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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE NÍGER
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 19 de junio de 1989

 

Señor Embajador:

Sea bienvenido al Vaticano, donde tengo la alegría de acoger a Su Excelencia en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Níger ante la Santa Sede. Su presencia en estos lugares me alegra, pues da testimonio del deseo que tiene su país de continuar llevando a la práctica, con los vínculos internacionales, el dinamismo particular de los valores espirituales, aportando la contribución propia de aquellos, cuya visión del mundo está impregnada de fe religiosa.

Yo soy sensible a las corteses palabras que usted acaba de dirigirme y me agrada oírle decir que sus compatriotas reservan una lugar escogido a la solidaridad, a la tolerancia, al respeto de la dignidad humana. Estos son, efectivamente, caminos que conducen a la paz entre los hombres, mi deseo más ferviente para toda la familia humana.

En esta circunstancia, quisiera evocar el buen entendimiento que marca las relaciones entre la República de Níger y la Santa Sede. No dudo de que su misión, que se inaugura oficialmente hoy, estreche aún más los lazos de amistad que nos unen.

Usted, Señor Embajador, también ha querido destacar los esfuerzos que hago junto con mis colaboradores por ayudar a las poblaciones que sufren la privación de bienes materiales indispensables para una vida humanamente digna o que son víctimas de calamidades naturales. Mi deseo más ferviente, en lo que se refiere especialmente a los países del Sahel, es animar la «formación de personas competentes que estén al servicio de su país y de sus hermanos, sin discriminación alguna, con un espíritu de promoción humana integral y solidaria luchando contra la desertización y sus causas, socorriendo a las víctimas de la sequía» (Estatutos de la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, n. 2).

En esta ocasión, permítame saludar a la comunidad católica de su País. Usted ha subrayado la atmósfera de diálogo que existe en el seno de su pueblo «lleno de tradiciones religiosas», por usar sus mismos términos. Doy gracias a Dios por las relaciones armónicas entre musulmanes y cristianos. En particular, aprecio la intención que tiene la República de Níger de ofrecer un marco jurídico que permita a la comunidad católica desarrollarse y realizar sus actividades, dentro del respeto a las creencias religiosas de todos.

Usted sabe, Señor Embajador, que los católicos no dejan de aportar su leal colaboración para construir la nación. Con el aliento de su fe, están ansiosos de unirse al conjunto de ciudadanos para la realización de una sociedad que camine hacia un ideal de progreso. Ellos ponen la levadura del Evangelio allí donde se encuentran, esforzándose por dar testimonio de su amor fraternal, a imagen del padre Charles de Foucauld, quien tanto quería las poblaciones de su región. En esa dirección quieren trabajar los misioneros, los religiosos, las religiosas y los fieles laicos, colaborando, en la medida de sus posibilidades en lo que pueda promover la educación, la sanidad y la cultura.

Mi pensamiento se dirige ahora a todos los nigerianos, y en primer lugar, hacia Su Excelencia el General Ali Saibou, Jefe del Estado. Le pido que le transmita los fervientes votos que hago por la prosperidad de Nigeria, así como por el bienestar físico y espiritual de todos sus habitantes.

En cuanto a usted, Señor Embajador, me alegra poder presentarle mis mejores deseos por el éxito de su alta misión. Esté seguro de que siempre encontrará aquí la atención comprensiva que pueda necesitar. Con la expresión de mi afecto al pueblo nigeriano y con el deferente saludo a sus dirigentes, pido para toda la nación la ayuda de Dios y la abundancia de sus beneficios.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.30 p.6.



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