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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE
*


Jueves 6 de abril de 1995

 

Señor Embajador:

1. Con sumo gusto le recibo hoy en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida me es muy grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de aquella noble Nación. En efecto, quiso la Divina Providencia que mis Visitas pastorales fuera de Italia se iniciaran precisamente en México en 1979. Después en 1990 me fue concedido volver de nuevo a la tierra mexicana y otra vez en agosto de 1993, camino de Denver, visité ese hermoso lugar que es la Península del Yucatán, donde pude encontrar a los representantes de diversas poblaciones indígenas del continente americano y poner de relieve valores culturales y religiosos de esas minorías étnicas. En mi memoria permanecen vivas todas aquellas inolvidables jornadas de fe y esperanza, durante las cuales pude apreciar las genuinas expresiones del alma mexicana.

Al deferente saludo que el Excelentísimo Señor Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León ha querido hacerme llegar por medio de Usted, correspondo con sincero agradecimiento, y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios de paz y bienestar, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo para que le asista en su alta misión, iniciada hace pocos meses, al servicio de todos los mexicanos.

2. En sus amables palabras se ha referido Usted, Señor Embajador, a la labor de la Santa Sede en favor del hombre, de la paz y de la solidaridad entre los pueblos y las naciones. En ese camino me complace constatar la coincidencia entre esta Sede Apostólica y México para promover la realización integral del ser humano. En efecto, son las grandes causas del hombre las que la Santa Sede trata de defender también en los foros internacionales en los que está presente. Para ello confía en la valiosa aportación que, como en otras ocasiones, su País, fiel a su patrimonio religioso y cultural, pueda ofrecer para la defensa de valores fundamentales, como son la vida humana, los derechos y la dignidad de cada persona, la familia, la solidaridad.

Para contribuir a la promoción y defensa del ser humano, en continuidad con la tradición cristiana, he publicado recientemente la Carta Encíclica Evangelium Vitae, para proclamar la alegre noticia del valor y de la dignidad de la vida de todo hombre, poniendo de relieve las luces y sombras de la actual situación. En ese sentido, he dirigido un llamado a fin de que en la coyuntura presente las democracias no sean sólo una expresión formal de una mayoría, sino que se cualifiquen por un contenido moral que lleve a un respeto por todos y, de una forma especial, de los más débiles e indefensos.

3. Los importantes cambios en la vida política internacional de los últimos años del presente siglo exigen de todos el compromiso de asegurar siempre la paz y la armonía entre los pueblos. En este sentido la peculiar posición geográfica de México ofrece vastos horizontes para un intercambio cultural y económico que, salvaguardando también la identidad y los justos intereses nacionales, debe tender, mediante la colaboración cada vez más fructífera con las otras Naciones del Continente americano, a mejorar las condiciones de vida de todos, eliminando plagas como son la pobreza, el subdesarrollo, el desempleo, la criminalidad, el tráfico de drogas.

La Santa Sede, por su parte, no puede dejar de apoyar todos los esfuerzos encaminados a fortalecer estructuras sociales y económicas que abran nuevas vías de progreso y desarrollo para los pueblos. El fomento de la unidad y buen entendimiento es tarea en la que se debe colaborar generosamente para reforzar así los lazos de solidaridad, en particular, entre quienes forman la gran familia latinoamericana. Hago fervientes votos para que México, fiel a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, sea promotor de la fraternidad y el entendimiento, contribuyendo así a acrecentar los vínculos de amistad, paz, justicia y progreso entre pueblos históricamente hermanados por las mismas raíces católicas, la misma lengua y cultura.

4. El pueblo mexicano está comprometido en la promoción de una sociedad en la cual cada persona pueda sentirse respetada, valorizada y llamada a la construcción del bien común. En ese sentido quiero expresarle mi aprecio por la labor que, no sin dificultades, se va haciendo para que en el ámbito político, social y cultural se alcance una sociedad cada vez más democrática, mediante el diálogo y la colaboración de todos, donde las personas y grupos puedan encontrar espacio para expresarse, colaborar y contribuir al bien de la Nación.

En la hora presente una dificultad no indiferente es la derivada del delicado momento que se atraviesa a nivel económico. Hago mis mejores votos para que las autoridades y quienes tienen responsabilidades en este campo, logren asegurar una adecuada estabilidad económica, y así hacer posible una efectiva mejoría del nivel de vida de todo el pueblo mexicano, sin olvidar los valores fundamentales, que son la garantía de un auténtico bienestar social.

5. La normalización de las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede aparece como un medio importante para el proceso de diálogo, abierto y constructivo, que se viene desarrollando en estos últimos años entre la Iglesia católica y el Estado. Es de desear que se mantenga un clima de leal colaboración y entendimiento entre ambos, lo cual redunde en copiosos frutos de progreso social y espiritual para bien de todos los amadísimos hijos de su noble País. La Iglesia, por su parte, desempeña su misión en los campos que le son propios, iluminando con principios espirituales y morales lo que puede contribuir al bien común. Con la predicación de la Palabra de Dios y su magisterio social, está dispuesta a seguir colaborando, desde su propio ámbito, con las diversas instancias públicas para que los ciudadanos de su Nación encuentren respuestas adecuadas a los desafíos del momento presente.

La Iglesia no busca ni exige privilegios, sino que pide el reconocimiento de las condiciones necesarias que, por derecho nativo, le corresponden para cumplir su misión y que permiten que los individuos y los pueblos ejerzan el inalienable derecho a la libertad, especialmente la religiosa, y a la búsqueda de la verdad según los dictados de la propia conciencia.

Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, deseo expresarle las seguridades de mi estima y apoyo, junto con mis mejores votos para que la importante misión que le ha sido encomendada sea fecunda para el bien de su País. Le ruego que se haga intérprete de estos sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República y demás dignas Autoridades. Por mediación de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de México, elevo mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su familia, a sus colaboradores, a los gobernantes, así como al amadísimo pueblo mexicano, tan cercano siempre al corazón del Papa.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XVIII, 1 p.937-940.

L’Osservatore Romano 7.4.1995 p.5.

L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.15, p.12 (p.208).

 



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