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VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS
 CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto Labacolla de Santiago de Compostela
Sábado 19 de agosto de 1989

 

Majestad:

Gracias por sus cordiales expresiones de bienvenida, que reavivan en mi memoria las inolvidables muestras de simpatía recibidas con motivo de mis anteriores visitas pastorales a España. A mi sincero agradecimiento a Vuestras Majestades, por haberse desplazado a Santiago para recibirme, se une espontáneamente mi afectuoso saludo a todos los amadísimos hijos de España, y en particular a los de Galicia y Asturias. Todos ellos están dignamente representados aquí por mis hermanos en el Episcopado, así como par miembros del Gobierno de la Nación y por las Autoridades Autonómicas, a los cuales saludo con gran respeto y estima.

Al iniciar mi tercera visita pastoral a España no puedo silenciar mi gozo, porque vengo a Santiago de Compostela para encontrarme con jóvenes católicos de todo el mundo. Desde los más lejanos lugares, de todos los continentes, se dan cita fraternal junto al venerado sepulcro del Apóstol, para vivir unas jornadas intensas bajo el signo común de la fe cristiana. Muchas y diferentes han sido en estos días las "rutas jacobeas"; pero único ha sido el itinerario espiritual que ha guiado a estos jóvenes, convertidos en peregrinos a Santiago. Con enorme sacrificio y fatiga, con espíritu de penitencia, han confluido hasta aquí, deseosos de corroborar la amistad con Dios y con los hombres, dejándose inundar por la luz y la paz que Compostela sigue irradiando desde siglos.

En este lugar privilegiado, meta de peregrinos y penitentes, halló la joven Europa uno de los factores poderosos de cohesión: la fe cristiana, reavivada sin cesar, que iba a constituir una de sus raíces más firmes y fecundas. Cuando estamos ya casi en los umbrales del año dos mil, viendo a tantos jóvenes que llegan en busca de este horizonte de gracia y de perdón, podemos percatarnos felizmente de cómo la peregrinación de hoy constituye no sólo un obligado homenaje al pasado, sino también un acto de confianza en sus perspectivas de renovada vitalidad para el presente y para el futuro.

En este año se ha conmemorado el XIV centenario del III Concilio de Toledo; una celebración que puede hacer suscitar un eco de admiración y un cúmulo de sugerencias entre los jóvenes venidos a este encuentro de Santiago. El III Concilio toledano, además de ser un hito importante para el logro de la concordia y de la unión en la historia hispana, nos ofrece la clave para comprender la comunión de España con la gran tradición de las Iglesias de Oriente. ¿Cómo no recordar las figuras de los Santos hermanos Leandro e Isidoro? Ambos, santos y transmisores del saber, favorecieron la unión de los pueblos y la superación de las rupturas causadas por la herejía arriana. Con ellos la Iglesia católica se presentaba ante los pueblos como el espacio creador de libertad en que se encontraban contrapuestas las culturas hispano-romana y goda. Así fue posible inaugurar una nueva época e ir más allá de las diferencias y divisiones que ofrecían aspectos no fácilmente reconciliables. Frutos preciados de aquel acontecimiento eclesial fueron la armonización profunda de perspectivas entre la Iglesia y la sociedad, entre fe cristiana y cultura humana, entre inspiración evangélica y servicio al hombre.

España ha tenido siempre una vocación universal, católica. Preclaro símbolo de esa vocación es Santiago de Compostela, la ciudad que, por la fuerza de la memoria apostólica, atrae a distintos pueblos para que encuentren la unidad en una misma fe. El nombre de Santiago corrobora la presencia de España en la historia de las tierras de América. Por esto, al visitar España por segunda vez, encomendé a la Virgen del Pilar en Zaragoza la ya próxima celebración centenaria del descubrimiento y evangelización de América. En más de una ocasión he tenido la oportunidad de reconocer la gesta misionera sin par de España en el Nuevo Mundo. La Iglesia de hoy se prepara a una nueva cristianización, que se presenta a sus ojos como un desafío, al cual deberá responder adecuadamente como en tiempos pasados.

Vengo, pues, a Santiago, ciudad de innumerables referencias para innumerables pueblos. Vengo como Sucesor de Pedro para alentar a mis hermanos; para avivar las fuerzas de los jóvenes y confortarme con ellos; y para anunciar a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida. Para comprometer a todos en la construcción de un mundo donde resplandezca la dignidad del hombre, imagen de Dios, y promueva la justicia y la paz. Y siguiendo el testimonio del Apóstol protomártir, Santiago, quiero invitar a los jóvenes a que abran sus corazones al Evangelio de Cristo y sean sus testigos; y si fuera necesario testigos-mártires, a las puertas del tercer milenio.

¡Que Dios nos bendiga siempre!

¡Que el Apóstol Santiago nos acompañe! A María, antes de ir a Covadonga, confío este encuentro con la juventud.



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