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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONGREGACIÓN BENEDICTINA OLIVETANA,
CON OCASIÓN DEL 650 ANIVERSARIO
DE LA MUERTE DE SU FUNDADOR

 

Al reverendísimo padre
Michelangelo Riccardo M. TIRIBILLI
Abad general de la Congregación Benedictina Olivetana

1. Este año se cumple el 650 aniversario de la muerte del beato Bernardo Tolomei, apasionado «buscador de Dios» (Regula benedictina, 58, 7), que esa congregación monástica se dispone con alegría a conmemorar. En este feliz aniversario, me complace dirigirle a usted, reverendísimo padre, y a toda la congregación monástica de los olivetanos, mi saludo y mis mejores deseos, uniéndome de buen grado al himno común de alabanza y gratitud al Señor por el don que hizo a su Iglesia con ese insigne testigo del Evangelio.

Por providencial coincidencia, este aniversario cae en el segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. La figura luminosa del beato Bernardo, creador de «escuelas del servicio de Dios» (Regula benedictina, Prol. 45), es un ejemplo singular de la presencia y de la acción del Espíritu Santo, fuente de la múltiple variedad de los carismas, de los que vive la Esposa de Cristo.

En el corazón del beato Bernardo «el Espíritu Santo derramó con abundancia el amor de Dios» (cf. Rm 5, 5), convirtiéndolo así en signo del Señor resucitado. Por eso pudo sobresalir «en la vocación a la que Dios le llamó, para que la Iglesia sea más santa y para la mayor gloria de la única e indivisible Trinidad» (Lumen gentium, 47), «comprometido a ser portador de la cruz» (cf. Vita consecrata, 6), como indica significativamente el nombre de «Monte Oliveto» (Monte de los Olivos), que dio al desierto de Accona. Bernardo, «sin anteponer nada al amor de Cristo» (Regula benedictina, 4, 21; cf. 72, 11), se insertó con fidelidad dinámica en la ininterrumpida tradición que ha consolidado la nobleza, la belleza y la fecundidad de la espiritualidad benedictina.

2. Su extraordinaria experiencia de Cristo muerto y resucitado fue «experiencia del Espíritu vivida y transmitida» (Mutuae relationes, 11) a la congregación monástica que fundó, hoy difundida en muchos países del mundo.

Ante la cercanía del tercer milenio de la era cristiana, la familia espiritual benedictina olivetana, proyectada con esperanza hacia el futuro, quiere confirmar con valentía su vocación al servicio del Evangelio. Percibe la urgencia de «ofrecer a la divina Majestad un servicio a la vez humilde y noble» (Perfectae caritatis, 9), aceptando con alegría «el bien de la obediencia» (Regula benedictina, 71, 1), «viviendo el amor fraterno» (ib., 72, 8), progresando en la «conversión de las costumbres» (ib., 58, 17) y en el ejercicio de la humildad (cf. ib., 7).

Precisamente con una celebración del «Opus Dei» esmerada y llena de intensidad contemplativa, aun en medio de tantas pruebas, los monjes olivetanos han sabido hacer que sus comunidades se convirtieran cada vez más, durante los siglos, en lugares de silencio, de paz, de fraternidad y de sensibilidad ecuménica. De este modo, los monasterios olivetanos han llegado a ser testimonio elocuente de comunión, moradas hospitalarias para los que buscan a Dios y las realidades espirituales, escuelas de fe y laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura.

3. El 650 aniversario de la muerte del beato Bernardo constituye, por tanto, una circunstancia oportuna para poner de relieve con renovado vigor la actualidad del carisma de esa orden. Recordando el radical testimonio de vida monástica del fundador, no será difícil descubrir las razones de las opciones que le sugirió la situación del monacato de su tiempo y que realizó al fundar una nueva congregación benedictina, que se diferencia de las demás por «una estructura propia, en virtud de la cual los monjes profesan en las manos del abad general o de un delegado suyo y, a pesar de vivir en los diferentes monasterios, están tan unidos a la archiabadía de Monte Oliveto Maggiore, que forman una sola familia no sólo por vínculo de caridad sino también jurídico» (Constituciones olivetanas, 1).

Sé que la atención a esta «relectura» suya de la Regla de san Benito será objeto de reflexión y discernimiento en vuestro inminente capítulo general, examen importante de vuestra identidad carismática. Espero cordialmente que, con el esfuerzo y la colaboración de todos, la memoria histórica de vuestros orígenes se convierta en memoria viva que dé nuevo impulso a vuestro apostolado.

Dado que conviene distinguir el carisma de las formas contingentes en que se ha expresado durante el pasado, será oportuno hacer una revisión equilibrada y realista, de acuerdo con los principios de subsidiariedad y complementariedad, ya recogidos en vuestras constituciones, pero que tal vez requieren nuevas explicitaciones para adaptarse mejor a la situación actual de vuestra congregación.

4. Demos gracias al Señor porque, en sus más de seis siglos de vida, vuestra congregación ha experimentado que la divina Providencia ha guiado a sus monjes por caminos de auténtica perfección religiosa. En particular, la congregación ha sabido mantener siempre vivo ese apostolado monástico característico que es la hospitalidad, ofreciendo «una acogida diligente» (Regula benedictina, 53, 3) a los que sienten la necesidad de un espacio ideal para reconciliarse consigo mismos, con los demás y con Dios. Es importante que los monjes sean para sus huéspedes testigos de la virtud teologal de la esperanza, ayudándoles así en el esfuerzo diario por transformar la historia de acuerdo con el proyecto de Dios.

Mi deseo cordial es que, en la fiel observancia de las constituciones, la legítima diversidad de cada monasterio alimente la riqueza espiritual de lo que la tradición olivetana llama «unum corpus ». Esa tradición convierte vuestra congregación en un «ágape» fraterno de comunidades y está en el origen del singular vínculo entre monjes y monasterios que caracteriza a vuestra familia contemplativa.

En ese sentido, los padres capitulares estarán llamados a buscar modalidades adecuadas para expresar en formas actualizadas esta irrenunciable característica de su identidad monástica, teniendo en cuenta la actual realidad de la congregación, ya internacional, y la situación histórica y eclesial profundamente cambiada en la que deben hacerla presente.

Que el Espíritu Santo reavive en cada miembro el don específico que Dios ha otorgado a vuestra familia contemplativa con una sabia y prudente reformulación de las intenciones que guiaron al beato Bernardo en el origen de la fundación.

5. Invoco sobre todos los monjes olivetanos la protección maternal de María, cuyo nombre brilla en la denominación oficial de vuestra familia religiosa, llamada precisamente Congregación Benedictina de Santa María del Monte de los Olivos. A ella, peregrina en la fe, le pido que guíe vuestros pasos hacia el tercer milenio y continúe infundiendo en la congregación los dones de fecundidad espiritual que han caracterizado su pasado glorioso y, seguramente, seguirán marcando también su futuro.

Con esos deseos, a la vez que invoco sobre la congregación la protección celestial de la Virgen y del beato Bernardo Tolomei, le imparto con afecto a usted, reverendísimo padre, a sus hermanos los monjes olivetanos y a cuantos acuden a su ministerio religioso y espiritual diario, una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 1 de agosto de 1998

JUAN PABLO II



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