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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA

Viernes 13 de enero de 1989

Señores cardenales,
queridos amigos:

1. Me alegra poderos desear esta mañana mi más cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido de diversas partes del mundo para participar en la reunión del Consejo Pontificio para la Cultura. Es el séptimo año consecutivo que tengo el placer de acoger a este Consejo. En la Constitución Pastor Bonus, que precisa las tareas y la organización de la Curia Romana, he querido confirmar que «el Consejo favorece las relaciones entre la Santa Sede y el mundo de la cultura, anima particularmente el diálogo con las diversas culturas de nuestro tiempo, a fin de que la civilización del hombre se abra siempre más al Evangelio y quienes cultivan las ciencias, las letras y las artes se sientan reconocidos por la Iglesia como personas dedicadas al servicio de la verdad, de la bondad y de la belleza» (art. 166).

Vuestra sesión anual representa un momento importante en vuestra reflexión y compromiso comunes para promover concretamente el encuentro de la Iglesia con todas las culturas humanas, según el espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de los Obispos. De acuerdo con el encargo que os he confiado, cada año procedéis a un amplio examen de las principales corrientes culturales que marcan los ambientes, las regiones y las disciplinas que representáis. De este modo os hacéis eco, ante el Papa y la Santa Sede, de las tendencias y de las aspiraciones, de las angustias y esperanzas, de las necesidades culturales de la familia humana, y os preguntáis sobre el mejor modo, para la Iglesia, de responder a los decisivos interrogantes planteados por el espíritu contemporáneo. El diagnóstico que ofrecéis sobre el estado de las culturas actuales representa un gran servicio a la Iglesia, y os animo a perfeccionarlo sin cesar. Además de vuestro testimonio y vuestras experiencias personales, estáis invitados, en efecto, con otras personas y grupos competentes, a un discernimiento espiritual respecto a las corrientes culturales que condicionan a los hombres y mujeres de hoy. Por medio de encuentros, investigaciones y publicaciones dais, en la Iglesia, un nuevo impulso para responder a los desafíos que representan la evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio. Este discernimiento es urgente para poder comprender mejor las actuales mentalidades, y descubrir la sed de verdad y de amor que tan sólo Jesucristo puede saciar plenamente, y encontrar los caminos para una nueva evangelización mediante una auténtica pastoral de la cultura.

2. Contemplando el mundo desde un punto de vista universal, captáis mejor el significado apostólico de vuestros trabajos y encontráis un motivo sólido para proseguir con vuestra misión. Mediante este trabajo de discernimiento evangélico, la Iglesia no tiene otro objetivo que a anunciar mejor a todas las culturas la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo. Porque la realidad humana, individual y social, ha sido liberada por Cristo: las personas, como las actividades humanas, de ahí que la cultura es la expresión más eminente y la más encarnada.

La acción salvífica de la Iglesia con las culturas se ejerce primeramente por intermedio de las personas, de las familias y de los educadores. También una adecuada formación es indispensable para que los cristianos aprendan a manifestar con claridad cómo el fermento evangélico tiene el poder de purificar y elevar los modos de pensar, de juzgar y de actuar que constituyen una determinada cultura. Jesucristo, nuestro Salvador, ofrece su luz y su esperanza a todos aquellos y aquellas que se dedican a las ciencias, las artes, las letras y a los innumerables campos desarrollados por la cultura moderna. Todos los hijos e hijas de la Iglesia deben, pues, tomar conciencia de su misión y descubrir cómo la fuerza del Evangelio puede penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes que inspiran a cada una de las culturas, así como las opiniones y las actitudes que de ellas se derivan. Cada uno en la Iglesia, mediante la oración y la reflexión, podrá aportar la luz del Evangelio y la irradiación de su ideal ético y espiritual. De este modo, por medio de este paciente trabajo de gestación, humilde y escondido, los frutos de la Redención penetrarán poco a poco las culturas y les otorgarán abrirse en plenitud a las riquezas de la gracia de Cristo.

3. El Consejo Pontificio para la Cultura está realizando un esfuerzo que estimula a la Iglesia en esta grande empresa de nuestra época que es la evangelización de las culturas y la promoción cultural de todos los hombres. Habéis sabido establecer una prometedora cooperación con las Conferencias Episcopales, con las Organizaciones Internacionales Católicas, con los Institutos religiosos, con las asociaciones y movimientos católicos, con los centros culturales y universitarios. En estrecha y fecunda colaboración con ellos, habéis tenido encuentros en diversas partes del mundo, y notables resultados se han obtenido, de los cuales testimonian muchas publicaciones, como vuestro boletín.

Constato también que vuestro trabajo se desarrolla en relación con varios organismos de la Santa Sede, de modo que se hace más visible la dimensión cultural que es un importante componente de la misión apostólica de la Curia Romana.

