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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE JAMAICA ANTE LA SANTA SEDE
*


Viernes 22 de enero de 1988

 

Excelencia:

1. Es un placer para mí darle la bienvenida hoy con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Jamaica. Confío que las cordiales relaciones que existen entre su País y la Santa Sede no sólo serán conservadas, sino también fortalecidas con su misión diplomática.

Le agradezco sus amables palabras referentes a mis esfuerzos por la paz y la justicia dentro de la familia humana, y le doy las gracias por los cordiales deseos que me ha transmitido en nombre del Gobierno y del Pueblo de Jamaica. En un mundo cada vez más interdependiente, en el que la esperanza de la Humanidad, así como los peligros que la amenazan, son tan grandes, la Santa Sede busca promover el diálogo y el entendimiento internacional basado en los valores humanos fundamentales que todos los pueblos comparten como hijos de Dios creados a su imagen y semejanza.

2. En una época que ofrece grandes posibilidades de progreso tecnológico, social, cultural y económico, las naciones no deben perder de vista el hecho que el desarrollo debe tener una base moral y debe ser realizado con ética, para que sea un desarrollo verdaderamente conforme con nuestra dignidad humana. Si queremos gozar de la verdadera justicia, entonces ninguna nación y ningún pueblo deben ser privados de los bienes que nuestra administración de los dones de Dios puede producir para el mejoramiento de la Humanidad. Si queremos gozar de la paz verdadera, ninguna nación y ningún pueblo deben ser excluidos de la plena participación en la vida social, política y económica de la familia humana.

3. Asimismo, si las personas quieren liberarse de la destrucción de la guerra, de las amenazas de guerra y de las cargas económicas impuestas por la excesiva producción de armas y por el tráfico de armamentos, las naciones deben aprender primeramente a vivir en paz dentro de sus propias fronteras, y después con las demás naciones. La posibilidad de disputas y de competencia no debería hundir el mundo ni ninguna parte de éste en una violencia sin sentido, ni tampoco despilfarrar los recursos humanos y económicos que podrían ser usados más productivamente de otra forma.

Su misión diplomática está al servicio de un mayor entendimiento humano y de una mayor cooperación. Usted representa los intereses de su Nación en el sentido más amplio: el deseo de paz del pueblo jamaicano, su deseo de una participación justa y equitativa en los beneficios económicos del mundo, su deseo de tener una voz dentro de la familia de las naciones, su deseo del respeto universal a la vida y a la dignidad humana. El lema nacional de Jamaica al que usted se ha referido, “De muchos un pueblo”, no sólo sirve como un recuerdo constante de la necesidad de construir y conservar la unidad, sino que también proporciona inspiración al pueblo jamaicano para dar al mundo un ejemplo de armonía social basada en el respeto mutuo.

Me agradan sus palabras referentes a la contribución tan positiva de la Iglesia Católica en Jamaica a la construcción de la vida nacional, especialmente en los campos de la educación, de la asistencia sanitaria y del bienestar social. Al dar testimonio fiel y dinámico del Evangelio con las palabras y con las obras, la Iglesia apremia a sus miembros y a todos los hombres de buena voluntad a buscar la justicia y a favorecer el amor mutuo, la reconciliación y el entendimiento, con el fin de asegurar un futuro aún mejor para el pueblo jamaicano y para toda la Humanidad. La Iglesia busca constantemente renovarse a la luz de su misión y sacar fuerzas de la visión de la que ella está llamada a ser por su Divino Fundador y Señor. Al hacer esto, da también testimonio de las bases profundamente religiosas y morales sobre las que se deben construir las naciones, si quieren lograr la renovación de su visión y de sus resoluciones con respecto al bien común y a la dignidad y los Derechos fundamentales de todas y cada una de las personas.

Finalmente, Excelencia, ahora que usted asume sus importantes responsabili­dades, le quiero asegurar la plena cooperación y el apoyo de la Santa Sede. Le prometo también mis fervientes oraciones por usted y por su trabajo. Que Jamaica prospere con la ayuda de Dios, y que sirva como un ejemplo para todos los que buscan un mundo más humano y más pacífico.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.7, p.23 (p.119).



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