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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS BENEDICTINAS REPARADORAS DE LA SANTA FAZ


Jueves 14 de octubre de 1999

 

Queridas hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotras, con ocasión del cuarto capítulo general electivo de vuestra congregación.

Os dirijo a cada una mi saludo cordial, y lo extiendo con afecto fraterno al señor cardenal Fiorenzo Angelini, que ha querido acompañaros para testimoniar el profundo vínculo que lo une a las religiosas Benedictinas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo. Este vínculo recuerda el que él mantuvo con vuestro fundador, el siervo de Dios abad Ildebrando Gregori, de venerada memoria.

Dirijo, asimismo, un saludo especial, con mis mejores deseos, a la madre María Maurizia Biancucci, a quien la confianza de sus hermanas ha confirmado en el cargo de superiora general.

2. Queridas hermanas, vuestra familia religiosa, fundada hace casi cincuenta años, se caracteriza por la devoción al santo rostro de Cristo, con espíritu de «reparación». Adoráis el rostro del Señor en la celebración de la Eucaristía y en el Tabernáculo; lo contempláis, a ejemplo de la Virgen de Nazaret, meditando en el silencio orante de vuestro corazón los misterios de la salvación; lo honráis en vuestros hermanos más necesitados, enfermos y pobres, a los que se dirige vuestro apostolado en Italia, India, Rumanía, Polonia y República democrática del Congo; y lo reconocéis en el rostro de las hermanas con quienes compartís la vida fraterna en comunidad, y en el de los sacerdotes, a los que prestáis vuestra valiosa colaboración.

Vuestra generosa entrega ha sido premiada con gran número de vocaciones. Esto requiere un fuerte compromiso en la formación, que será tanto más sólida cuanto más esté enraizada profundamente en los valores evangélicos propios de vuestro carisma.

3. Hace dos años, junto con el cardenal Angelini, vuestra congregación dio vida al Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo, cuyas iniciativas han encontrado gran acogida. Amadísimas hermanas, ojalá que el rostro de Cristo, que os comprometéis a dar a conocer y reconocer en cuantos sufren en el espíritu y en el cuerpo, sea el punto constante de referencia de vuestra vida espiritual y de vuestro apostolado, para que, por intercesión de la santísima Virgen, vuestra familia religiosa siga produciendo frutos cada vez más abundantes en la Iglesia.

Con estos deseos, acompañados por mi recuerdo en la oración, imparto de corazón la bendición apostólica a vosotras aquí presentes, a toda la congregación y a cuantos se dirige vuestro servicio diario.

 



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