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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL
DE CIEGOS ESPAÑOLES

Viernes 26 de mayo de 1989

 

Es para mí motivo de particular gozo tener este encuentro con vosotros, dirigentes y representantes de la Organización Nacional de Ciegos Españoles, que habéis querido testimoniar vuestra adhesión al Sucesor de Pedro con vuestra visita a Roma. Os presento mi más cordial saludo de bienvenida.

También vosotros, como hijos de la Iglesia, os habéis puesto en camino, desde las distintas regiones españolas, para peregrinar a esta Sede Apostólica, centro de la catolicidad, representando también a los invidentes de toda España, que en vuestra Organización Nacional encuentran el apoyo para afrontar con serenidad las no leves dificultades que origina el no contar con el sentido de la vista.

Deseo en esta ocasión deciros que me siento muy cercano a vosotros y que pido al Señor os dé fortaleza, a la vez que os recuerdo aquellas palabras del Concilio Vaticano II: “Tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros; la única capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación” (Mensaje a los pobres, enfermos y a todos los que sufren, 8 de diciembre de 1965). 

Ante el dolor, crecen la solidaridad y el amor. Sé que vuestra Organización –que cuenta con el apoyo de tantos ciudadanos– lleva a cabo una encomiable labor en favor de los invidentes y de sus familias. Aliento a todos a un decidido testimonio de solidaridad cristiana, que se manifieste también en saber compartir con los hermanos más pobres y necesitados.

A vosotros los aquí presentes y a todos los invidentes de España y a sus familias, imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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