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VIAJE APOSTÓLICO A TANZANIA, BURUNDI, RUANDA Y YAMOUSSOUKRO
(1 - 10 DE SEPTIEMBRE DE 1990)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO EN BURUNDI*

Miércoles 5 de septiembre de 1990

 

 

Excelencias; señoras y señores:

1. Este día, en que tomo contacto con Burundi, me complace saludar al Cuerpo Diplomático acreditado, al Cuerpo Consular y a los representantes de las organizaciones internacionales, que se hallan aquí reunidos esta tarde. Os agradezco vuestra presencia en este encuentro. Vuestro decano acaba de recordar, en un amplio panorama, vuestras preocupaciones comunes, interpretando vuestros cordiales sentimientos, que aprecio vivamente. Le expreso por ello mi gratitud.

Como huéspedes de este hermoso país, seguís con simpatía los esfuerzos que realiza el pueblo de Burundi para consolidar su unidad nacional. Descubrís el camino que ha recorrido, las pruebas que ha pasado, el valor que ha mostrado en la adversidad. Este pueblo, cuyos miembros comparten una misma cultura y un verdadero sentido espiritual, os invita a dar a las relaciones de las que sois agentes las dimensiones de un diálogo marcado por el respeto mutuo y la esperanza para el futuro.

2, Las relaciones humanas a las que me refiero así, dan a la acción de los diplomáticos su alcance real. Recordar que su primer objetivo es la paz no representa hoy un propósito de mera conveniencia. Los conflictos siguen sembrando el miedo y el sufrimiento en enteras regiones del mundo y, en especial, de este continente. En este encuentro pensamos en ellos con viva preocupación por los pueblos afectados. Pedimos que el diálogo prevalezca sobre los enfrentamientos, y que los responsables del bien común hagan prevalecer, sobre cualquier otra actitud, el espíritu de reconciliación.

3. Representáis en Burundi a Estados geográficamente cercanos o distantes, naciones de un nivel de desarrollo muy diverso, y organizaciones de vocación mundial o regional. Vuestras misiones tienen como rasgo común promover una cooperación benéfica con el pueblo de este país. Sabemos que la evolución reciente de las relaciones entre las naciones del este y del oeste de Europa ha suscitado la inquietud de los países del sur, afectados por una crisis económica que no pueden superar por sí solos. Sufriendo el contragolpe de las fluctuaciones de los mercados sin poder compensarlas, sienten a menudo la impresión de no ser tenidos en cuenta por las potencias, que sólo actuarían en función de intereses egoístas.

Esa situación, a la que he aludido de manera esquemática, invita a reflexionar sobre el sentido de las relaciones internacionales que vosotros estáis llamados a servir aquí. Es injusto no ver en la acción de las grandes potencias o de las organizaciones internacionales más que un ansia de lucro en perjuicio de los pueblos indefensos, pero hace falta recordar en todo momento que la cooperación entre las naciones es ente todo una realidad de orden humano y una colaboración entre interlocutores que se respetan mutuamente.

Hemos de alegrarnos de constatar una cierta evolución en la manera de valorar el desarrollo de un país. En efecto, los indicadores económicos no pueden traducir por sí solos las virtudes de un pueblo, ni el conjunto de sus realizaciones. También hay que tener en cuenta la salud de los hombres, su nivel de educación y la calidad de su vida cotidiana. Lo que dije en otra ocasión a propósito de la paz, puedo repetirlo ahora aplicándolo al desarrollo que es preciso afrontar: "Han de ser potenciadas las políticas y los programas que instauran relaciones abiertas y honestas entre los pueblos, que forjan alianzas justas, que unen a las naciones con honorables lazos de cooperación. Tales iniciativas no ignoran las diferencias reales, lingüísticas, raciales, religiosas, sociales y culturales" (Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, 1986, n. 4; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 1986, pag. 23).

4. En todo el mundo, la necesidad de establecer una cooperación constructiva aparece cada vez más vinculada a la exigencia de verdadero diálogo. Las partes podrán prestar una positiva contribución al bien de sus pueblos sólo en la medida en que unos y otros actúen con sentido de servicio público, y en la medida en que se vea claramente que los intereses de unos no son defendidos con prejuicio de los de los demás. La concepción de un proyecto agrícola, industrial o de equipo, tendrá más posibilidades de éxito si ha sido realizado por medio de negociaciones abiertas con los que lo deben poner por obra y obtener los beneficios, pues se trata siempre de sostener la actividad de personas libres, de aumentar sus medios de vida, de poner en movimiento su capacidad de trabajo sin descuidar sus responsabilidades y su desarrollo, de responder a aspiraciones que sean realmente las suyas.

En suma, para que la cooperación entre los diversos miembros sea plenamente útil para el desarrollo de los menos favorecidos, es preciso, sin poner en discusión su papel, superar la simple relación de intercambio de productos y la búsqueda de beneficios. A través del conocimiento recíproco de las culturas, la participación en las aportaciones científicas, y el descubrimiento de las riquezas que no se pueden transformar en moneda, se llegará al sentido propiamente humano de los intercambios. Y, ante la pobreza y la enfermedad, la solidaridad y el amor fraternos han de motivar una ayuda mutua desinteresada. En lo que debe llegar a ser el encuentro de los pueblos antes de ser una colaboración técnica, será natural respetar, en todo grupo humano, sus estructuras sociales y familiares, y sus convicciones morales y espirituales. Se trata de una condición indispensable para que cada uno conserve su dignidad y pueda, en el desarrollo de sus propias cualidades, aportar su contribución original a la comunidad humana.

5. Me parece que estas convicciones responden muy bien a la experiencia de muchas de las organizaciones internacionales, y de muchos agentes abnegados que consagran sus fuerzas a contribuir al desarrollo de los pueblos más probados. Quisiera expresar aquí la estima que siento por la acción de muchas instituciones especializadas, gubernamentales o no gubernamentales, sean o no sean de inspiración confesional, que no ahorran esfuerzos para dar a la solidaridad de las naciones su contenido concreto y una eficacia que esperamos sea cada vez mayor.

Las reflexiones que propongo aquí se inspiran, en el fondo, en la confianza de la Iglesia en el hombre, en sus recursos de inteligencia y de corazón, en su capacidad de hacer frente a la adversidad y superar finalmente sus divisiones. Quiero rendir homenaje al valor de los pobres, de los numerosos pobres del mundo. Su dignidad despierta nuestra admiración. Merecen que no los dejemos solos en su lucha diaria por vivir.

Señoras y señores, deseo de corazón que podáis cumplir vuestra misión para el bien de este país y de la gran familia humana. Y pido a Dios que os ayude con los dones de su gracia.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.37, p.7 (p.499).



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