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VIAJE APOSTÓLICO A FRANCIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PARLAMENTARIA DEL CONSEJO EUROPEO*

Estrasburgo, Francia
 Sábado 8 de octubre de 1988

 

Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras, Señores:

1. Me siento dichoso de poder visitar hoy el Consejo de Europa y dirigirme a su Asamblea Parlamentaria, en Estrasburgo, ciudad cuya historia atestigua su vocación europea. Agradezco mucho al Señor Presidente Louis Jung las palabra que acaba de pronunciar, y le estoy agradecido, así como al Señor Marcelino Oreja, Secretario general, por haber querido renovar la invitación que me había sido hecha hace ya varios años. Me ofrecen así la ocasión de expresar nuevamente la estima de la Iglesia católica hacia una institución cuya actividad sigue con atención por medio de una Misión Permanente. Su Consejo posee la hermosa y gran vocación de acercar las naciones de este continente pata consolidar “la paz fundada en la justicia”, “para preservar la sociedad humana y la civilización”, desde una vinculación inquebrantable “de los valores espirituales y morales que forman el patrimonio común de sus pueblos”, por no citar sino algunas expresiones esenciales del preámbulo de su estatuto. El Consejo de Europa celebrará el próximo año el cuarenta aniversario de su fundación. Será la ocasión para que su Asamblea, representativa de las instancias democráticas de 21 países, haga balance de los amplios trabajos realizados para responder a la esperanza de los pueblos, para servir un ideal de libertad, de tolerancia y de respeto del derecho.

2. Al día siguiente del segundo conflicto mundial, nacido en Europa, se sintió fuertemente la necesidad de superar los antagonismos entre los pueblos que se habían enfrentado. Se expresó la voluntad de hacer solidarios a los beligerantes de ayer y de institucionalizar su cooperación. No puedo olvidar que en, medio de la tormenta, la voz del Papa Pío XII se alzó para proclamar la “dignidad inviolable del hombre», “la verdadera libertad del hombre” (cf. Radiomensaje de Navidad, 1944). Conviene rendir homenaje a los hombres clarividentes que han sabido reunirse, más allá de sus fronteras, y superar las enemistades antiguas, para proponer y hacer llegar a su término el proyecto de este Consejo llamado a convertirse en un lugar en el cual Europa toma conciencia de sí misma, donde proyecta las tareas que ha de realizar como respuesta a las angustias y esperanzas de sus ciudadanos, donde asume una necesaria cooperación en campos numerosos y arduos. Sé que sois fieles a la memoria de aquellos a los que llamáis “los padres de Europa”, tale como Jean Monnet, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Robert Schuman. De éste último tomaré prestada una formulación de la intuición central de los fundadores: “Servir a la humanidad al fin liberada del odio y del miedo, y que vuelve a aprender, tras demasiado largos desgarrones, la fraternidad cristiana” (Pour I’Europe. pág. 46).

3. Es cierto que los hombres y mujeres de este viejo continente, con una historia tan atormentada, necesitan tomar nuevamente conciencia de lo que funda su común identidad, de lo que permanece como su vasta memoria compartida. Ciertamente, la identidad europea no es una realidad fácil de delinear. Las lejanas fuentes de esta civilización son múltiples, provenientes de Grecia y Roma, de los fondos celtas, germánicos y eslavos, del cristianismo que profundamente la amasó. Sabemos qué diversidad de lenguas, de culturas, de tradiciones jurídicas, marca las naciones, las regiones y también las instituciones. Pero, a la vista de los otros continentes, Europa se presenta como una única unidad, incluso si su cohesión es percibida con menos claridad por aquellos que la constituyen. Esta mirada puede ayudarla a reencontrarse mejor a sí misma.

Durante cerca de 20 siglos, el cristianismo ha contribuido a forjar una concepción del mundo y del hombre que permanece hoy como una aportación fundamental, más allá de las divisiones, de las debilidades, incluso de los abandonos de los mismos cristianos. Me permitirán evocar aquí tan sólo algunos rasgos esenciales de la misma. El mensaje cristiano traduce una relación tan estrecha del hombre con su Creador que valora todos los aspectos de la vida, comenzando por la vida física: el cuerpo y el cosmos son la obra y el don de Dios. La fe en el Dios creador desmitificó el cosmos para ofrecerlo a la investigación racional del hombre. Enseñoreándose de su cuerpo y dominando la tierra, la persona despliega sus capacidades a su vez “creadoras”: en la visión cristiana, el hombre, lejos de despreciar el universo físico, dispone de él libremente y sin miedo. Esta visión positiva ha contribuido ampliamente al desarrollo por parte de los europeos de las ciencias y de las técnicas.

