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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA MISIÓN PONTIFICIA PARA PALESTINA
CON OCASIÓN DE SU 50° ANIVERSARIO


Sala del Consistorio
Jueves, 9 de diciembre de 1999

 

Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
señoras y señores: 

1. Con la liturgia eucarística celebrada esta mañana, en la basílica de San Pedro, y ahora con esta audiencia con el Sucesor de Pedro, concluyen las celebraciones solemnes por el 50° aniversario de la Misión pontificia para Palestina. Estas celebraciones, que comenzaron en la ciudad de Nueva York, donde la Misión tiene su sede, y siguieron después en Tierra Santa, en Jordania y en Libia, han tenido así una digna conclusión en la ciudad donde los apóstoles san Pedro y san Pablo dieron su testimonio heroico final de Jesucristo y de la salvación que él realizó para toda la humanidad.

Agradezco al cardenal Achille Silvestrini las amables palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de la Congregación para las Iglesias orientales y de la Misión pontificia para Palestina.

Quiero manifestar mi aprecio en particular al cardenal John O'Connor, arzobispo de Nueva York, a monseñor Robert Stern, actual presidente de la Misión pontificia y, en general, a la comunidad católica de Estados Unidos, que tan generosamente sostiene la labor de la Misión pontificia. No puedo menos de expresar mi gratitud a todos los que colaboran en la Misión, tanto a nivel central como regional, cuyo compromiso y esfuerzos le permiten afrontar las necesidades de los numerosos pueblos a los que trata de servir.

2. De hecho, los trágicos sufrimientos y la miseria de los pueblos de Oriente Medio después de la segunda guerra mundial suscitaron en mi predecesor el Papa Pío XII el deseo de crear una organización eclesial específica para Oriente Medio. Promovió una institución que pudiera prestar la asistencia y el apoyo necesarios en Tierra Santa a niños, familias, heridos, enfermos, ancianos y exiliados. Con esta finalidad, en 1949 se fundó la Misión pontificia para Palestina; y hoy, después de cincuenta años, la Misión ha extendido su actividad caritativa a Chipre, Irak y Siria.

Durante los últimos cincuenta años, Oriente Medio ha experimentado sin cesar momentos de gran tensión y conflicto, que a menudo han desembocado en actos de violencia y de guerra abierta. En esas circunstancias, la Misión pontificia ha redoblado sus esfuerzos, encaminados a ayudar a las poblaciones locales a rehacer su vida:  participa en la reconstrucción y en proyectos de desarrollo; suministra los servicios de asistencia sanitaria tan necesarios; y ha contribuido al restablecimiento de las actividades agrícolas, industriales y artesanales.

De este modo, la Misión pontificia es una expresión elocuente de la "nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales" (Incarnationis mysterium, 12), tan necesaria en el mundo moderno y debe ser una característica del nuevo milenio. Esta responsabilidad con respecto al bienestar de todos, que comparten especialmente las naciones más ricas y el sector privado, es parte del significado más profundo del gran jubileo, que estamos a punto de comenzar (cf. ib.).

3. Queridos amigos, en gran medida gracias a vosotros y a vuestro apoyo a la Misión pontificia para Palestina, la Iglesia puede estar presente de modo activo y eficaz en Tierra Santa y en Oriente Medio. Pido a Dios que vosotros y todas las personas que colaboran en la labor de la Misión renovéis vuestra fe y vuestro amor, mientras buscáis modos cada vez mejores de ayudar a esas poblaciones que no sólo necesitan apoyo material, sino también y especialmente oportunidades con miras a su desarrollo personal y social. Éste es el camino más seguro para establecer una paz verdadera y duradera en la vida de los pueblos de Oriente Medio.

Encomendándoos a vosotros, vuestro trabajo y a todos los bienhechores de la Misión pontificia para Palestina, así como a aquellos a quienes trata de ayudar, a la poderosa intercesión de María de Nazaret, Madre del Redentor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en nuestro Señor Jesucristo.



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