Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BOSNIA-HERZEGOVINA
EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 15 de enero de 1999

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. «Me he hecho esclavo de todos. (...) Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo» (1 Co 9, 19.23). Os saludo con estas palabras de san Pablo, queridos pastores de la Iglesia que está en Bosnia-Herzegovina, que habéis venido ad limina Apostolorum para visitar al Sucesor de Pedro.

Agradezco al señor cardenal Vinko Puljiæ las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre. Ha recordado las alegrías y las esperanzas, las angustias y los temores que han marcado la vida de la Iglesia y de toda vuestra patria durante este último decenio del segundo milenio. También yo, en cierto modo, me he sentido partícipe de los acontecimientos que se han producido en vuestra región desde 1991 hasta hoy. A este propósito, quisiera recordar la visita pastoral que por fin pude realizar los días 12 y 13 de abril de 1997. Fue para mí una experiencia inolvidable, que me brindó la ocasión concreta de verificar los efectos devastadores de la guerra y, al mismo tiempo, la firme voluntad de la población de reanudar su vida normal. No puedo olvidar tampoco las numerosas intervenciones de la Santa Sede en favor de la paz, el perdón y la reconciliación en esa región, que deseo se convierta, junto con todo el sudeste de Europa, en una morada serena de paz, donde se respeten la dignidad y los derechos de todos.

Os expreso mi admiración por la fuerza espiritual con que vuestras comunidades eclesiales han sabido afrontar grandes pruebas y sacrificios durante el reciente conflicto, así como en este difícil período posbélico, para permanecer fieles a Cristo y a la misión que él confió a sus discípulos de todos los tiempos. Junto con vuestros presbíteros, habéis hecho todo lo posible «a fin de salvaguardar (...) la verdad del Evangelio» (Ga 2, 5) en vuestra patria, incluso a costa de la vida.

2. Hoy quisiera exhortaros a proseguir ese camino y, por medio de vosotros, alentar a los presbíteros a continuar con incansable generosidad su servicio a sus hermanos, con fidelidad plena a su vocación. En efecto, por la ordenación sagrada participan en vuestro mismo ministerio; son vuestros primeros cooperadores (cf. Presbyterorum ordinis, 2 y 4), vuestros más estrechos colaboradores y consejeros (cf. ib., 7; Lumen gentium, 28), y vuestros hermanos y amigos predilectos (cf. Lumen gentium, 28). El concilio Vaticano II muestra bien este papel peculiar de los sacerdotes cuando recuerda que «todos los sacerdotes, diocesanos y religiosos, (...), están unidos al cuerpo episcopal en virtud del orden y del ministerio y colaboran al bien de toda la Iglesia según su vocación y gracia» (ib.).

El Concilio afirma también: los presbíteros están llamados a vivir «con los demás hombres como hermanos» (cf. Presbyterorum ordinis, 3). Consagrados totalmente a la obra para la que el Señor los llamó (cf. Hch 13, 2), actúan como padres en Cristo (cf. ib., 9); son modelos para la grey que se les ha encomendado (cf. 1 P 5, 2-4), y se deben a todos, siguiendo el ejemplo del Señor, de manera especial a los pobres y a los más débiles (cf. Presbyterorum ordinis, 6).

3. Gracias a Dios, en vuestras Iglesias no faltan vocaciones de consagración especial, tanto masculinas como femeninas. Más aún, se asiste a un florecimiento providencial. Se trata de un valioso don y de un gran tesoro espiritual para la comunidad cristiana, que ayuda a los bautizados a responder con mayor generosidad a la llamada común a la santidad.

En la variedad de los carismas, los consagrados y las consagradas están llamados a dedicarse completamente al testimonio evangélico en los diversos sectores de la vida eclesial y social. Sin embargo, para que este testimonio dé los frutos esperados, es preciso que las actividades apostólicas se adapten oportunamente a las necesidades actuales de la Iglesia y se lleven a cabo en comunión plena con los pastores diocesanos. Pido al Señor que no se debilite, más bien que aumente, el impulso vital que ha caracterizado a la Iglesia en Bosnia-Herzegovina a lo largo de los siglos. Quiero recordar aquí la aportación que los religiosos, en primer lugar los Frailes Menores franciscanos, dieron a la conservación de la fe católica durante más de cuatro siglos de ocupación otomana. El recuerdo del pasado representa un impulso profético a buscar incesantemente formas adecuadas a los tiempos para ayudar al pueblo cristiano a crecer y madurar en la fidelidad al Evangelio y en la caridad, evitando todo lo que podría perjudicar la unidad de la Iglesia, crear confusión o dar escándalo entre los fieles.

