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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Lunes 26 de septiembre de 1988

 

Venerables Hermanos en el Episcopado:

1. Es sumamente grato para mí este encuentro comunitario con el primer grupo de Pastores de la Iglesia en México, con ocasión de la visita “ad Limina” de 1988. Mi gozo es grande y deseo expresarlo con las palabras del Apóstol San Pablo: “Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo...” (1Co 4-5). 

Agradezco de todo corazón las amables palabras que me ha dirigido Monseñor Sergio Obeso Rivera, Presidente de esa Conferencia Episcopal, en nombre de todos los presentes haciéndose portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles.

Bien sabéis vosotros cómo estos encuentros tienen, antes de nada, un profundo sentido teológico, donde destaca la unidad del Episcopado y la comunión con la Sede Apostólica. En este sentido, asumo con satisfacción el gozoso deber de animar a mis Hermanos confirmándolos en la fe (cf. Lc 22, 32), y de participar con ellos en sus alegrías y en sus preocupaciones, en sus logros y en sus dificultades.

Deseo iniciar expresando mi vivo aprecio por vuestra voluntad decidida en mantener y reforzar la unidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal y en la Iglesia en general. Esta Sede Apostólica conoce la fraterna cohesión que caracteriza a los Pastores de la Iglesia en México y vosotros sois conscientes de la importancia de este testimonio, que, sin duda, edifica grandemente a las comunidades confiadas a vuestros cuidados.

Las palabras del Maestro “que todos sean uno” (Jn 17, 21) han de representar una exigencia constante en todo el Pueblo de Dios y una garantía de vuestra eficacia apostólica. Mas, para que dicha unidad y comunión íntima sea mantenida y acrecentada ha de estar basada necesariamente en motivaciones profundas y sobrenaturales que faciliten el mejor entendimiento entre todos, el diálogo constante, el carácter de servicio de todo ministerio eclesial, la obediencia responsable.

Por otra parte, no podemos olvidar que la unidad de la Iglesia en torno a sus legítimos Pastores es, además, un valioso aporte a la misma sociedad civil y al florecimiento de solidarias iniciativas en favor del bien común.

No se borran fácilmente mis recuerdos del viaje apostólico que realicé a vuestra Patria, cuando apenas comenzaba mi Pontificado universal, en enero de 1979, durante el cual tuve la satisfacción de asistir también a la inauguración de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles.

Entonces pude ver directamente la rica religiosidad de vuestro pueblo, adornada de la sencillez propia del alma mexicana, y, a la vez, de una profundidad heredada de siglos y cultivada con esmero, con la gracia del Señor. Esto lo he podido ver confirmado frecuentemente en los grupos mexicanos que llegan a Roma y que toman parte en las audiencias y en las diversas celebraciones.

2. Con esta reunión comunitaria se completa vuestra visita “ad Limina”. En nuestras conversaciones individuales, hemos podido asomarnos juntos al latido de cada una de vuestras Iglesias particulares; mas quisiera que este encuentro colectivo de todo el grupo nos sirviera ahora para reflexionar acerca de algunas de las cuestiones de mayor trascendencia en el momento actual de la Iglesia en México, proyectado en el panorama actual de la Iglesia en el mundo entero.

No es éste el momento de hacer estudios profundos sobre cada una de las cuestiones que atraen con mayor urgencia vuestra solicitud de Pastores; tales estudios, por lo demás, sé que los hacéis en vuestras Asambleas Episcopales con sabiduría, celo y prudencia, como en la reciente celebrada en Toluca, el pasado mes de abril. Se trata ahora de considerar, en éste y en los sucesivos encuentros con los restantes grupos del Episcopado mexicano, los temas más salientes de la vida eclesial mexicana, teniendo en cuenta vuestros documentos colectivos, así como la problemática reflejada en vuestra anterior visita “ad Limina” y en los inolvidables encuentros con las diversas categorías del Pueblo de Dios durante mi viaje apostólico a vuestra Nación.

En efecto, vuestra presencia en Roma os ha ofrecido una ocasión para un examen sincero y una programación fundamental en vuestra acción de Pastores, según ha destacado recientemente el «Directorio para la visita “ad Limina”», promulgado por la Congregación para los Obispos.

3. En la solemne ceremonia de Beatificación de ayer, tuve la dicha de elevar al honor de los altares al padre Miguel Agustín Pro, que viene a sumarse a San Felipe de Jesús en la corona de mártires de la fe. Estos dos modelos de sacerdotes me sugieren compartir hoy con vosotros algunas reflexiones sobre el tema del ministerio sacerdotal.