En paz con el cosmos, el hombre cristiano aprendió también a respetar el valor inestimable de cada persona, creada a imagen de Dios y rescatada por Cristo. Reunidos en las familias, las ciudades, los pueblos, los seres humanos no viven y sufren en vano: el cristianismo les enseña que la historia no es un ciclo indiferente que se inicia continuamente, sino que encuentra un sentido en la alianza que Dios propone a los hombres a fin de convidarles a aceptar libremente su reinado.

4. La concepción bíblica del hombre ha permitido a los europeos desarrollar una elevada noción de la dignidad de la persona, que sigue siendo un valor esencial incluso entre los que no se adhieren a una fe religiosa. La Iglesia afirma que existe en el hombre una conciencia irreductible a los condicionamientos que pesan sobre ella, una conciencia capaz de conocer su dignidad propia y de abrirse al absoluto, una conciencia que es la fuente de las fundamentales elecciones guiadas por la búsqueda del bien tanto para los otros como para sí, una conciencia que es el lugar de una libertad responsable.

Es muy cierto que se han producido muchos abandonos, y los cristianos saben que han tenido su parte en ellos. La persona, como sujeto único de derechos y deberes, con frecuencia ha cedido su lugar al individuo, prisionero de sus egoísmos y considerándose él mismo su propio fin. Por otra parte, la exaltación del grupo, de la nación o de la raza pudo conducir a ideologías totalitarias y asesinas. Un poco por todas partes, el materialismo práctico o teórico, desconoció la naturaleza espiritual del hombre y redujo dramáticamente sus razones para vivir. Es honor de las democracias buscar una organización de la sociedad en la que la persona sea no sólo respetada en todo lo que es, sino que participe en la obra común ejerciendo su libre voluntad.

5. Su Consejo se ha mostrado fiel a la heredad de la conciencia europea dándose como principal tarea el proclamar y proteger los derechos del hombre. Ratificando la Convención de salvaguarda de los Derechos del hombre y de las Libertades fundamentales, los Estados miembros han querido estrechar su unión en torno a los principios y valores más elevados de la tradición europea. Para asegurar en todas partes su aplicación, han instituido el tribunal y la Comisión europeos de los Derechos del Hombre, reconociéndoles una competencia y autoridad judicial únicas entre organizaciones internacionales.

Como lo testifica la reflexión de su Asamblea sobre numerosos aspectos de la vida en sociedad, la consideración de los derechos y de la dignidad de la persona humana va mucho más allá de lo que definen los textos específicos referentes a los derechos humanos. La Iglesia considera que el hombre tiene derecho a la libertad y seguridad necesaria para llevar su vida según las exigencias de su recta conciencia, de su apertura espiritual al absoluto y de su vocación a la vida fraterna. Entre los campos que tocan lo que existe de más profundo en el hombre, hay varios en torno a los cuales la Iglesia insiste en expresar su punto de vista.

6. La familia es sin duda la realidad en la cual la interacción de la responsabilidad personal con las condiciones sociales aparece con más fuerza. La reciente evolución de la sociedad europea ha hecho más difícil el equilibrio y la estabilidad de las familias. En este sentido juegan factores de orden económico en relación con el trabajo —especialmente el de la mujer—, la vivienda, los desplazamientos de las personas, las migraciones voluntarias y los exilios forzosos. Por otra parte, vemos expandirse concepciones que desvalorizan el amor, aíslan la sexualidad de la comunión de vida que expresa, debilitan los lazos estables a los que compromete un amor verdaderamente humano. Existe aquí un peligro real, puesto que la familia se desestabiliza y disgrega. Las curvas demográficas descendentes son un signo de una crisis de la familia que provoca inquietud.

En esta situación, hace falta que los europeos se rehagan y devuelvan a la familia su valor de elemento primero en la vida social. ¡Que sepan crear las condiciones que favorezcan su estabilidad, que le permitan acoger y dar la vida generosamente! ¡Que se tome conciencia de la dignidad de las responsabilidades ejercidas por cada ser humano en su hogar, para el mantenimiento y felicitad de otros! La familia como tal es sujeto de derechos; esto ha de ser admitido con mayor claridad.

Aquí no puedo sino evocar brevemente estas preocupaciones. Saben cuánta importancia atribuye la Iglesia católica a esto, hasta el punto de haber propuesto una “Carta de los derechos de la familia”. Todo lo que se refiere a la familia es una preocupación que las comunidades cristianas profundizan a la luz de su fe, pero que comparten con toda persona que se preocupa por la dignidad humana.

