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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS OBISPOS DE CHAD EN VISITA "AD LIMINA"

Castelgandolfo
Jueves, 9 de septiembre de 1999

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Con gran alegría os acojo durante vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Vosotros, obispos de la Iglesia católica en Chad, habéis venido a los mismos lugares donde Pedro y Pablo dieron testimonio de Cristo hasta el don supremo de su vida. En ellos encontraréis paz y consuelo para cumplir la misión que se os ha confiado al servicio del pueblo de Dios. Ojalá que, mediante vuestros encuentros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores, el Señor aumente cada vez más en vosotros el espíritu de comunión con la Iglesia universal y con sus pastores unidos al Obispo de Roma.

Monseñor Charles Vandame, presidente de vuestra Conferencia, ha expresado en vuestro nombre, con claridad y lucidez, las alegrías, los sufrimientos y las esperanzas de vuestro ministerio episcopal. Le doy las gracias muy cordialmente.

Transmitid el saludo afectuoso del Papa a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los laicos de vuestras diócesis. Que Dios los colme de sus bendiciones, para que todos sean testigos generosos del Evangelio. Expresad también mis deseos de felicidad y paz a todo el pueblo de Chad, cuya generosidad conozco.

2. Desde vuestra última visita ad limina, se han creado dos nuevas diócesis para favorecer el anuncio del Evangelio en algunas de las regiones hasta ahora más aisladas. No puedo menos de alegrarme del dinamismo de vuestras comunidades, del que las diócesis recién creadas son un signo elocuente. Espero que los obispos que, con la riqueza de su experiencia misionera, han ampliado vuestra Conferencia episcopal se beneficien plenamente de la atmósfera fraterna y colegial que la caracteriza.

Me alegra comprobar el progreso espiritual de la Iglesia en Chad, así como sus loables esfuerzos por encarnarse cada vez más en las realidades sociales y culturales del país. Invito a vuestras comunidades a permanecer fieles a la obra del Espíritu Santo en ellas y a dar el testimonio de un sincero amor mutuo, para que todos reconozcan a Aquel que es la fuente de este amor y crean en él. Cada uno debe recordar que «se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace» (Redemptoris missio, 23).

3. En el curso de los últimos años el número de sacerdotes en Chad ha aumentado de manera significativa. Los saludo cordialmente y los animo en su ministerio, a menudo difícil, pero exaltante, de anunciar el evangelio de Cristo a sus hermanos y administrarles los sacramentos de la Iglesia. Conozco su fidelidad  a la vocación y su entrega pastoral. Los  exhorto  a  descubrir  cada vez más la profundidad de su identidad sacerdotal. Ojalá que hallen en el encuentro personal con el Señor resucitado, mediante la oración y los sacramentos, la fuente viva de su existencia y de su misión eclesial. Queridos hermanos en el episcopado, sé cuánta atención prestáis a su vida sacerdotal y a sus necesidades, sobre todo en el campo de la formación permanente. Quiera Dios que encuentren siempre en vosotros al padre que sepa alentarlos y guiarlos en su ministerio.

Habéis querido diversificar la proveniencia de los misioneros que llegan a vuestro país para participar en la obra de evangelización. Los felicito por su respuesta generosa a las llamadas de la Iglesia en Chad, y espero que sean en todas partes testigos celosos del espíritu del Evangelio, que debe llevar a superar las barreras de las culturas y de los nacionalismos, evitando cualquier tipo de aislamiento (cf. Ecclesia in Africa, 130). Estos misioneros, en su mayoría originarios de África, continente que ya está plenamente integrado en la actividad misionera de la Iglesia, pero también procedentes de otras regiones del mundo, manifiestan claramente la universalidad del mensaje evangélico y de la Iglesia, así como su deseo de ayudar a los sacerdotes de Chad a ser protagonistas del futuro de su Iglesia particular.

También los religiosos y las religiosas participan plenamente y con gran abnegación en la vida de vuestras diócesis. Su compromiso es esencial para la obra de evangelización y de servicio a vuestras comunidades. Por tanto, espero que la vida consagrada encuentre un nuevo impulso entre los jóvenes de Chad, para que la Iglesia pueda beneficiarse de este "don precioso y necesario también para el presente y el futuro del pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión" (Vita consecrata, 3). En efecto, la vida consagrada es un testimonio elocuente de la entrega gratuita de sí al Señor y de una orientación de la existencia hacia el Absoluto y hacia lo esencial, que da la felicidad. Asimismo, es indispensable que los valores fundamentales de la vida religiosa se arraiguen profundamente en la cultura de vuestro país, para que se conviertan en levadura evangélica.

