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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA TRIPULACIÓN DE UN PORTAHELICÓPTEROS FRANCÉS


Sábado 15 de marzo de 1997

 

Señores oficiales;
queridos amigos:

Habéis deseado venir a saludar al Obispo de Roma, con ocasión de la escala en Nápoles del portahelicópteros Juana de Arco. Me alegra acogeros en esta ciudad, en el corazón de la Iglesia, de la que muchos de vosotros formáis parte. Ya sabéis que el ministerio del Papa lo impulsa a trabajar en favor de la unidad y la paz de los hombres, en nombre de Cristo, que vino para reconciliar a la humanidad con el Padre. La carrera que habéis elegido os lleva a recorrer este mundo, a menudo dividido y herido. Actuad siempre como servidores de la paz, por amor a los hombres.

La próxima Jornada mundial de la juventud, en París, tiene como tema el diálogo de los discípulos con Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?». La respuesta de Cristo es: «Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39). También yo os hago esta invitación. Tanto en París, en agosto, como en los mares del mundo, id al encuentro de Aquel que es la luz del mundo, aprended a ver el rostro de Cristo, que revela el esplendor de Dios y también se deja reconocer en el más humilde de sus hermanos.

Durante estos días nos estamos preparando para las fiestas pascuales. Espero que las viváis a ejemplo de Cristo, que ama a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) y es el primero en resucitar de entre los muertos en la gloria de Pascua. ¡Que él sea para vosotros «el camino, la verdad y la vida»! (Jn 14, 6).

Gracias por vuestra visita. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.

 



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