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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PADRES CAPITULARES DE LA SOCIEDAD DEL VERBO DIVINO

 
Viernes 30 de junio de 2000

 

1. En este año del gran jubileo, durante el cual toda la Iglesia se alegra por el bimilenario de la encarnación del Verbo, os saludo cordialmente con ocasión del XV capítulo general de la Sociedad del Verbo Divino, que tiene lugar mientras celebráis el 125° aniversario de vuestra fundación. En particular, saludo al nuevo superior general y al consejo general, y os aseguro mis oraciones ahora que asumís grandes responsabilidades. Me uno a vosotros y a todos los miembros de la Sociedad en vuestra acción de gracias a Dios por el impulso dado a la misión de la Iglesia a lo largo de los años mediante el testimonio fiel de vuestra consagración religiosa y vuestras actividades misioneras.

2. El beato Arnold Janssen, guiado por el Espíritu Santo, junto con cuatro compañeros abrió una casa en Steyl, con la finalidad de formar sacerdotes para la obra de las misiones extranjeras; y esto llevó a la fundación de la Sociedad del Verbo Divino, cuyos sacerdotes y hermanos, consagrados al servicio del Señor con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, "yendo por todo el mundo, cumplen la tarea de predicar el Evangelio y de implantar la misma Iglesia entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo" (Ad gentes, 6).

De esta Sociedad han surgido hombres como el beato Joseph Freinademetz, que se consagró con celo ejemplar y creatividad evangélica al servicio del Evangelio en China, y los beatos mártires p. Ludwik Mzyk, p. Alojzy Liguda, p. Stanislaw Kubista y hno. Grzegorz Frackowiak, quienes glorificaron a Dios con el supremo sacrificio de su vida. Como testamento espiritual, desde un campo de exterminio, el beato Alojzy legó a su amada Sociedad una elocuente declaración de la dignidad de todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. "La gente puede tratarme como algo despreciable, pero no puede convertirme en despreciable. Dachau puede privarme de todos mis derechos y títulos; pero nadie puede arrebatarme el privilegio de ser hijo de Dios. Repetiré continuamente:  "Dios seguirá siendo siempre mi Padre"". Los mártires son la gloria de vuestra Sociedad y el signo más seguro de la eficacia de su gracia, manifestada en el espíritu y en las reglas que rigen la vida de vuestras comunidades.

3. La palabra divina que estáis llamados a anunciar al mundo es la palabra que pronunció Dios al inicio, en el momento de la creación, cuando, después de soplar  sobre  las  tinieblas,  el  vacío y el caos primordiales, hizo surgir la luz, la plenitud y el orden del Paraíso (cf. Gn 1, 2-3). También vosotros habéis sido enviados a las tinieblas, al vacío y al caos del mundo, para anunciar la palabra vivificadora. Esto significa, en resumidas cuentas, que habéis sido enviados a anunciar la Palabra, que es Jesucristo. Cuando la Palabra se hizo carne, Dios entró en las profundidades mismas del pecado y de la miseria del hombre; y este abrazo divino a nuestro mundo envuelto en el pecado alcanzó su plenitud en el Calvario. Desde la cruz, la Palabra de Dios, anunciada a todos los pueblos y lugares, en todos los tiempos, responde a  cada  una  de las necesidades y esperanzas humanas. Esta es la Palabra que vuestra Sociedad está llamada a proclamar:  la Palabra de la cruz, que "es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios" (1 Co 1, 18). Esto significa que cada uno de vosotros está llamado, como el apóstol Pablo, a vivir el misterio de la cruz del Señor (cf. Flp 3, 10), de modo que vuestro ministerio sea mucho más que servicio y solidaridad humana. Debe ser siempre una comunicación de la novedad de vida que Cristo trajo con la fuerza del Espíritu Santo.

4. En el alba del nuevo milenio, el mundo, que cambia rápidamente, nos llama a comprometernos en un profundo discernimiento para responder más eficazmente a la voluntad de Dios y a las necesidades actuales. Es acertado que el XV capítulo general de vuestra Sociedad tenga como tema:  "Escuchar al Espíritu Santo:  nuestra respuesta misionera hoy". El Espíritu Santo es quien debe guiar vuestro discernimiento, precisamente porque el Espíritu ha de ser la fuerza escondida de toda vuestra labor misionera, llevándoos a las profundidades de la contemplación, de la que brota el testimonio de los heraldos. El Espíritu Santo es quien asegura que la vida de Cristo "llegue a ser vuestra vida, y su misión,  vuestra  misión"  (Constituciones de la Sociedad del Verbo Divino, Prólogo).