La formación de los futuros sacerdotes es una de vuestras mayores preocupaciones. Sí, vosotros ya veis los primeros frutos del esfuerzo realizado en el discernimiento de vocaciones capaces de asumir los compromisos de la vida sacerdotal. La creación de un nuevo seminario es para vosotros un signo alentador y una ocasión privilegiada de dar gracias por la generosidad de los jóvenes al responder a la llamada del Señor. Os invito a ofrecer a los candidatos al sacerdocio no sólo una sólida formación intelectual y espiritual, sino también una seria educación para «amar la verdad, la lealtad, el respeto a la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia y, en especial, el equilibrio de juicio y de comportamiento» (Pastores dabo vobis, 43). Al cultivar estas cualidades humanas, podrán llegar a ser personas equilibradas, capaces de asumir las responsabilidades pastorales que se les confíen.

4. En vuestras diócesis, las comunidades eclesiales de base son un instrumento privilegiado para hacer crecer la Iglesia familia de Dios y contribuir a la evangelización. No puede por menos de alegrar ver que en ellas se desarrolla un laicado de calidad, que progresivamente ocupa el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por este motivo, en la pastoral de vuestras diócesis, la adecuada formación doctrinal y espiritual de los laicos debe cobrar mayor importancia, para que se afiance su fe y para que su testimonio sea veraz y creíble.

Saludo cordialmente a los catequistas, que cumplen con generosidad la misión que les habéis confiado. Con una seria formación doctrinal y espiritual adquieren una competencia que los hace dignos de su función. Los exhorto a vivir con fe y vigor su pertenencia a la Iglesia, al servicio del Evangelio en medio de sus hermanos. Quiera Dios que sean, con toda su vida, ardientes discípulos de Cristo y ejemplos de vida cristiana.

Los fieles, profundamente marcados aún por las concepciones de la existencia y las prácticas de la cultura tradicional, a menudo tienen dificultades para vivir las exigencias del matrimonio cristiano. Por eso, conviene proporcionarles los elementos de reflexión que les ayuden a comprender la dignidad y el papel del matrimonio, que es un auténtico camino de santidad. «El matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir de modo eficaz a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos» (Ecclesia in Africa, 83). Una mayor toma de conciencia de la igual dignidad del hombre y la mujer, de modo particular en el amor mutuo, contribuirá también a mostrar claramente que la unión conyugal exige la unidad del matrimonio. Una seria preparación para el compromiso matrimonial, así como el testimonio de hogares cristianos unidos y radiantes, cuya importancia es conocida para expresar la autenticidad de una opción de vida, suscitarán en los jóvenes convicciones fuertes para que asuman sus responsabilidades de esposos y padres. Desde esta perspectiva, me alegra la atención que prestáis a la pastoral familiar, ya que los hijos aprenden de los padres los primeros elementos de la vida espiritual y moral, así como una sana conducta en la sociedad. Esta misma preocupación os impulsa a promover el respeto debido a la mujer y la salvaguardia de sus derechos, dado que, aunque el hombre y la mujer son diferentes, desde el punto de vista de la humanidad son esencialmente iguales.

5. Desde hace algunos años, siguiendo las orientaciones de la doctrina social de la Iglesia, habéis puesto en marcha numerosas iniciativas en los campos de la asistencia sanitaria, la educación y las obras sociales y caritativas. También habéis desarrollado una profunda reflexión sobre las implicaciones del Evangelio en las diferentes situaciones que viven las poblaciones de vuestro país. El compromiso de vuestras comunidades al servicio de la promoción humana y del desarrollo es realmente digno de alabanza. Así, los fieles han tomado nueva conciencia de sus responsabilidades como discípulos de Cristo en la vida de la sociedad, evitando con determinación hacerse cómplices de la injusticia o de la violencia, y se han comprometido a fondo en la defensa de los derechos del hombre, donde se hallan amenazados.

Por lo demás, la próxima celebración del gran jubileo es un tiempo propicio para que los cristianos se conviertan en portavoces de todos los pobres del mundo y manifiesten claramente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados. Lo harán, sobre todo, pensando, como ya escribí, "en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones" (Tertio millennio adveniente, 51), según modalidades que no perjudiquen de algún modo a las poblaciones más necesitadas, y estimulando a interrogarse acerca de una gestión de los recursos de la nación que permita a todos llevar una vida digna y solidaria.