4. Entre los proyectos en curso, dos iniciativas merecen una especial atención, en primer lugar por su propia importancia, y también porque se realizan en cooperación con diversos organismos de la Santa Sede, en el espíritu de la reforma de la Curia Romana.

Con satisfacción señalo, en primer lugar, el estudio sobre la Iglesia y la cultura universitaria, que lleváis adelante con las Conferencias Episcopales, en colaboración con la Congregación para la Educación Católica y el Consejo Pontificio para los Laicos. Habéis publicado ya un informe de síntesis que ilustra las tendencias significativas y las necesidades espirituales de los ambientes universitarios, así como los nuevos aspectos de la pastoral universitaria de las Iglesias locales. Os animo a continuar esta reflexión común que suscitará, estoy seguro, recomendaciones concretas y beneficiosos intercambios de experiencias apostólicas. La Iglesia encuentra en el mundo universitario un lugar privilegiado para dialogar con las corrientes de espíritu y los estilos de pensamiento que marcarán la cultura del mañana. La esperanza cristiana se ha de poner delante de las nuevas aspiraciones de las conciencias y ha de animar los espíritus de los jóvenes universitarios que pronto estarán frente a tantas responsabilidades, «para que la civilización del hombre se abra cada vez más al Evangelio».

Aliento de todo corazón esta pastoral universitaria que da a los estudiantes la posibilidad concreta de reflexionar sobre su fe a un nivel intelectual equivalente al de sus progresos científicos y humanísticos en las otras disciplinas, y que les ayuda a vivirla con las comunidades de fe y de oración.

5. Finalmente, quiero destacar la activa participación que el Consejo Pontificio para la Cultura ha tomado en los trabajos de la Comisión Teológica Internacional sobre la fe y la inculturación. Habéis participado muy de cerca en la elaboración del documento que ha sido preparado con este título y que permitirá comprender mejor el significado bíblico, histórico, antropológico, eclesial y misionero que reviste la inculturación de la fe cristiana. Presenta una posición decisiva para la acción de la Iglesia, tanto en el corazón de las diversas culturas tradicionales, como en las complejas formas de la cultura moderna. Vuestra responsabilidad es ahora traducir estas orientaciones teológicas en programas concretos de pastoral cultural, y me alegra que varias Conferencias Episcopales piensen dedicarse a ello, especialmente en América Latina y en África. Animo estas experiencias pastorales y deseo que sus resultados sean compartidos con el conjunto de la Iglesia.

6. Con frecuencia he tenido ocasión de decirlo, pero quiero aún repetirlo: el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. Y el lazo fundamental del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su misma humanidad es creador de cultura en su íntimo fundamento. Esto quiere decir que las transformaciones culturales de nuestro tiempo nos invitan a volver a lo esencial y a encontrar nuevamente la preocupación fundamental que es el hombre en todas sus dimensiones, políticas y sociales, ciertamente, pero también, culturales, morales y espirituales. De ello depende, en efecto, el mismo futuro de la humanidad. Inculturar el Evangelio no es reconducirlo a lo efímero y reducirlo a lo superficial agitado por la cambiante actualidad. Por el contrario, con una audacia totalmente espiritual, insertar la fuerza del fermento evangélico y su novedad más joven que toda modernidad, en el corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en gestación de nuevos modos de pensar, de actuar y de vivir. Es la fidelidad a la alianza con la eterna sabiduría la que es la fuente incesante de renacimiento de nuevas culturas. Quienes han recibido la novedad del Evangelio se lo apropian e interiorizan de tal modo que lo vuelven a expresar en su vivencia cotidiana, según su propia índole. Así, la inculturación del Evangelio en las culturas va a la par con su renovación y las conduce a su auténtica promoción, tanto en la Iglesia como en la ciudad.

7. Sólo me queda dar gracias a Dios por la tarea de discernimiento apostólico y de inculturación evangélica a la cual contribuye vuestro Consejo al servicio de la Iglesia. Y, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, invoco las luces y la fuerza del Espíritu Santo sobre vuestros trabajos.

Todos mis mejores deseos os acompañan, comenzando por vosotros, Señores Cardenales: el cardenal Paul Poupard, a quien pedí tomase el relevo del querido cardenal Garrone en la presidencia del Consejo, el cardenal Eugénio de Araújo Sales, que sigue haciéndonos beneficiarios de su experiencia; y el cardenal Hyacinthe Thiandoum, que siente no haber podido participar en esta asamblea. Y aseguro mi oración a todos los miembros del Consejo internacional, así como a vuestros colaboradores en San Calixto.

Como signo de mi afecto hacia vuestras personas, vuestras familias y todos aquellos y aquellas que son motivo de vuestra solicitud, os doy de todo corazón mi bendición apostólica.



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