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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE GRAN BRETAÑA ANTE LA SANTA SEDE
*

Martes 14 de junio de 1988

 

Sr. Embajador:

1. Es un placer para mí recibir a Su Excelencia como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Su Majestad la Reina Isabel II. Le doy las gracias por traerme los amables saludos de Su Majestad y le pido le transmita la seguridad de mis buenos deseos.

2. Como usted ha afirmado, gracias a los esfuerzos de sus distinguidos predecesores y a un número de importantes iniciativas, las relaciones entre la Santa Sede y Gran Bretaña han continuado desarrollándose. Usted ha señalado ciertas materias en las que compartimos un interés común y el deseo de colaborar eficazmente, materias tales come las reducciones negociadas de armas nucleares; los medios para superar el tráfico de drogas, el terrorismo y los conflictos armados; medidas conjuntas que lleven a asegurar la paz, el desarrollo y la justicia; y esfuerzos para salvaguardar la libertad y los Derechos Humanos fundamentales.

3. Aprecio particularmente su deseo de colaborar estrechamente con la Santa Sede para superar las divisiones del continente europeo. Como declaré en una reciente Carta Apostólica con ocasión del milenio del bautismo de La Rus’ de Kiev, en las diversas culturas de las naciones europeas, tanto de Oriente como de Occidente, en el campo de la música, la literatura, las artes figurativas y la arquitectura, así como en los modos de pensar, circula una linfa común que tiene su origen en la misma fuente» (Euntes in mundum, 12). Esta fuente y principio unificador está formada por las raíces cristianas de Europa. Esta herencia del pasado permanece, al mismo tiempo, como un don y una responsabilidad pura el futuro.

4. A todos los niveles, la búsqueda de cooperación y paz en Europa y en el mundo se debe edificar sobre el respeto a los Derechos Humanos. La Iglesia, como usted sabe, juega un papel activo en la promoción de la dignidad y derecho de toda persona. En consecuencia anima a todos sus miembros para que se dediquen generosamente a esta tarea. Les ofrece la guía de su enseñanza social, la inspiración de la fe y la energía motivadora del amor. Su objetivo último es la salvación eterna de todos les pueblos pero, al mismo tiempo, puesto que está interesada en la liberación de toda la persona, no puede permanecer indiferente ante las condiciones concretas de la sociedad. Está profundamente interesada en las necesidades sociales y físicas de la familia humana, especialmente de sus miembros más pobres e indefensos.

5. Las preocupaciones de mi reciente Encíclica Sollicitudo rei socialis que usted ha mencionado, llaman a esfuerzos concertados por parte de todas las naciones, basados en el respeto a la dignidad de cada persona humana y en el derecho de todos a construir para el hombre un mundo digno, que asegure el bien común de la Humanidad. En muchos países desarrollados, incluyendo el suyo, hay un creciente debate público sobre la dirección moral y ética del progreso y del programa social. Se ve que graves cuestiones, tales como el desempleo, tienen un profundo y adverso efecto sobre el mismo tejido social porque dañan o niegan totalmente la dignidad de la vida humana. Esto sucede más todavía en el caso del aborto. Mucha gente está reconociendo que tales problemas deben ser afrontados sobre las bases de unos principios éticos que los rijan y no meramente como aspecto de una teoría o ideología social. Las naciones sólo pueden verdaderamente salvaguardar y servir el bienestar de sus ciudadanos mediante una constante referencia a las demandas de justicia, rectitud moral y a la dimensión espiritual de la persona humana.

Acojo bien la referencia de Su Excelencia a la intención de su Gobierno de continuar asegurando la educación religiosa en vuestras escuelas. La Iglesia Católica apoya intensamente este objetivo. En un previo encuentro de este año con un grupo de Obispos de Inglaterra respaldé este punto precisamente con los siguientes términos: «Es firme convicción de la Iglesia que una educación completa incluye necesariamente la dimensión religiosa. Si la religión se descuida o se deja a un lado en el proceso educativo que forma el alma y corazón de la nación, entonces la dignidad moral del hombre no sobrevive; la justicia y la paz no duran» (29 de febrero de 1988).

Señor Embajador: En su función como Representante de su País ante la Santa Sede, cuente, como lo han hecho sus predecesores, con la pronta colaboración de los diversos departamentos con los que estará en contacto. Pido que Dios Todopoderoso le bendiga abundantemente mientras lleva a cabo su misión.

También encomiendo a Su Majestad, los miembros de la Familia Real y a todo el Pueblo a quien usted representa.


*L'Osservatore Romano. edición semanal en lengua española, n.32, p.6.



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