De vuestras relaciones quinquenales y directamente de vuestros labios he podido comprobar algo que llena de gozo mi corazón de Pastor: el aumento de las vocaciones sacerdotales en México. Al mismo tiempo que os felicito por este resurgir de la respuesta a la llamada del Señor para el sacerdocio entre la juventud católica mexicana, os agradezco la parte importante que habéis tenido como Obispos en este crecimiento. Hay que agradecer también al Señor el despertar de las vocaciones laicales especialmente consagradas y de las vocaciones apostólicas seglares. Ellas son parte esencial de la Iglesia, y bien sabéis cómo nos alegra a todos esta madurez del laicado en su participación en la obra evangelizadora.

Precisamente a la hora de pensar en las causas inmediatas que han producido ese aumento de vocaciones sacerdotales, no podemos olvidar que una de ellas, y muy importante, ha sido la acción de los movimientos apostólicos de seglares, en los que tantos jóvenes han sentido la llamada divina como una opción concreta dentro del ambiente de entrega generosa y de acción apostólica intensa que ellos han vivido en sus respectivos movimientos eclesiales.

Hoy invito a todos a tomar la promoción de las vocaciones sacerdotales como una tarea primordial, a la vez que como un signo de la propia gratitud por nuestra misión de Pastores.

Esta promoción –bien lo sabéis– ha de llevarse a cabo en la familia, donde el ambiente cristiano haga normal ese paso de entrega generosa a la Iglesia en el ministerio sacerdotal; en las parroquias, desde la vivencia intensa de la oración litúrgica, común y personal, que vaya creando en el corazón y en la mente de los niños y de los jóvenes el ambiente para una intervención providencial del Señor que los llame; en las escuelas, por medio de maestros cristianos que sepan orientar a los alumnos en la decisión de una dedicación completa de su vida al sacerdocio; en los movimientos eclesiales, que en México han tenido en los últimos anos tanta preponderancia, y que suponen una gran riqueza para la Iglesia.

Si vosotros, Pastores de la Iglesia, dedicáis lo mejor de vuestro entusiasmo y una selección cuidada de vuestros sacerdotes al fomento de las vocaciones sacerdotales, hemos de confiar en la Providencia que nos premiará a todos con un aumento de sacerdotes y con el consiguiente resurgir de la vida cristiana en que las Iglesias particulares de México se encuentran seria y generosamente empeñadas.

4. Pero de nada serviría la promoción intensa de vocaciones sacerdotales si no cuidamos a la vez, con todo el corazón, los seminarios, que han de ser como la pupila de vuestros ojos. En efecto, el seminario es verdaderamente la palanca del futuro de la diócesis. En ellos sé muy bien que estáis verdaderamente empeñados y esto nos permite mirar al futuro con optimismo, pues dichos centros de formación representan la fragua y la mina de donde la Iglesia en México podrá contar con las fuerzas sacerdotales necesarias sin las cuales sería vano abrigar ninguna esperanza apostólica.

Cuidad con cariño la marcha de los seminarios, de forma que se atienda adecuadamente al número de vocaciones y de alumnos, ya sea en los propios seminarios diocesanos, que tanta vida y alegría difunden en la diócesis respectiva, ya sea, cuando ello no sea posible por la escasez de alumnos o de posible profesorado, con los seminarios interdiocesanos o regionales, o con los seminarios para seminaristas alumnos de universidades eclesiásticas.

Considerad el seminario como la parcela que más cuidados pide al Obispo Pastor, y volcad sobre él vuestros afanes más preciosos y vuestro tiempo más generoso. Dedicad al seminario los sacerdotes más preparados para esa misión trascendente, confiando que el Señor multiplicará cualquier siembra y cualquier esfuerzo con el ciento por uno.

Naturalmente, todos sois conscientes de que el problema de los seminarios va más allá del simple aumento numérico de los candidatos.

En efecto, un elemento central de toda pastoral vocacional es la sólida formación y el oportuno seguimiento de los llamados al sacerdocio. Por ello, la búsqueda diligente de las vocaciones ha de ir siempre acompañada por la adecuada preparación y el cuidado de su perseverancia.

Los seminaristas han de ser formados teórica y prácticamente para que se asegure en el futuro un genuino florecimiento de la vida cristiana a todos los niveles, como lo expresan insistentemente las recomendaciones del Concilio Vaticano II y de la Santa Sede. A tal propósito, han de ser objeto de vuestra particular atención los documentos difundidos por la Congregación para la Educación Católica relativos a la formación de los aspirantes al sacerdocio.

5. Debiendo ser el sacerdote hombre de oración, el liturgo que conduce la comunidad a rendir a Dios el culto de toda la Iglesia, es necesario que los candidatos, ya desde el seminario, adquieran una conciencia clara de su misión específica, evitando desviaciones que pudieran llevarles más tarde a asumir métodos reñidos con el Evangelio, al fundarse sobre principios meramente humanos u orientados a metas puramente temporales.

