión no sólo con los cambios amplios y profundos, experimentados por la sociedad actual, sino también relacionado con los males endémicos o las deficiencias históricas que sufren buena parte de vuestras tierras. Podría decirse que se nota un contraste entre la rica tradición cultural y cristiana de vuestros pueblos y los acuciantes problemas sociales todavía pendientes y de no fácil solución: como el paro, la emigración, el retraso cultural, la falta de atención suficiente a las gentes del campo, etcétera.

Una parte importante de la población de vuestras diócesis vive en zonas eminentemente agrícolas. Con su esfuerzo, los trabajadores del campo, hoy come ayer, ofrecen a la sociedad unos bienes que son imprescindibles para su sustento. Por su dignidad como personas y por la labor que desarrollan, los campesinos merecen que sus derechos sean tutelados y que se les faciliten los medios adecuados para acceder a mejores condiciones de vida y a una mayor integración cultural y social en la vida del país.

En vuestro documento “Exigencias sociales de nuestra fe cristiana” poníais vosotros mismos en evidencia la grave situación en que se encuentra una buena parte de las gentes del campo del sur de España. La Iglesia, dentro del ámbito que le es propio, ha de contribuir también al desarrollo y al bienestar del pueblo. A este respecto, la fiel aplicación de la doctrina social de la Iglesia, podrá prestar un gran servicio en favor de una mayor justicia en la distribución y disfrute de los bienes.

3. También en esta tarea, habréis de dar especial énfasis a la participación y corresponsabilidad eclesial de los seglares. Si bien es mucho lo que se ha avanzado en este terreno, es aún largo el camino que queda por recorrer. Es preciso, por tanto, avanzar hacia una presencia nueva de la Iglesia y de los católicos en la nueva sociedad. Los apóstoles seglares han de ser fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En la línea del documento de la Conferencia Episcopal Española “Los católicos en la vida pública”, habréis de alentar sin descanso el compromiso de las comunidades y de los fieles de vuestras diócesis en favor del hombre, de su dignidad inviolable, sus derechos inalienables, la defensa de la vida, la causa de la justicia y de la paz en el mundo. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública.

Para hacerse presentes en medio del mundo como testigos de Dios y mensajeros del Evangelio de la salvación, los cristianos necesitan estar firmemente enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo tal como se transmiten y se viven en la Iglesia. Quiero por ello exhortaros a insistir en el desarrollo de la catequesis atendiendo sobre todo a la exactitud y fuerza religiosa de sus contenidos, de manera que la catequesis sea en verdad para todos los fieles una verdadera introducción a la vida cristiana, desde sus aspectos más íntimos de conversión personal a Dios hasta el despliegue de la vida comunitaria, sacramental y apostólica.

En esta labor de educación en la fe os animo a que prestéis particular atención a los jóvenes, quienes, con frecuencia, encuentran dificultad para vivir su fe cristiana con intensidad y coherencia en medio de una sociedad en la que se manifiesta con fuerza la tentación del secularismo. No pocos de ellos llegan a perder la seguridad de sus convicciones religiosas y se refugian en una peligrosa pasividad, dejando en suspenso su participación activa en la vida sacramental y comunitaria. Ante semejante situación tiene que resonar con fuerza el grito del Apóstol San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1Co 9, 16).

4. Conozco y veo esperanzado y agradecido la inquietud evangelizadora y el protagonismo misionero de la Iglesia en España y cómo estáis trabajando en este sentido en vuestras comunidades. Es ésta una señal más de la asimilación entre vosotros del Concilio Vaticano II y de su dinamismo evangelizador.

La vitalidad de la Iglesia se prueba en su capacidad misionera. A este propósito, la proximidad del V Centenario del comienzo de la Evangelización de América habrá de representar un ulterior acicate en vuestras diócesis, las cuales contribuyeron de forma tan eminente a la difusión del Evangelio en el Nuevo Continente.

Vuestro glorioso pasado religioso ha de ser estímulo para la revitalización del momento presente. No puedo dejar de animaros a que mantengáis y reforcéis los vínculos de cooperación pastoral con otras Iglesias de América, unidas por tantos títulos a las diócesis de España. En mis viajes apostólicos a Hispanoamérica he tenido sobrada ocasión de apreciar el valor de vuestra ayuda a otras Iglesias marcadas por la escasez de brazos sacerdotales y por la vastedad de sus territorios. Procurad, también por eso, que las vocaciones sacerdotales y misioneras surjan numerosas entre vosotros. La fe es grande cuando es expansiva y el cristianismo es auténtico sólo cuando se hace decididamente católico, universal. De ahí que mi exhortación se haga urgente al recomendaros una pastoral muy cuidadosa y muy tenaz de las vocaciones, de manera que vengan a ser testimonio de vitalidad de la fe de vuestro pueblo y prueba de la caridad entre las Iglesias.

5. Antes de finalizar nuestro encuentro quiero invocar sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras Iglesias particulares, con sus sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, la protección de la Virgen, tan venerada en la tierra que vosotros llamáis “de María Santísima”. Que Ella, la Madre de los discípulos de Jesús, la Virgen del Cenáculo y Reina de los Apóstoles, os alcance la plenitud del Espíritu para que haga fecundo vuestro ministerio episcopal.

Con estos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica.



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