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VIAJE APOSTÓLICO A CABO VERDE, GUINEA BISSAU, MALÍ, BURKINA FASO Y CHAD
(25 DE ENERO - 1 DE FEBRERO)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO

ANTA LA REPÚBLICA DEL CHAD*

Jueves 1 de febrero de 1990

 

Excelencias, señoras, señores:

1. Al finalizar mi visita pastoral a varios países africanos, me siento dichoso al tener ocasión de encontrarme con los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Republica del Chad, así como con los representantes de varias organizaciones internacionales. A cada uno de ustedes saludo y les agradezco su presencia en este encuentro.

La experiencia de mis viajes y los numerosos contactos que tengo en Roma me animan a hacerles partícipes de algunas reflexiones sobre cuestiones de las que ustedes se ocupan cada día. La paz es seguramente nuestra primera preocupación. Tenemos la satisfacción de ver que el país que nos acoge progresa en la consolidación de 1a paz y trabaja para reedificar las ruinas materiales creadas por un largo conflicto, y también por reconciliar a los hombres en profundidad. Nos complacen estos esfuerzos, y apoyamos a lodos los que los animan para el bien común.

Ahora que me encuentro en tierra africana, siendo testigo de las admirables cualidades de sus pueblos, no puedo dejar de evocar también los conflictos que los afligen en diversas regiones de este continente. Son causas de sufrimientos que aparecen sin cesar. Pienso en Etiopia, en Sudán, en algunos pueblos que luchan contra la discriminación racial, y en otros donde endémicas rivalidades étnicas llevan en ocasiones a violentos enfrentamientos.

Es cierto que en todas las regiones del mundo existen focos de guerra. Se producen cambios; aparecen también signos positivos. Recientemente he tenido ocasión de pronunciarme sobre estos temas. Pero, porque ningún sufrimiento humano nos tiene que encontrar resignados, quería de todo corazón decir en voz alta a toda la comunidad internacional que la solidaridad entre los pueblos no tiene fronteras; que las grandes transformaciones en curso en el Este de Europa no han de desviar la atención respecto del Sur, y particularmente respecto del continente africano.

2. Hemos de constatar que, con mucha frecuencia, el origen de las rupturas de la paz no aparece con claridad. Sería necesario que los responsables locales así como todos los que ejercen una influencia en las relaciones entre las naciones tuviesen el valor de la lucidez. ¿Cuál es la urdimbre de los enfrentamientos? ¿Quién los anima? ¿Qué derechos se ponen en cuestión?.

Sería necesario que se sepa comprender lo que algunas minorías están dispuestas a defender a precio de su misma vida: sus tradiciones, su cultura, sus convicciones, su dignidad ante los poderes que los toleran con dificultad y les niegan su legitimidad. También sería preciso tener la valentía de poner a la luz el papel desempeñado por todas las partes, comenzando por los más poderosos, que tienen el control de la economía, de las ayudas militares y de las alianzas.

Corresponde a los responsables políticos y a los diplomáticos escuchar las llamadas que se dirigen a la comunidad internacional. Es preciso incluso que se llegue a reconocer los errores, los abusos del poder, las injusticias, la explotación de la que se ha podido ser causa, porque es más importante servir al progreso de la paz para bien de pueblos enteros que defender el propio prestigio. Conseguiríamos esto con más frecuencia si tuviésemos siempre como primer objetivo el respeto a los derechos y a la dignidad de todo hombre.

La Organización de las Naciones Unidas y diversas instancias regionales han realizado ya en este sentido importantes esfuerzos que hay que felicitar: Se ha llegado a suscribir importantes textos, como la Carta africana de los derechos humanos y de los pueblos. No obstante, ustedes saben lo importante que es reducir la distancia entre el decir y el hacer para aplicar sin reticencias los textos. ¿Llegaremos a que los Estados de derecho se pongan de acuerdo para formar una comunidad que renuncie a toda excepción del derecho? ¿Sabremos desarrollar procedimientos de mediación para resolver los litigios respetando los derechos de todas las partes?

Añadiré además que las trágicas secuelas de los conflictos no pueden dejar al conjunto de la humanidad en la indiferencia. La primera imagen que se presenta ante mis ojos es la de los millares de refugiados que pierden la esperanza de encontrar una tierra de asilo, de reconstruir su existencia y sus familias. El problema supera el campo de acción de los organismos especializados, por generosas que sean sus intervenciones. ¡Se trata de hombres que han de encontrar por todas partes hermanos en humanidad! Y, más allá de las específicas condiciones de los refugiados, se trata de todo el problema de la emigración que tendría que ser abordado con el debido respeto a tantas personas hechas vulnerables por su desarraigo.