7. Uno de los aspectos más impresionantes del desarrollo científico concierne a las disciplinas biológicas y médicas. Con frecuencia, en sus instancias, tienen que conocer los interrogantes que suscitan las nuevas posibilidades de intervenir en los diversos estadios de la vida, sobrepasando los límites de las terapéuticas habitualmente practicadas. Los procesos genéticos pueden ser favorecidos pero también alterados. Procesos genéticos vienen a romper la filiación natural. El diagnóstico de una patología prenatal conduce con demasiada facilidad al aborto, mientras que su objetivo legítimo es de orden terapéutico. La experimentación practicada con embriones humanos abre el camino a abusivas manipulaciones. Sucede también que graves intervenciones son aceptadas por el solo hecho de que los progresos científicos las hacen realizables.

Su Asamblea se ve llevada con frecuencia a reflexionar sobre estas cuestiones que son de naturaleza fundamentalmente ética. Es necesario que el respeto de la dignidad humana no se pierda nunca de vista, desde el momento de la concepción, hasta los estados últimos de la enfermedad o los estados más graves de oscuridad de las facultades mentales. Me permitirán que repita aquí la convicción de la Iglesia: el ser humano guarda para siempre su valor como persona, puesto que la vida es un don de Dios. Los más débiles tienen derecho a la protección, a los cuidados, a la estima por parte de sus allegados y por parte de la sociedad solidaria. La insistencia de la Iglesia por salvaguardar toda vida desde la concepción no se inspira sino en una exigencia ética que resulta de lo que el mismo hombre es y que no puede ser ajena a ninguna conciencia libre y esclarecida. La Iglesia conoce la gravedad de los dilemas que se presentan a numerosas parejas así como a los médicos o a los diversos consejeros de salud; no ignora sus sufrimientos y sus dudas; quiero pedir sin embargo que no se llegue a deformar las conciencias y que la auténtica fraternidad humana no falte nunca. Acoge favorablemente los progresos conseguidos para proteger la vida del niño que va a nacer, para preservar la integridad de su patrimonio genético natural, para desarrollar terapias eficaces. Colocando límites de orden ético en la acción del hombre sobre el hombre, su Institución cumplirá su papel de conciencia crítica al servicio de la comunidad.

8. Les parecerá natural, señoras y señores, que destaque la importancia de los trabajos pacientemente realizados por su Consejo en el campo de la vida social. Han propuesto ustedes a Europa una Carta social que busca promover la dignidad de todos los trabajadores, relaciones humanas armónicas en el mundo del trabajo, la posibilidad para todos de cubrir dignamente sus necesidades por medio de un empleo adaptado a sus capacidades. La tarea es considerable, incluso si sus países se hallan más bien favorecidos en relación con otras muchas regiones del mundo.

El problema más urgente que ha de movilizar todas las cooperaciones es ante todo el del acceso al empleo en sí mismo; desde hace demasiados años, este continente está lacerado por una crisis del empleo que afecta duramente a hombres y mujeres impedidos para cubrir sus necesidades personales y familiares ejerciendo el oficio para el cual están preparados. ¿Es acaso utópico pedir que cuando se preparan decisiones de orden económico se tenga en cuenta la prueba de los que pierden, con su trabajo, una parte de su dignidad y en ocasiones hasta la fuerza de esperar? También la Iglesia quisiera animar todos los esfuerzos emprendidos para asegurar entre los ciudadanos de las naciones una auténtica solidaridad, la cual, en cuanto “virtud” humana y cristiana, no se propone tan sólo compensar las pérdidas de recursos, sino que conlleva al mismo tiempo la determinación y la audacia necesarias para llegar a un mejor reparto de la actividad.

No habría que olvidar las zonas de pobreza en el seno mismo de las naciones que forman el Consejo. Se llevan adelante apreciables esfuerzos por identificarlas y por intentar poner remedio a las situaciones marginales en las cuales se encuentran los más desfavorecidos.

9. En el contexto que acabo de recordar, pensamos naturalmente en la juventud. De ella depende dar a la comunidad de las naciones dinamismo y generosidad por la paz y la solidaridad de un mundo capaz de afrontar problemas siempre nuevos. Se lo diré a los miles de jóvenes europeos con los que me voy a encontrar esta tarde.

Sé que es deseo de su Consejo favorecer el progreso de la educación, para permitir a todos el desarrollar sus facultades intelectuales y poner por obra su deseo de actuar.

¿Qué formación ofrecemos a los jóvenes? Acercándome en esto a acciones y estudios llevados adelante en el marco de su Consejo, deseo destacar simplemente un aspecto esencial. La formación de los jóvenes toma toda su dimensión humana, cuando el adquirir saber y el aprender las técnicas se sitúan en el marco de la verdad integral del hombre. En un tiempo en el cual los bienes materiales y las tecnologías corren el riesgo de pasar por encima de las llamadas del espíritu, ¿no hay acaso que recordar de una vez que no hay ciencia sin conciencia”?. Si se propone una iniciación al saber, es para hacer descubrir al joven la grandeza de su destino humano.