4. Sé que vuestro constante esfuerzo pastoral está ordenado a que todos los agentes pastorales de Bosnia-Herzegovina, continuando la gran tradición católica, apliquen fielmente las directrices del concilio Vaticano II y cumplan dócilmente las normas canónicas. No cabe duda de que la sintonía en los programas apostólicos y la estrecha colaboración de todos, presbíteros, consagrados, consagradas y laicos, bajo la dirección atenta de los obispos, dará frutos abundantes de fe, caridad y santidad. Esto no sólo beneficiará a la Iglesia, proyectándola con valentía hacia el futuro, sino también a la sociedad civil.

Venerados hermanos en el episcopado, sois los principales responsables de la pastoral eclesial: a vosotros incumbe la tarea de guiarla, en virtud del mandato evangélico recibido con la ordenación episcopal, en comunión plena con el Sucesor de Pedro, heredero de «un carisma seguro de verdad» (san Ireneo, Adversus haereses, IV, 26,2: PG 7, 10, 53). San Ignacio de Antioquía enseña que «donde hay un obispo, allí está también la Iglesia» (Carta a los fieles de Esmirna, VIII, 2). Una obra pastoral, por interesante que sea, si no está en armonía con estos principios fundamentales, corre el riesgo de influir negativamente en el sano desarrollo de todo el cuerpo eclesial, aun cuando quien la promueva esté convencido de obrar en nombre de Dios, por el bien de los fieles y de la misma Iglesia.

Espero vivamente que se encuentren soluciones serenas y satisfactorias a los problemas relacionados con la organización de las actividades apostólicas. Esto es necesario para que todos los agentes pastorales pongan, con renovado entusiasmo, sus energías al servicio del Evangelio. El insustituible ministerio de los presbíteros y el testimonio profético de los consagrados van acompañados por una acción valiente de los fieles laicos, llamados también en vuestro país a una presencia intrépida e influyente, mediante una acción fiel a la doctrina apostólica, con el apoyo del recurso frecuente a los sacramentos.

Ésta es la vocación de todos los fieles, independientemente del sector social al que pertenezcan: agricultura o industria, comercio o servicios públicos, cultura o política. Ciertamente, su presencia apostólica exige una adecuada formación cristiana, que es fruto de un compromiso constante y sistemático.

5. Al escucharos, venerados hermanos, durante los encuentros que he tenido con vosotros en esta visita ad limina, he comprendido bien que la tarea principal que tiene la Iglesia en Bosnia-Herzegovina, después de las recientes devastaciones, consiste en organizar la vida de las diócesis y las parroquias. Al mismo tiempo, es preciso continuar ayudando a las poblaciones locales a reconstruir lo que la furia bélica destruyó, y darles la esperanza de un futuro próspero de paz. Deseo animaros en esta ardua tarea que, a veces, se ve entorpecida por la compleja situación que vive vuestro país, situación en la que vosotros, desgraciadamente, podéis influir poco. Conozco el empeño de vuestras Iglesias en ayudar a todas las poblaciones a reanudar su vida normal. Seguid defendiendo los derechos inalienables de cada persona y de cada pueblo, como habéis hecho desde el comienzo del sangriento conflicto que ha dejado una estela de odio y desconfianza, de muertos y prófugos, alejando a poblaciones enteras de las regiones en que vivían desde hacía siglos.

¡Cómo no sufrir cuando se piensa que el número de católicos se ha reducido a menos de la mitad! ¡Cómo no recordar las devastaciones que se produjeron casi por doquier, pero, sobre todo, en vastas zonas de las circunscripciones eclesiásticas de Banja Luka y de Sarajevo, la antigua Vrhbosna, y también en una parte de las diócesis de Trebinja-Mrkan y de Mostar-Duvno!

