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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS
(21-24 DE AGOSTO DE 1997)

XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

Campo de Marte
Jueves 21 de agosto de 1997

 

Queridos jóvenes:

1. Acabamos de escuchar el Evangelio del lavatorio de los pies. Con este gesto de amor, la noche del Jueves Santo, el Señor nos ayuda a comprender el sentido de la Pasión y la Resurrección. El tiempo que vamos a vivir juntos hacen referencia a la Semana Santa y, en particular, a los tres días que nos recuerdan el misterio de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo. Lo cual nos remite también al proceso de iniciación cristiana y del catecumenado, es decir, la preparación de los adultos para el bautismo, que en la Iglesia primitiva tenía una importancia capital. La liturgia de la Cuaresma señala las etapas de la preparación de los catecúmenos para el bautismo, celebrado durante la Vigilia Pascual. En los próximos días acompañaremos a Cristo en las últimas etapas de su vida terrestre y contemplaremos los grandes aspectos del misterio pascual, para dar firmeza a la fe de nuestro Bautismo; manifestemos todo nuestro amor al Señor, diciéndole, como hizo Pedro tres veces al borde del lago, después de la Resurrección: " Tu sabes bien que te amo" (cf. Jn 21, 4-23).

El Jueves Santo, mediante la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, así como por el lavatorio de los pies, Jesús mostró claramente a los Apóstoles reunidos el sentido de su Pasión y de su muerte. Él les introdujo también en el misterio de la nueva Pascua y de la Resurrección. El día de su condena y de su crucifixión por amor a los hombres, entregó su vida al Padre por la salvación del mundo. La mañana de Pascua, las santas mujeres, y después Pedro y Juan, encontraron la tumba vacía. El Señor resucitado se apareció a María Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los Apóstoles. La muerte no tiene la última palabra. Jesús ha salido victorioso de la tumba. Después de haberse retirado al Cenáculo, los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo que les dio la fuerza de ser misioneros de la Buena Nueva.

2. El lavatorio de los pies, manifestación del amor perfecto, es el signo de identidad de los discípulos. "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15). Jesús, Maestro y Señor, deja su lugar en la mesa para tomar el puesto de servidor. Invierte los papeles, manifestando la novedad radical de la vida cristiana. Enseña humildemente que amar en palabras y obras significa ante todo servir a los hermanos. El que no acepta esto no puede ser su discípulo. Por el contrario, quien sirve recibe la promesa de la salvación eterna.

Con el Bautismo renacemos a la vida nueva. La existencia cristiana nos exige avanzar en el camino del amor. La ley de Cristo es la ley del amor. Esta ley, transformando el mundo como el fermento, desarma a los violentos y pone en su lugar a los débiles y más pequeños, llamados a anunciar en Evangelio. En virtud del Espíritu recibido, el discípulo de Cristo se ve impulsado a ponerse al servicio de los hermanos, en la Iglesia, en su familia, en su vida profesional, en las numerosas asociaciones y en la vida pública, en el orden nacional e internacional. Este estilo de vida es en cierto modo la continuación del bautismo y de la confirmación. Servir es el camino de la felicidad y de la santidad: nuestra vida se transforma pues en una forma de amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos.

Lavando los pies de sus discípulos, Jesús anticipa la humillación de la muerte en la Cruz, en la cual Él servirá el mundo de manera absoluta. Enseña que su triunfo y su gloria pasan por el sacrificio y por el servicio: éste es también el camino de cada cristiano. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13), pues el amor salva el mundo, construye la sociedad y prepara la eternidad. De esta manera vosotros seréis los profetas de un mundo nuevo. ¡Que el amor y el servicio sean las primeras reglas de vuestra vida! En la entrega de vosotros mismos descubriréis lo mucho que ya habéis recibido y que recibiréis aún como don de Dios.

3. Queridos jóvenes, como miembros de la Iglesia os corresponde continuar el gesto del Señor: el lavatorio de los pies prefigura todas las obras de amor y de misericordia que los discípulos de Cristo habrían de realizar a lo largo de la historia para hacer crecer la comunión entre los hombres. Hoy, también vosotros estáis llamados a comprometeros en este sentido, aceptando seguir a Cristo; anunciáis que el camino del amor perfecto pasa por la entrega total y constante de sí mismo. Cuando los hombres sufren, cuando son humillados por la miseria y la injusticia, y cuando son denigrados en sus derechos, poneros a su servicio; la Iglesia invita a todos sus hijos a comprometerse en que cada persona pueda vivir con dignidad y ser reconocido en su dignidad primordial de hijo de Dios. Cada vez que nosotros servimos a nuestros hermanos no nos alejamos de Dios sino más bien al contrario, le encontramos en nuestro camino y le servimos. "Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Así damos gloria al Señor, nuestro Creador y nuestro Salvador, hacemos crecer el Reino de Dios en el mundo y hacemos progresar a la humanidad.

Para recordar esta misión esencial de los cristianos para con cada hombre, particularmente para con los más pobres, he querido, ya en el comienzo de la Jornada Mundial de la Juventud, rezar en el lugar de los derechos del hombre en el Trocadero. Juntos pedimos hoy especialmente por los jóvenes que no tienen la posibilidad ni los medios para vivir dignamente y recibir la educación necesaria para su crecimiento humano y espiritual a causa de la miseria, la guerra o la enfermedad. ¡Que todos ellos estén seguros del afecto y del apoyo de la Iglesia!