10. Se oye con frecuencia expresar disgusto por ver a los jóvenes permanecer de algún modo extraños a la memoria del patrimonio cultural constituido por los pueblos de Europa a lo largo de más de dos milenios. Se experimenta también inquietud por la conservación misma de este patrimonio. Si menciono brevemente esta cuestión tras haber hablado de la educación, es por el convencimiento que tengo de que el incomparable patrimonio cultural de este continente no debe simplemente ser conservado para permanecer disponible a la mirada distante o indiferente que se dirige a sus vestigios. Es importante que, de una generación a otra, se puedan transmitir, confiar, los testimonios de una cultura viva, las obras, los descubrimientos y las experiencias que progresivamente han contribuido a formar al hombre en Europa. Por ello insisto en animar no sólo los esfuerzos destacables realizados para salvar de la desaparición las riquezas del pasado, sino también para construir la riqueza de hoy. Esta tarea responderá tanto mejor a la realidad de este continente, en cuanto se desarrolle la gran tradición de los intercambios de una región a otra haciendo que un artista o un intelectual se sienta en su casa tanto en Flandes como en Italia, en Portugal como en Suecia, a las orillas del Rin como en las del Danubio. Los jóvenes están particularmente dispuestos a los intercambios culturales; dejémosles retomar a su vez las mejores adquisiciones de sus padres, conocer el pasado, para prepararles mejor a tomar a su vez la iniciativa y fecundar sus capacidades creativas.

11. Señoras, señores, si Europa quiere ser fiel a sí misma, tiene que saber reunir todas las fuerzas vivas de este continente, respetando el carácter original de cada región, pero reencontrando en sus raíces un espíritu común. Los países miembros de su Consejo son conscientes de no ser toda Europa; expresando el deseo ardiente de ver intensificada la cooperación, ya bosquejada, con las otras naciones, particularmente del Centro y del Este, tengo la impresión de asociarme al deseo de millones de hombres y mujeres que se saben ligados en una historia común y que esperan un destino de unidad y de solidaridad a la medida de este continente.

Durante siglos, Europa ha jugado un papel destacado en las otras partes del mundo. Se debe reconocer que no siempre ha dado lo mejor de sí misma en su encuentro con las otras civilizaciones, pero nadie puede discutir que afortunadamente ha compartido gozosamente muchos de los valores que había madurado por largo tiempo. Sus hijos han tenido una parte esencial en la difusión del mensaje cristiano. Si Europa quiere jugar hoy un papel, debe, en unidad, fundamentar claramente su acción sobre lo que hay de más humano y generoso en su herencia.

Las buenas relaciones entre los países de diversas regiones del mundo no puede quedarse simplemente en tratados de orden político o económico. Con el multiplicarse de los encuentros entre personas de todos los continentes, se siente de un modo nuevo cuán necesario es comprenderse entre comunidades humanas de diferentes tradiciones. Estoy seguro que bajo esta óptica se inserta el programa recientemente puesto en marcha para animar y favorecer las relaciones Norte-Sur. Existe, de hecho, en el marco de la solidaridad universal, una responsabilidad de Europa con respecto a esta parte del mundo.

Se verá ya un signo importante de la seriedad de esta voluntad de entendimiento y de paz en la calidad de la acogida en el propio hogar a quien llame a la puerta desde fuera, ya sea un compañero, ya sea alguien forzado a buscar un refugio. Por su parte, los cristianos, que se esfuerzan ellos mismos por reconstruir su unidad, desean también manifestar su respeto por los creyentes de las otras religiones presentes en sus regiones, y desean mantener con ellos un diálogo fraterno, con toda claridad.

La paz exige pagar esta estima por la identidad cultural y espiritual de los pueblos. ¡Puedan los europeos fundar sobre esta convicción su desinteresada contribución al bien de todas las naciones!

12. Señor Presidente, señoras, señores: Encontrándome hoy ante la primera Asamblea Parlamentaria Internacional constituida en el mundo, soy consciente de dirigirme a los representantes cualificados de pueblos que, desde la fidelidad a sus fuentes vivas, han querido reencontrarse para afianzar su unidad y para abrirse a las otras naciones de todos los continentes, desde el respeto a la verdad del hombre. Puedo dar testimonio de la disponibilidad de los cristianos para tomar una parte activa en las tareas de sus Instituciones. Deseo a su Consejo que trabaje con fruto a fin de hacer siempre más viva y generosa el alma de Europa.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 45, pp. 6, 7, 8.



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