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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RELIGIOSOS ESCOLAPIOS REUNIDOS EN CAPÍTULO


Sábado 5 de julio de 1997

 

Amadísimos hermanos:

1. Me alegra saludaros cordialmente a todos vosotros, reunidos en Roma para vuestro capítulo general, que se celebra en el IV centenario de la apertura de la primera escuela pública popular gratuita de Europa, por obra de san José de Calasanz, durante la primavera del año 1597, en el barrio romano de Trastévere.

Recordando el pasado, os proponéis analizar el presente, a fin de recoger sus desafíos. Es lo que os sugiere el tema de vuestra asamblea capitular, invitándoos a reflexionar sobre: «El carisma y el ministerio escolapio hoy». Deseáis interrogaros sobre cómo responder a las exigencias de hoy con marcada sensibilidad hacia las actuales necesidades de la Iglesia y de la sociedad, pero permaneciendo fieles al espíritu de los orígenes. No puedo por menos de alentaros en este propósito, sumamente oportuno.

Saludo al padre José María Balcells Xuriach, prepósito general de la orden, agradeciéndole las devotas palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Al mismo tiempo, deseo expresar a toda la familia de los escolapios mi gratitud por su valiosa obra en el difícil campo de la educación, animándola en este importante servicio en favor de las generaciones jóvenes. Ese apostolado no es fácil, pero resulta indispensable para la difusión del Evangelio y de la cultura cristiana, así como para la formación de creyentes maduros y responsables.

2. Lo comprendió muy bien vuestro fundador, que no se limitó a promover la «escuela para todos», sino que tomó como modelo a Cristo y trató de transmitir a los jóvenes la ciencia profana, al igual que la sabiduría del Evangelio, enseñándoles a descubrir en sus acontecimientos personales y en la historia la acción amorosa de Dios creador y redentor.

A ejemplo del divino Maestro, que «vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34), se dedicó en particular a los pobres. Así pues, con razón, san José de Calasanz puede considerarse el verdadero fundador de la escuela católica moderna, que busca la formación integral del hombre y está abierta a todos. La iniciativa que él emprendió hace cuatrocientos años conserva aún hoy su específica razón de ser: en el ambiente secularizado en que les toca vivir a las nuevas generaciones es sumamente importante que se les ofrezca una escuela de inspiración cristiana. Precisamente por este motivo, en la carta que envié hace pocos días a vuestro prepósito general expresé nuevamente el deseo de que «en todos los países democráticos se ponga en práctica una verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo» (n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 1997, p. 6).

3. Durante este capítulo general estáis reflexionando sobre la misión específica de los religiosos escolapios en el actual mundo de la educación. Al respecto, me complace subrayar que, como religiosos, estáis llamados a trabajar en la escuela con características que responden a vuestro carisma particular, que constituye, como tal, una aportación eclesial significativa. Vuestra labor en la escuela debe reflejar, ante todo, vuestra consagración total a Dios en el seguimiento de Cristo. Eso os permite hacer presente en el mundo de la cultura el horizonte trascendente en el que encuentra plena respuesta, a la luz del plan de Dios en Cristo por medio del Espíritu, la cuestión sobre el sentido de la vida humana.

Por tanto, los valores de la fe deberán impregnar vuestros proyectos pastorales y pedagógicos, así como su realización concreta. Sostenidos por el amor y la entrega a Jesucristo, estáis llamados a acompañar a los que Dios encomienda a vuestros cuidados, orientándolos con vuestro consejo en la respuesta a la vocación que Dios dirige a cada uno.

Como hijos de san José de Calasanz, además, debéis dar prioridad a la educación de los que, por alguna razón, se encuentran marginados y excluidos. Fieles a vuestro carisma originario y a vuestras tradiciones, debéis hacer todo lo posible para brindar a esos jóvenes la oportunidad de librarse de la grave forma de miseria que constituye la falta de formación cultural y religiosa.

Con afecto quisiera, asimismo, recordaros que vuestra presencia específica en el mundo de la educación cristiana sólo será posible si cada uno de los escolapios y todas las comunidades de la orden cultivan con diligencia una profunda espiritualidad evangélica, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, por las celebraciones litúrgicas, por la oración personal y comunitaria, por la práctica de las virtudes y por el compromiso ascético constante. De todo esto os dio ejemplo vuestro santo fundador, que os dejó también testimonio escrito en las Constituciones y en las cartas.

4. Amadísimos hermanos, en vuestra misión educativa han cooperado desde el inicio educadores laicos, cuya aportación en número y calidad se ha multiplicado en nuestros días. Vuestro fundador os recomendó que considerarais como auténticos miembros de la comunidad a los más cercanos por su espíritu y su entrega. Con su testimonio de fe y su competencia profesional, son un ejemplo concreto y vivo de vocación laical para todos los alumnos.

En efecto, corresponde precisamente a los educadores cristianos laicos la tarea de integrar en su vida personal y en su actividad pedagógica tanto la fe como la cultura, haciendo así presente el Evangelio en nuestro mundo secular. Y no sólo de forma puramente teórica o intelectual, sino en la realidad concreta del ejercicio de su misión educativa: en el contacto diario con los alumnos les ayudan a conjugar vitalmente valores humanos y cristianos. De este modo los educadores laicos contribuyen a la evangelización de las generaciones jóvenes y, por medio de ellas, a la renovación cristiana de la sociedad del futuro.

5. Amadísimos padres escolapios, a vuestra asamblea capitular le deseo abundantes frutos; y a cada uno de vosotros, que sepa acudir siempre a la riqueza de la enseñanza de Cristo Maestro, cuyas palabras «son espíritu y vida» (Jn 6, 63), en beneficio de cuantos han sido confiados a vuestro ministerio docente.

Que María santísima, cuyo nombre resplandece en el título de vuestra orden: «Pobres de la Madre de Dios», y a la que tan frecuentemente san José de Calasanz encomendaba el instituto, os asista siempre y haga fecundos vuestros esfuerzos apostólicos. Recordad lo que el santo os pedía, exhortándoos a invocarla con plena confianza: «Hay que ser importunos con nuestra Madre, y no con los hombres, puesto que ella no se molesta nunca con nuestra importunidad, y en cambio los hombres sí» (Carta 58). Así pues, no temáis ser «importunos » con la Virgen santísima, a quien veneráis de forma especial como vuestra Madre.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón mi bendición, que complacido extiendo a vuestros hermanos y colaboradores, así como a todos los beneficiarios de vuestro compromiso educativo diario.



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