3. Todos reconocen la importancia de la cooperación económica para favorecer la paz; es el aspecto más visible del apoyo eficaz que esperan las naciones en vías de desarrollo. Ya he evocado esta cuestión en Uagadugú hace unos días. Ante ustedes quisiera congratularme por los positivos esfuerzos ya realizados, como los que han desembocado en el nuevo Convenio de Lomé recientemente firmado, así como las disposiciones tomadas para aligerar la carga de la deuda de los países más desfavorecidos, o los numerosos acuerdos con los organismos financieros internacionales y los convenios establecidos entre países.

Ustedes ya conocen el largo camino que queda por recorrer hasta llegar a mejores equilibrios; muchos de entre ustedes trabajan por hacer avanzar una benéfica cooperación. Simplemente quiero insistir, una vez más, en las consecuencias humanas de los acuerdos económicos, en la necesidad de concertación, en el respeto a las responsabilidades ejercidas por los dirigentes y los trabajadores de las zonas menos favorecidas, así como en la atención que se debe a los valores tradicionales y a la civilización de los interlocutores.

La solidaridad internacional aún tiene que intensificar la cooperación en favor de los países desfavorecidos. La opinión pública mundial comprende mejor hoy la urgencia de proteger el medio ambiente. ¿Está dispuesta a prestar para ello el necesario esfuerzo? ¿Está también dispuesta a tomarse igualmente en serio las necesidades de los pueblos pobres con respecto a la salud, a la formación de los jóvenes, a la información y a las comunicaciones, al desarrollo de las infraestructuras y los servicios, al avance de la investigación científica en los campos específicos de este continente, para permitir a las instituciones científicas y técnicas africanas tener acceso a los conocimientos y las técnicas conseguidas en otros lugares?

Para ilustrar mi reflexión con un ejemplo concreto, permítaseme recordar el convenio firmado el año pasado entre Camerún y la Santa Sede con vistas a constituir un centro universitario, el Instituto Católico de Yaundé. Se trata de una cooperación cultural en la cual participan también otros países africanos.

Como he escrito en un documento solemne, «la solidaridad nos ayuda a ver al otro —persona, pueblo, nación— como un semejante nuestro, una "ayuda" (cf. Gn 2, 18. 20), para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios» (Sollicitudo rei socialis, n. 39).

4. Cuando se considera la cooperación internacional para la paz y especialmente para el desarrollo, con frecuencia se presentan las relaciones entre el Norte y el Sur. Me gustaría, no obstante, destacar el gran beneficio que las naciones africanas pueden obtener de una colaboración más intensa entre ellas mismas, del Sur con el Sur.

La diversidad de recursos y de situaciones —simplemente entre países del interior y países abiertos al mar— tendría que incitar a los Estados a organizar mejor sus intercambios y su complementariedad. La misma geografía lo sugiere, en las grandes cuencas fluviales, para producir energía y para los transportes. Y por lo que se refiere a la circulación de personas, a las necesarias inversiones para la formación y la investigación, a la complementariedad de producciones agrícolas e industriales, el acuerdo entre los hombres no puede seguir chocando con fronteras ante las cuales, por lo demás, sus antepasados no se detenían para nada.

Hay que desear que las organizaciones africanas, continentales o regionales, sean cada vez más activas, a fin de ser verdaderos instrumentos para la promoción de la paz y del desarrollo en beneficio de todos sus miembros. La puesta en marcha de proyectos comunes concretos ayudará, por otra parte, a elaborar posiciones comunes en los debates en ocasiones difíciles que conlleva la coyuntura internacional.

Por su parte, la Iglesia que está en África ha adquirido la costumbre de la concertación regional y continental. Como saben, todos los católicos están actualmente invitados a una reflexión profunda sobre todos los aspectos de la misión eclesial, con el fin de preparar la Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que será una amplia consulta a escala continental.

5. Señoras, señores, quisiera culminar este rápido vistazo de futuro formulando fervientes deseos para todos los africanos.

Deseo que progrese la paz, que cada ser humano tenga la oportunidad de desarrollarse, de formarse, de fundar una familia y educar a sus hijos, de ejercer un trabajo útil, de conservar sus más hermosas tradiciones y la generosidad que reconocemos en su herencia.

Que la acción de los dirigentes y la colaboración internacional ayuden a los africanos a recibir lo mejor de lo que se les puede ofrecer sin que nunca nadie sea despreciado, corrompido o herido en el fondo de su ser.

Expreso toda mi estima a la nación en la que nos encontramos como huéspedes, y a la que ustedes representan.

Pido a Dios que conceda a todos los pueblos de África la fuerza de la esperanza


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.7, p.15 (p.99).

 



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