La tarea urgente de la misión ad gentes y la nueva evangelización exige que proclaméis a Cristo Salvador en muchos ambientes culturales diferentes. No hay que olvidar nunca que existen innumerables hombres y mujeres que aún no han oído el nombre de Jesús y a quienes no se ha ofrecido todavía el inmenso don de la salvación. Cristo es el único Salvador del mundo, la buena nueva para el hombre y la mujer de todo tiempo y lugar en su búsqueda del significado de la existencia y la verdad de su propia humanidad (cf. Ecclesia in Asia, 14). Todos tienen derecho a oír esta buena nueva y, por ello, la Iglesia tiene el gran deber de ir por doquier a proclamar el mensaje salvífico de Jesucristo. En esta tarea tan vital, vuestra Sociedad  desempeña  un papel indispensable, reafirmando la primacía de la proclamación explícita de Jesús como Señor, sin la cual no puede existir una verdadera evangelización (cf. ib., 19; Evangelii nuntiandi, 22). "Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rm 10, 13-14).

Al mismo tiempo, la inculturación y el diálogo interreligioso desempeñan un papel importante en muchos lugares donde lleváis a cabo vuestra actividad misionera. Un diálogo serio y abierto con las culturas y las religiones no dispensa de la evangelización, y jamás debería ser considerado como opuesto a la misión ad gentes. También habría que recordar que el Papa Pablo VI definió este diálogo colloquium salutis (cf. Ecclesiam suam, 58); no se trata de un simple intercambio de opiniones o puntos de vista, sino más bien de un "diálogo salvífico", al que la Iglesia aporta la verdad de la redención que Dios realizó en Jesús. Este diálogo supone en el misionero una seria preparación personal, dones maduros de discernimiento, fidelidad a los criterios indispensables de ortodoxia doctrinal, integridad moral y comunión eclesial (cf. Redemptoris missio, 52-54).

5. La Sociedad del Verbo Divino ha experimentado recientemente un crecimiento considerable, con un buen número de vocaciones en diferentes partes del mundo. Vuestras actividades misioneras se llevan a cabo en África, en Asia y en la ex Unión Soviética, y hoy los miembros de la Sociedad, de más de sesenta nacionalidades diferentes, realizan su apostolado en más de sesenta países. Vuestra Sociedad no ha tardado en afrontar el desafío de estar presentes como misioneros en las nuevas formas de cultura y comunicación que caracterizan la vida moderna (cf. ib., 37). Convencidos de que la sagrada Escritura es un don que recibimos dentro de la Iglesia y una invitación a la comunión de vida con Dios, habéis dedicado importantes energías para fomentar el apostolado bíblico a través de publicaciones y actividades educativas. La promoción de la justicia, la paz y el desarrollo social representa otra dimensión esencial de vuestra misión para compartir con todos los hombres la "inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8). En todo esto, vuestro compromiso de vivir la pobreza evangélica, el propósito primario de "dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano" (Vita consecrata, 90), unido al amor preferencial por los pobres, puede hacer que vuestro apostolado, realizado a menudo entre los olvidados y marginados de la tierra, dé abundante fruto para la salvación del mundo.

6. Oro para que vuestro capítulo general contribuya sobre todo a una profunda renovación de vuestra vida consagrada y de vuestro carisma misionero. Ojalá que seáis siempre hombres de esperanza, capaces de anunciar con fuerza la palabra de Dios, que transforma el corazón humano y el mundo mismo. Quiera Dios que muchos jóvenes sigan escuchando la llamada de Cristo a entregarse generosa y gozosamente a él como misioneros en vuestra Sociedad. Encomiendo a los sacerdotes, a los hermanos, a los escolares y a los novicios de la Sociedad del Verbo Divino, así como a vuestros colaboradores, estudiantes y bienhechores, a la intercesión de María, Madre del Redentor, y a los beatos de vuestra congregación. Como prenda de alegría y fortaleza en Jesucristo, el Verbo de Dios, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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