A la vez que me alegro por los numerosos signos de una consolidación de la paz, no puedo menos de mencionar las sombras que son motivo de preocupación. En primer lugar, la falta de solución al difícil problema de la vuelta de los prófugos, así como el trato desigual que se dispensa a cada uno de los tres componentes que forman Bosnia-Herzegovina, especialmente por lo que concierne al respeto pleno de su identidad religiosa y cultural. Conozco los obstáculos que encuentran las poblaciones católicas de las zonas de la Bosnia central, de Banja Luka y de la Posavina, que quieren volver a sus hogares. El aspecto prioritario, del que depende la solución equitativa de muchos otros problemas, sigue siendo la creación de condiciones imparciales para esta anhelada vuelta de los prófugos y los desplazados a sus casas, asegurándoles un futuro sereno.

6. Cuanto se pide a los católicos, vale también para los fieles de las demás comunidades religiosas y los miembros de los grupos étnicos de todo el territorio de Bosnia-Herzegovina, sin favorecer a los unos en detrimento de los otros. A todos hay que garantizar los derechos fundamentales, ofreciendo a cada uno las mismas oportunidades. La verdad, la libertad, la igualdad, la justicia, el respeto recíproco y la solidaridad son la base de un futuro sereno y del progreso para todos y cada uno. Con estos valores se construye un país, constituido por pueblos, culturas y comunidades religiosas diferentes. El hombre, cada hombre, es el recurso más valioso de todo país.

Quiera Dios que en el umbral del tercer milenio Bosnia-Herzegovina se caracterice por la paz y el respeto a los derechos inalienables de toda persona y de todo grupo social; que se promuevan la dignidad y las legítimas aspiraciones de igualdad y desarrollo; y que cada familia mire con serenidad al futuro, un futuro de libertad, solidaridad y paz.

7. Amadísimos hermanos, continuad promoviendo y sosteniendo el método del diálogo con el espíritu de los pastores, respetando el campo de acción propio de los políticos, que tienen encomendadas tareas precisas sobre la organización de la sociedad humana. Proseguid con confianza el compromiso ecuménico con nuestros hermanos ortodoxos, lo mismo que el diálogo con las comunidades judía y musulmana. A este respecto, sé cuánto habéis hecho en los momentos más difíciles de los años pasados. Que el entusiasmo de ese período se mantenga aún hoy y se transforme en un servicio concreto al hombre y a la causa de la paz.

Sed mensajeros incansables de perdón y reconciliación. La Iglesia sabe que esta actividad es parte integrante del anuncio del Evangelio y del testimonio de la misericordia del Padre celestial. En este ámbito, también con vistas a la preparación para el gran jubileo, es de alabar vuestra iniciativa de proclamar el 1999 como «Año de la reconciliación». Recordé en Marija Bistrica, el 3 de octubre de 1998, que «perdonar y reconciliarse quiere decir purificar el recuerdo del odio, de los rencores, del deseo de venganza; quiere decir reconocer como hermano también a quien nos ha hecho algún mal; quiere decir no dejarse vencer por el mal, sino vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21)» (Homilía, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de octubre de 1998, p. 8).

El empeño en favor del hombre y de su bien es un compromiso evangélico y, por tanto, forma parte de la misión de la Iglesia en el mundo (cf. Mt 25, 34-46; Lc 4, 18-19). A esta luz, hay que impulsar la actividad de la Cáritas y la realización por parte de la Iglesia de iniciativas de carácter social, en favor de las personas y las familias necesitadas. Pero, al ofrecer al necesitado el pan de cada día, cuidad constantemente de que se asegure el Pan de la vida eterna a los hermanos en la fe, y de que se anuncie a todos a Cristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).

8. La luz de Cristo Salvador, que contemplamos recientemente en el misterio de la Navidad, ilumine a las familias y a las comunidades eclesiásticas de Bosnia-Herzegovina. Ojalá que, acogiendo con amor la palabra de Dios que salva, vuestras comunidades eclesiales permanezcan fieles a Cristo hasta la consumación del misterio de Dios (cf. Ap 10, 7) y estén atentas a cuanto les dice el Espíritu en este histórico paso del segundo al tercer milenio.

Que María, Madre de la Iglesia y de la humanidad redimida, os obtenga a todos el don de la fidelidad, la concordia y la esperanza. En vuestro incansable trabajo y en vuestro celo apostólico os acompañe la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, al clero de vuestras diócesis, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles laicos encomendados a vuestro cuidado pastoral. «Que la gracia del Señor Jesús sea con todos» (Ap 22, 21).

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana