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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO


Sala Clementina
Lunes 1 de diciembre de 1997

 

Señores cardenales y hermanos en el episcopado;
queridos padre rector,
superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma.

1. La celebración de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos me ofrece la oportunidad de recibir a este nutrido grupo de antiguos alumnos que participan en la misma, junto con los superiores y sacerdotes que residen actualmente en esa venerable institución, fundada por el Papa Pío IX el 21 de noviembre de 1858. Con gusto os doy la bienvenida y os agradezco esta visita con la que habéis querido renovar vuestro afecto y cercanía a la persona del Sucesor de Pedro.

Vuestra presencia aquí trae a mi memoria la visita que realicé a vuestro Colegio el 10 de enero de 1982, cuando en la fiesta del Bautismo del Señor celebré la eucaristía en vuestra capilla y tuve la oportunidad de dirigiros la palabra y visitar algunas instalaciones del centro.

2. Desde su fundación, la historia de vuestro Colegio está íntimamente unida a la evangelización de América. En efecto, a lo largo de ese tiempo una numerosa pléyade de sacerdotes han residido en él durante los años de su formación académica en diversas universidades y ateneos romanos y, después de esa privilegiada oportunidad, han llevado a cabo como pastores del pueblo de Dios, a lo largo y ancho de las tierras latinoamericanas, el anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos. Es de justicia, pues, recordar con complacencia la obra del Pontificio Colegio Pío Latino Americano en Roma durante estos casi ciento cuarenta años.

3. En estas semanas, el nombre de América ha sido pronunciado muchas veces por los padres sinodales, los cuales van presentando los gozos y esperanzas de esa numerosa porción de la Iglesia que peregrina en el querido continente de la esperanza. Para ayudaros a responder a los nuevos desafíos que tiene la vida eclesial y poder guiar a vuestros hermanos al «encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América», el Colegio os acoge y facilita un ambiente propicio para una más amplia formación académica y espiritual, necesaria en vuestra futura misión sacerdotal. El hecho de residir por unos años aquí os ofrece grandes posibilidades de abriros a la dimensión universal de la Iglesia, fomentar la comunión eclesial y la buena disposición a acoger las enseñanzas de su magisterio, el intercambio con otras realidades culturales y el contacto con las memorias históricas de los primeros siglos del cristianismo. Es todo un bagaje de fe y cultura que después habréis de difundir en Latinoamérica como fruto de vuestro paso por Roma.

Os aliento, pues, queridos sacerdotes, a asimilar todo lo que este período de vuestra vida os ofrece, a recibirlo con un fuerte espíritu de fe, que oriente vuestras bien fundamentadas opciones pastorales futuras, bajo la guía y disposiciones del propio obispo, siendo, junto con él, auténticos pastores de las almas (cf. Presbyterorum ordinis, 4), maestros del espíritu, formadores de las nuevas generaciones de católicos americanos, hambrientos de Dios y, como todo ser humano, necesitados de Cristo.

4. No puedo concluir estas palabras sin agradecer la obra que lleva a cabo la Comisión episcopal para el Colegio, así como el testimonio de estima y afecto hacia el mismo que manifiestan tantos antiguos alumnos, algunos de los cuales se han asociado hoy a esta audiencia.

Deseo, asimismo, agradecer los esfuerzos de la comunidad de la Compañía de Jesús, y particularmente del padre Luis Palomera, en la dirección y guía espiritual de los residentes, así como a todos los demás que, con su trabajo silencioso y oculto, contribuyen a la buena marcha de esa comunidad sacerdotal.

Que la Virgen María de Guadalupe, primera evangelizadora de América y tan amada por vuestros pueblos, interceda por todos ante el Señor y os acompañe siempre con su presencia materna.



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