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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS DE VIGEVANO (ITALIA)


Sábado 17 de abril de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Vigevano:

1. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno. Saludo con afecto a vuestro celoso pastor, monseñor Giovanni Locatelli, a quien agradezco las afectuosas palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Saludo a los sacerdotes que os acompañan, a las religiosas, a los miembros de la asamblea sinodal y a los agentes pastorales, que representan a toda la Iglesia que está en Vigevano.

Al término del sínodo diocesano, acontecimiento de extraordinaria importancia en el que ha participado toda la diócesis durante estos tres años, habéis querido realizar una peregrinación a Roma, a las tumbas de los Apóstoles. Habéis deseado encontraros con el Papa y escuchar de sus labios palabras de aliento y confirmación en la fe y en el compromiso apostólico.

¡Gracias por vuestra visita! Os acojo con agrado y me congratulo con vosotros por vuestro fervor. Deseo de corazón que los trabajos sinodales produzcan un renovado entusiasmo misionero en toda la comunidad diocesana. De modo particular, las constituciones sinodales deberán señalar a todo creyente, como una brújula, el camino que tiene que recorrer durante este tiempo, lleno de desafíos sociales y religiosos.

2. «Boga mar adentro, y echad vuestras redes» (Lc 5, 4).

Durante el itinerario sinodal, ¡cuántas veces habéis escuchado y meditado estas palabras! Os las repito hoy también yo a vosotros. Iglesia que estás en Vigevano, boga mar adentro; no tengas miedo de hacerte a la mar. No temas frente a los grandes desafíos del momento actual. Avanza con confianza por el sendero de la nueva evangelización, del servicio amoroso a los pobres y del testimonio valiente dentro de las diversas realidades sociales. Toma conciencia de que anuncias un mensaje que es para todo hombre y para todo el hombre; sé artífice de auténtica fraternidad y de solidaridad universal.

Esta invitación se dirige, en primer lugar, a vosotros, queridos sacerdotes, configurados por el sacramento del orden con Cristo, «cabeza y pastor», puestos como guías de su pueblo. Agradeciendo el inmenso don recibido, realizad con generosidad vuestra tarea, apoyándoos en una oración intensa y en una profunda actualización teológica y pastoral.

La invitación se dirige también a vosotras, religiosas, que constituís un valioso recurso espiritual para el pueblo cristiano, y a todos vosotros, queridos fieles laicos, presentes en gran número. En todo lugar sabed «dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15).

3. Durante los trabajos sinodales habéis dedicado especial atención a los jóvenes y a la familia. Seguid sosteniendo a las familias y ayudándoles, para que sean comunidades auténticas de vida y amor. Con solicitud incesante no escatiméis energías en la formación cristiana de los niños, los adolescentes y los jóvenes, que necesitan puntos firmes de referencias: sed para ellos ejemplos de coherencia humana y cristiana. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada nacen y se desarrollan en un marco de fidelidad al Evangelio. Gracias a Dios, en vuestra diócesis se está produciendo un consolador florecimiento vocacional y todos los seminaristas están presentes aquí junto con la comunidad diaconal. El Señor, que los ha llamado, les ayude a perseverar hasta el fin.

Durante el sínodo también os habéis preocupado, con razón, por lograr que a los que se han alejado les llegue el anuncio vivo del Evangelio, sin miedo de afrontar los desafíos de la cultura posmoderna. Proseguid este esfuerzo, utilizando todos los instrumentos útiles para este objetivo. A este respecto, ¡cómo no recordar que este año celebráis otro feliz aniversario: el centenario del semanario católico «L'Araldo Lomellino»! No sólo es preciso sostener, sino también potenciar oportunamente este benemérito periódico. Preocupaos, además, por valorar todos los medios modernos de comunicación social al servicio de la evangelización.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro obispo acaba de recordar que vuestra catedral ha recuperado recientemente su antiguo esplendor. Es el centro y la imagen de la comunidad cristiana. Sed vosotros las «piedras vivas» de ese edificio espiritual que es la Iglesia en Vigevano. Caminad unidos hacia el gran jubileo del año 2000, para que sea un tiempo providencial de conversión y renovación espiritual.

María santísima, a quien veneráis como Virgen de la Bozzola, vele como Madre solícita por vuestras familias. Os protejan los santos patronos de vuestra diócesis, Ambrosio y Carlos. Os consuele y aliente también mi bendición apostólica, que extiendo de corazón a toda vuestra comunidad diocesana.

 



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