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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE FIELES PROCEDENTES
DE LA ARCHIDIÓCESIS DE MADRID


Sábado 9 de abril de 1994

 

Queridos hermanos en el episcopado,
dignísimas autoridades,
sacerdotes, religiosos, religiosas,
amadísimos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de particular complacencia recibir esta mañana a una representación de la Archidiócesis de Madrid, presidida por el Señor Cardenal Ángel Suquía, que desea testimoniar al Sucesor de Pedro su gratitud por la visita pastoral del pasado mes de junio a la capital de España. Se unen también un grupo de Móstoles, diócesis de Getafe, junto con su obispo Monsenor Francisco Javier Pérez y Fernández–Golfín, y Monseñor Manuel Ureña Pastor, Obispo de Alcalá de Henares.

Vuestra presencia aquí trae a mi memoria aquellas inolvidables jornadas de fe y esperanza, durante las cuales tuve el gozo de presidir la solemne ceremonia de dedicación de la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena, así como canonizar al Beato Enrique de Ossó, hijo insigne de Cataluña y fundador de las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa.

Con la dedicación de dicho templo el pueblo cristiano madrileño vio culminada una antigua y ferviente aspiración de poder contar con una iglesia Catedral, corazón de la diócesis y morada digna en la que invocar a Dios e implorar su misericordia. La conclusión de dicha obra fue, al mismo tiempo, signo del dinamismo de la Iglesia de Madrid, que supo unir sus fuerzas, trabajos, limosnas y oraciones para hacer realidad esa espléndida catedral dedicada a la Madre de Dios, bajo la advocación de la Almudena.

Presentes en nuestro encuentro se hallan los miembros del Patronato para la terminación de las obras del templo catedralicio, que en tan gran medida han contribuido a plasmar aquel ferviente deseo de Pastores y fieles.

En aquella ocasión, invité a todos a renovar su dedicación a las tareas de la nueva evangelización. Es la hora de Dios –os decía–, la hora de hacer presente el fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales. Y os exhortaba con estas palabras: “¡Salid a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!” (Homilía durante la consagración de la catedral de la Almudena, n. 5, 15 de junio de 1993).

Al día siguiente, en la Plaza de Colón, el pueblo fiel de Madrid –en una de las mayores concentraciones conocidas en la capital de España– supo expresar su fe y entusiasmo durante la ceremonia de canonización de san Enrique de Ossó. Por ello, deseo expresar, una vez más, mi agradecimiento a las Autoridades, a los organizadores y a tantas personas generosas que contribuyeron a hacer de aquella celebración eucarística una grandiosa manifestación de los valores espirituales que son patrimonio secular de la Iglesia de España.

En este Año Internacional de la Familia, me complace reiterar la llamada que, desde el corazón de Madrid, hice a las familias españolas a ser siempre lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. “Exhorto a todos –os decía– a no desistir en la defensa de la dignidad de toda vida humana, en la indisolubilidad del matrimonio, en la fidelidad del amor conyugal, en la educación de los niños y de los jóvenes, siguiendo los principios cristianos frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro” (Ceremonia de canonización del beato Enrique de Ossó, n. 5, Madrid, 16 de junio de 1993).

Y, cómo no enviar desde aquí un saludo entrañable a los miles de jóvenes, muchachos y muchachas madrileños y de muchos otros lugares de España, que con su entusiasmo y devoción profunda supieron poner una nota de alegría y esperanza a aquel inolvidable encuentro de la Plaza de Colón? Ellos son promesa de futuro para la Iglesia, como pude apreciarlo todavía más durante la celebración en el Seminario, rodeado de los candidatos al sacerdocio –algunos de ellos hoy aquí presentes– y que un día serán los animadores de las diversas comunidades eclesiales.

Pido fervientemente a Dios que este Año de la Familia sea ocasión propicia para fomentar los valores cristianos en el seno del hogar, de manera que en él nazcan y se desarrollen numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, las cuales mantengan viva la gloriosa tradición misionera de la Iglesia en España que, en América Latina y en otros muchos lugares del mundo, se goza de haber plantado la semilla fecunda del Evangelio.

Para concluir, quiero reiterar a todos los presentes mi viva gratitud por las incontables atenciones de que me hicisteis objeto durante mi estancia en Madrid, y en especial por vuestra generosa y abnegada contribución al buen desarrollo de los diversos actos celebrados. En particular, mi agradecimiento a los miembros de la Delegación para la visita Papal.

Con la alegría de este tiempo pascual, os invito a hacer de vuestras parroquias, comunidades, grupos y movimientos apostólicos centros de irradiación de la fe, que infundan vida nueva en la metrópoli madrileña, mientras os imparto con todo afecto mi Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a vuestras familias.



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