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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ADULTOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA
CON OCASIÓN DEL 130 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Plaza de San Pedro, sábado 5 de septiembre de 1998

 

1. «Adultos juntos, peregrinos de esperanza».

Amadísimos hermanos y hermanas, éstas son las palabras que han acompañado vuestro camino de preparación a este encuentro nacional junto a la sede de Pedro. Os acojo con afecto. Saludo a vuestro asistente general, monseñor Agostino Superbo, así como al presidente y a los vicepresidentes nacionales, agradeciéndoles vivamente las cordiales palabras que me han dirigido en nombre de todos. Saludo cordialmente a los cardenales y obispos presentes, al presidente del Gobierno, señor Romano Prodi, al alcalde de Roma y a las demás personalidades que honran con su presencia este encuentro.

Os habéis definido «peregrinos» vosotros, amadísimos adultos de Acción católica, que camináis con esperanza hacia el jubileo del año 2000. Esta fecha, que marca el inicio del nuevo milenio, necesita mujeres y hombres capaces de mirar con alegría al futuro. Necesita mujeres y hombres que sepan construir ese futuro con confianza y laboriosidad, esforzándose por orientar hacia Dios todas las realidades temporales.

Sois adultos peregrinos, que se sitúan en la perspectiva de la Iglesia en camino entre las vicisitudes del tiempo hacia la patria del cielo: «En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último "día del Señor", el domingo que no tiene fin» (Dies Domini, 37).

No estáis en camino solamente desde hoy. Vuestra peregrinación es larga; viene de lejos: se ha desarrollado a lo largo de la historia de este país. Por eso, habéis querido comenzar vuestro encuentro nacional reuniéndoos ayer, en Viterbo, cerca de la tumba de Mario Fani que, junto con Giovanni Acquaderni, fundó, hace ciento treinta años, la «Sociedad de la juventud católica».

Esos hombres y mujeres santos han marcado, desde entonces, vuestro camino. Me limito a recordar a uno de los más eminentes: el venerable Giuseppe Toniolo, de cuya muerte se celebra precisamente este año el octogésimo aniversario.

Son hombres y mujeres de ayer, que plantaron la semilla a fin de que vosotros, los adultos de hoy, estéis dispuestos a asumir vuestras responsabilidades frente a este difícil y apasionante presente.

2. Ser adultos no es una condición que se adquiere simplemente con la edad. Más bien, es una identidad que se forma dentro del ambiente en que estamos llamados a vivir, teniendo puntos firmes de referencia. Ser cristianos laicos adultos es una vocación que ha de ser reconocida, acogida y realizada. Por eso, vosotros, adultos de Acción católica, os sentís permanentemente peregrinos en la historia. Recorréis «juntos» los itinerarios de la historia.

Esa manera de asociación ha sido reconocida por el Magisterio como una forma de ministerio en favor de la Iglesia local, con el fin de servirla en la diócesis y en la parroquia, así como en los lugares y en las situaciones en que las personas viven su experiencia humana.

Ese servicio, propio de vuestra naturaleza de laicos adultos en la Iglesia y en el mundo, encuentra su fuente en el bautismo y en la confirmación. Para muchos, además, ha sido robustecido con el matrimonio; y todos reciben su fuerza principal de la Eucaristía.

A través de la vida sacramental, reforzando la primacía de la vida espiritual, estáis llamados a dar vuestra contribución a la edificación de la Iglesia como casa «que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» (Christifideles laici, 26). Para ello es preciso esforzarse por ser una casa viva, donde cada miembro se sienta parte de una sola familia. Más aún, vosotros, como Acción católica, debéis ser una familia de familias, en la que cada familia esté defendida en su dignidad y subjetividad, y desempeñe un papel activo en la acción pastoral.

3. Cada uno deberá aportar sus propios dones, sus propias capacidades. Nadie debe sentirse inútil o un peso, pues a cada cual el Señor le asigna una tarea. La Iglesia se llena de energía apostólica cuando estos dones particulares se ponen al servicio de toda la comunidad.

Por tanto, vuestra adhesión a la Acción católica se ha de entender como servicio al crecimiento de la comunión eclesial. Una comunión que no sólo debe manifestarse mediante un vago afecto, sino que ha de realizarse como solidaridad orgánica entre todos los miembros de la Iglesia local. Además, el hecho de que vuestra asociación se halle presente en todo el territorio nacional os impone la tarea de trabajar con todas vuestras fuerzas por lograr que se fortalezca cada vez más la comunión entre todas las Iglesias que están en Italia, y entre éstas y la Iglesia de Roma, que preside en la caridad.

Vuestra asociación, por su misma naturaleza, tiene un vínculo inseparable con la Jerarquía y, en particular, con el Sucesor de Pedro. Vuestro amor al Papa ha de seguir expresándose mediante la gozosa y pronta acogida de su magisterio, propia de vuestra tradición secular.

4. Vuestra Asociación quiere ser una casa entre las casas de los hombres. Así se manifiesta vuestro carácter misionero. Ya el concilio Vaticano II había asignado a la Acción católica un papel necesario para «la implantación de la Iglesia y el crecimiento de la comunidad cristiana» (Ad gentes, 15). Para vosotros, hoy, eso significa volver a vivir el carácter misionero necesario también para las Iglesias de antigua cristiandad. En éstas, como dije en la Redemptoris missio, hay «grupos enteros de bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (n. 33).

Además, hoy la urgencia de «rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana» (Christifideles laici, 34) ha llegado a ser aún más urgente. Por esto, vuestra acción apostólica debe tener un influjo cultural, es decir, debe ser capaz de crear entre la gente una mentalidad que brote de los valores cristianos inalienables y que esté impregnada de ellos.

Por eso, vuestra formación ha de estar siempre atenta y abierta a los problemas que plantea la sociedad en la actualidad. Y ha de ser capaz de crear una cultura política que busque siempre y a toda costa el bien común y la defensa de los valores. Una cultura que sepa volver a partir de la vida humana. «Ésta es una exigencia particularmente apremiante en el momento actual, en que la .cultura de la muerte. se contrapone tan fuertemente a la .cultura de la vida. y con frecuencia parece que la supera» (Evangelium vitae, 87).

5. Amadísimos hermanos y hermanas, el Papa os exhorta a continuar en vuestro esfuerzo por ser peregrinos de esperanza, solícitos por la suerte de cada mujer y cada hombre con quien os encontráis en vuestro camino. A todos anunciadles que Jesucristo es su amigo, consolador de toda miseria humana y Señor trascendente de la historia.

Os acompaño con mi oración. Caminad con confianza hacia el nuevo milenio: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8).

Se llaman adultos, pero se comportan como jóvenes. Es buena señal.



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