La formación del candidato al sacerdocio no puede prescindir de una sólida eclesiología, que se funda en la persona de Cristo tal como es presentada en los Evangelios, evitando dudosas relecturas que siembran confusión y desorientan. La actividad educativa ha de tener como objetivo la configuración de equilibradas personalidades humanas, abiertas a las exigencias pastorales del momento actual, y con una base espiritual, moral e intelectual que les lleve a una generosa entrega al Señor y a las almas.

Evitad que los valiosos esfuerzos realizados en los seminarios para la adecuada preparación de los candidatos puedan perderle por un descuido posterior. Por consiguiente, atended con gran diligencia a la perseverancia de quienes viven ya su consagración total. Seguid muy de cerca a vuestros sacerdotes con solicitud y confianza, con amor de padres para que, a medida que se van integrando al apostolado, puedan ser vuestros fieles colaboradores. No temáis en consumir en ello vuestro tiempo y mejores energías. Sed ante todo sus amigos y sostenedores en sus necesidades espirituales y materiales, procurando que vuestra palabra y vuestro luminoso ejemplo sirva de preciosa ayuda para mantener en ellos la conciencia clara de su propia identidad de elegidos.

En esta línea de acción pastoral, deseo alentaros también a la promoción de las vocaciones a la vida consagrada. La suma de las energías de las diversas Ordenes, Congregaciones e Institutos en vuestro País representa una fuerza apostólica de vital importancia. Apoyad desde la perspectiva unitaria de las diócesis y de toda la nación, las iniciativas en pro de las vocaciones religiosas y de la consagración secular, seguros de que ello redundará copiosamente en la vida cristiana de las Iglesias particulares que presidís como Pastores.

6. Si he querido hoy recordaros, amados Hermanos, la urgencia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, como punto clave en la pastoral diocesana, es porque éste es uno de los grandes dones que la Iglesia en México ha recibido del Señor en estos últimos tiempos.

Esa gracia ha de ser secundada por la colaboración de todos, de tal manera que se pongan las bases y los cimientos de una auténtica renovación en vuestras respectivas comunidades diocesanas. Es motivo de consuelo comprobar que la Iglesia cuenta en México con un potencial de sacerdotes, de religiosos y religiosas, como de personas consagradas –sin olvidar a los seglares dedicados al apostolado– con los que el Episcopado puede mirar al futuro con realismo esperanzador.

Muchos son los problemas pastorales que os preocupan. En efecto, considerando cualquier aspecto de la vida humana, personal y social, de hoy, nos encontramos con campos que reclaman a voces la atención del Pastor: la niñez necesitada de una primera formación cristiana; la juventud ansiosa de una ayuda eficaz y respetuosa con sus afanes, así como necesitada de una profunda preparación cristiana para ir avanzando en la vida hacia unos compromisos serios de la fe; atención a las familias cristianas para la resolución de problemas específicos de hoy, como son la moralidad pública, la droga, la pobreza extrema, el desempleo. De ahí que yo aproveche nuestro encuentro de hoy para hacer un llamamiento a todos y cada uno de los católicos mexicanos para que secunden con decisión y generosidad vuestras directrices pastorales. Como Sucesor de Pedro, deseo exhortar a todos a un esfuerzo apostólico bien madurado, coherente, exigente y sostenido, conscientes de que la acción de la Iglesia en vuestro país exige disciplina y cooperación, docilidad al Espíritu y gran confianza en Dios nuestro Padre.

7. Para concluir, quiero pediros que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias diocesanas: a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y seminaristas, a los cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y a las familias; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren. De modo particular, a los sacerdotes, seminaristas y almas consagradas decidles que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio, y que espera y tiene confianza en su fidelidad.

A vosotros, Obispos de México, os agradezco en nombre del Señor vuestra solicitud pastoral por la Iglesia de Dios. En vuestra dedicación generosa al Evangelio contáis con la bendición y la intercesión de la Madre de Dios. Yo pido hoy a Nuestra Señora de Guadalupe que, como la “primera evangelizadora de México y de América”, acompañe con su cariño maternal a los Pastores de México, en esta hora histórica en que nos preparamos ya para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio al nuevo mundo. Y a San Felipe de Jesús y al Beato Miguel Agustín Pro Juárez que sean con Ella intercesores ante el Padre que está en los cielos.

Os acompaño en vuestras tareas con mi plegaria y mi solicitud apostólica, mientras imparto mi Bendición, que hago extensiva a todos los amados hijos de México, a quienes recuerdo con gran afecto.



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