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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
ERNESTO ZEDILLO PONCE DE LEÓN*


Jueves 1 de febrero de 1996

 

Excelentísimo Señor:

1. Es para mí motivo de viva satisfacción recibir hoy al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, acompañado de su ilustre séquito, Al expresarles mi profunda gratitud por esta visita, que pone de relieve su cercanía y respeto a la Sede Apostólica, me es grato dirigirles un deferente saludo, junto con mi más cordial bienvenida.

Este encuentro —que me hace recordar con complacencia los viajes pastorales a vuestra Nación, en los que he podido conocer los valores morales y culturales, así como la profunda religiosidad de los mexicanos—, es el primero que tiene lugar después de instaurarse las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede. Su presencia aquí, Señor Presidente, no sólo quiere expresar sus nobles sentimientos personales, sino que refleja ante todo el buen clima de estas relaciones, a la vez que evidencia la colaboración, respetuosa y leal, entre la Iglesia local y el Estado, para el bien espiritual del pueblo mexicano, que anhela el progreso y la plena inserción de su país en el concierto de las Naciones.

2. A este respecto, he seguido con vivo interés los acontecimientos de la vida política y social de su país, en la que hay que reconocer y destacar una serie de cambios significativos que se han dado recientemente. Entre ellos sobresale la mejora de la ley electoral, los acuerdos entre grupos políticos y organizaciones sociales para fomentar un sistema político más democrático y de participación.

El camino emprendido debe afrontar muchos retos para poder consolidar un clima de pacífica y armoniosa convivencia entre todos, y de confianza de los ciudadanos en las diversas instituciones e instancias públicas. Éstas han de considerar y favorecer en todo momento el bien común como objetivo prioritario, porque aun en el sistema político vigente en México, la acción gubernamental ha de prevalecer sobre intereses particulares y quedar libre de cualquier influencia de parte, buscando siempre el bien de la Patria.

En este sentido, la solución de las situaciones conflictivas se ha de buscar mediante el dialogo y el respeto de la idiosincrasia de las minorías étnicas, lo cual les permita gozar de un ambiente de paz y verdadera prosperidad, protegiéndolos de toda forma de violencia y de interferencias externas.

3. La Santa Sede sigue también de cerca el esfuerzo de los gobernantes mexicanos por promover un adecuado desarrollo económico y social con medidas que incrementen la calidad de vida de los ciudadanos. Éstas han de inspirarse siempre en los principios éticos, asegurando en particular una equitativa, aunque necesaria, aportación de esfuerzos y sacrificios por parte de todos.

Ante un programa de estabilidad económica, corresponde a los poderes públicos buscar soluciones a medio y largo plazo, procurando que los sectores más desprotegidos de la sociedad —como son los de menos recursos económicos, los campesinos, los indígenas, los jóvenes y los desempleados—, no carguen con la parte más gravosa de los reajustes económicos y así puedan vivir de manera más digna.

En este contexto se ve la necesidad de potenciar los valores fundamentales para la convivencia social, tales como la defensa de la vida, el respeto a la verdad, el decidido empeño por la justicia y la solidaridad, la honestidad, la capacidad de diálogo y la participación a todos los niveles. Se trata de promover y lograr aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones.

Ante el serio problema del crecimiento demográfico, se imponen programas y soluciones que respeten ante todo la dignidad de la persona, la auténtica promoción de la mujer y los derechos de los niños. En este campo, sería deseable que el Estado y demás instancias públicas ofrecieran una colaboración concreta y eficaz a la importante obra que la Iglesia en México está llevando a cabo en los centros de enseñanza católicos, orientados a formar las conciencias sobre los verdaderos e irrenunciables valores espirituales y humanos.

4. Asimismo, deseo asegurarle, Señor Presidente, la firme voluntad de la Iglesia, de seguir cooperando con las Autoridades y las diversas instancias públicas en favor de las grandes causas del hombre, corno ciudadano e hijo de Dios (cf. Gaudium et spes, 76). Es de desear que el diálogo constructivo y frecuente entre Autoridades civiles y Pastores de la Iglesia afiance las relaciones entre las dos Instituciones. Por su parte, el Episcopado, los sacerdotes y comunidades religiosas, seguirán incansables en su labor evangelizadora, asistencial y educativa en favor de la sociedad. A ello les mueve su vocación de servicio a todos, especialmente los más necesitados, contribuyendo así a la elevación integral del hombre mexicano y a la tutela y promoción de los valores supremos.

Antes de concluir este encuentro deseo reiterarle, Señor Presidente, mi sincero agradecimiento por esta amable visita. Espero vivamente que su compromiso personal, así corno el de su Gobierno, alcance los objetivos previstos de fomentar el moderno desarrollo de México sobre la base de los valores éticos, tan arraigados en la tradición religiosa y cultural de la población. Espiritualmente postrado ante la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y guía espiritual de los mexicanos, pido fervientemente al Todopoderoso que derrame abundantes dones y bendiciones sobre Usted, Señor Presidente, sobre su distinguida familia y colaboradores en las tareas de Gobierno, y sobre los amadísimos hijos de ese noble país.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIX, 1 pp. 179-182.

L'Osservatore Romano 2.2. 1996 p.5.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 5, p.6 (p.54).

 



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