4. El que ama no hace cálculos, no busca ventajas. Actúa en secreto y gratuitamente por sus hermanos, sabiendo que cada hombre, sea quien sea, tiene un valor infinito. En Cristo no hay personas inferiores o superiores. No hay más que miembros de un mismo cuerpo, que quieren la felicidad unos de otros y que desean construir un mundo acogedor para todos. Por los gestos de atención y por nuestra participación activa en la vida social, testimoniamos a nuestro prójimo que queremos ayudarle para que llegue a ser él mismo y a dar lo mejor de sí para su promoción personal y para el bien de toda la comunidad humana. La fraternidad relega a la voluntad de dominio, y el servicio la tentación de poder.

Queridos jóvenes, lleváis en vosotros capacidades extraordinarias de entrega, de amor y de solidaridad. El Señor quiere reavivar esta generosidad inmensa que anima vuestro corazón. Os invito a venir a beber a la fuente de la vida que es Cristo, para inventar cada día los medios de servir a vuestros hermanos en el seno de la sociedad en la cual os corresponde asumir vuestras responsabilidades de hombres y de creyentes. En los sectores sociales, científicos y técnicos, la humanidad tiene necesidad de vosotros. Cuidad el perfeccionamiento continuo de vuestra cualificación profesional con el fin de ejercer vuestra profesión con competencia y, al mismo tiempo, no dejéis de profundizar vuestra fe, que iluminará todas las decisiones que en vuestra vida profesional y en vuestro trabajo habréis de tomar para el bien de vuestros hermanos. Si deseáis ser reconocidos por vuestras cualidades profesionales, ¿cómo no sentir también el deseo de acrecentar vuestra vida interior, fuente de todo dinamismo humano?

5. El amor y el servicio dan sentido a nuestra vida y la hacen hermosa, pues sabemos para qué y para quién nos comprometemos. Es en el nombre de Cristo, el primero que nos ha amado y servido. ¿Hay algo más grande que el saberse amado? ¿Cómo no responder alegremente a la llamada del Señor? El amor es el testimonio por excelencia que abre a la esperanza. El servicio a los hermanos transfigura la existencia, pues manifiesta que la esperanza y la vida fraterna son más fuertes que toda acechanza de desesperación. El amor puede triunfar en cualquier circunstancia.

Desconcertado por el humilde gesto de Jesús, Pedro le dice: "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? jamás" (Jn 13, 6.8). Como él, tardamos tiempo en comprender el misterio de salvación, y a veces nos resistimos a emprender el sencillo camino del amor. Sólo el que se deja amar puede a su vez amar. Pedro permitió que el Señor le lavara los pies. Se dejó amar y después lo comprendió.
Queridos jóvenes, haced la experiencia del amor de Cristo: seréis conscientes de lo que Él ha hecho por vosotros y entonces lo comprenderéis. Sólo el que vive en intimidad con su Maestro lo puede imitar. El que se alimenta del Cuerpo de Cristo encuentra la fuerza del gesto fraterno. Entre Cristo y su discípulo se instaura de ese modo una relación de cercanía y de unión, que transforma el ser en profundidad para hacer de él un servidor. Queridos jóvenes, es el momento de preguntaros cómo servir a Cristo. En el lavatorio de los pies encontraréis el camino real para encontrar a Cristo, imitándole y descubriéndole en vuestros hermanos.

6. En vuestro apostolado, proponéis a vuestros hermanos el Evangelio de la caridad. Allí donde el testimonio de la palabra es difícil o imposible en un mundo que no lo acepta, por vuestra actitud hacéis presente a Cristo siervo, pues vuestra acción está en armonía con la enseñanza de Aquel que anunciáis. Esta es una forma excelente de confesión de la fe, que ha sido practicada con humildad y perseverancia por los santos. Es una manera de manifestar que, como Cristo, se puede sacrificar todo por la verdad del Evangelio y por el amor a los hermanos. Conformando nuestra vida a la suya, viviendo como Él en el amor, alcanzaremos la verdadera libertad para responder a nuestra vocación. A veces, esto puede exigir el heroísmo moral, que consiste en comprometernos con valentía en el seguimiento de Cristo, en la certeza de que el Maestro nos muestra el camino de la felicidad. Únicamente en nombre de Cristo se puede ir hasta el extremo del amor, en la entrega y el desprendimiento.

Queridos jóvenes, la Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros para que seáis los testigos del Resucitado a lo largo de toda vuestra vida. Vais ahora hacia los lugares de las diferentes vigilias. De manera festiva o en meditación, volved vuestra mirada a Cristo, para comprender el sentido del mensaje divino y encontrar la fuerza para la misión que el Señor os confía en el mundo, sea en un compromiso como laicos o en la vida consagrada. Realizando de ese modo vuestra existencia cotidiana con lucidez y esperanza, sin pesadumbre o desánimo, compartiendo vuestras experiencias, percibiréis la presencia de Dios, que os acompaña con suavidad. A la luz de la vida de los Santos y de otros testigos del Evangelio, ayudaos unos a otros a fortalecer vuestra fe y a ser los apóstoles del Año 2000, haciendo presente al mundo que el Señor nos invita a su alegría y que la verdadera felicidad consiste en el darse por amor a los hermanos. ¡Dad vuestra aportación a la vida de la Iglesia que tiene necesidad de vuestra juventud y de vuestro dinamismo! 

 



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