Las escuelas católicas representan una contribución importante de la Iglesia a la educación de la juventud de Chad, sin distinción de origen social o religioso. No podemos por menos de alegrarnos del equilibrio mantenido entre las exigencias de un proyecto educativo acorde con el Evangelio y las obligaciones administrativas. Efectivamente, ahora que la sociedad está experimentando cambios importantes, es necesario proponer a los jóvenes puntos de referencia que les permitan afrontar los desafíos que se presentan hoy y vencer los obstáculos que dificultan su desarrollo, proporcionándoles una educación que tenga en cuenta las realidades humanas y espirituales de su existencia y les ayude a vivir entre los jóvenes de religiones y ambientes sociales diferentes. De este modo, estarán mejor preparados para construir el futuro con espíritu de respeto mutuo y colaboración.

Para que la vida de vuestras comunidades y el servicio a sus compatriotas puedan desarrollarse serenamente, debéis proseguir el diálogo con las autoridades civiles, a fin de que a la Iglesia católica se la reconozca cada vez más como una institución de pleno derecho en el seno de la sociedad.

6. En vuestro país, que es tradicionalmente un lugar de encuentro sereno entre las culturas y las religiones, deben favorecerse las relaciones cordiales entre la comunidad católica, los demás cristianos y los musulmanes, para que desaparezcan los motivos de incomprensión o enfrentamiento, y prevalezcan los principios de tolerancia y fraternidad con vistas a la construcción de una nación solidaria y unida. Algunas situaciones recientes han podido crear a veces contrastes, que amenazan con desarrollar antagonismos duraderos. Es necesario que los católicos eviten decididamente toda actitud de miedo y rechazo del otro. Por eso, os animo a proseguir con perseverancia las iniciativas que habéis tomado con miras a un mejor conocimiento mutuo, que supere los prejuicios. Efectivamente, se trata de favorecer el encuentro de las personas en la verdad y, sobre todo, de desarrollar el diálogo de la vida, que permitirá aceptar a los demás con sus diferencias y trabajar juntos por el bien común. Es conveniente, asimismo, mantener vivo un diálogo sincero con las autoridades religiosas musulmanas, para facilitar la comprensión entre las comunidades.

Sin embargo, desde esta misma perspectiva de apertura y diálogo, es preciso que los cristianos sean conscientes de sus derechos en la colectividad nacional, de la que son miembros de pleno derecho, y que los defiendan con espíritu de justicia, buscando juntamente con todos los demás crear vínculos fraternos, respetando los derechos y deberes de cada uno y de cada comunidad. Como he recordado con frecuencia, la libertad religiosa, que incluye el derecho de la persona a manifestar su fe, sola o con otros, en público o en privado, y que excluye cualquier forma de segregación por motivos religiosos, constituye el núcleo mismo de los derechos humanos y hace posibles las demás libertades personales y colectivas. El recurso a la violencia en nombre del propio credo religioso constituye una deformación de las enseñanzas de las grandes religiones (cf. Mensaje para la jornada mundial de la paz de 1999, n. 5). Deseo vivamente que todos los creyentes, superando decididamente sus antagonismos, unan sus esfuerzos para luchar contra todo lo que se opone a la paz y a la reconciliación, a fin de contribuir al establecimiento de la civilización del amor, que debería ser para cada uno una forma de glorificar a Dios.

7. Al término de nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, mientras se acerca la celebración del gran jubileo del año 2000, os invito a mirar al futuro con esperanza. El grano sembrado en la tierra por los primeros misioneros, hace setenta años, sigue produciendo fruto. La entrega desinteresada de hombres y mujeres que, durante los años pasados, han dado su vida para transmitir la antorcha de la fe cristiana en Chad, y a los que quiero rendir homenaje, debe seguir siendo para las generaciones actuales y futuras un ejemplo de vida apostólica y una llamada constante a dar testimonio con ardor del mensaje que han recibido y del Señor, que ha salido a su encuentro para que tengan la vida verdadera.

Encomiendo vuestro ministerio y cada una de vuestras diócesis a la protección materna de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los hombres. Que ella guíe firmemente vuestros pasos hacia su Hijo. De todo corazón, os imparto la bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de Chad.

 



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