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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN NACIONAL DE SENEGAL
Y A OTROS GRUPOS DE PEREGRINOS
 
Sábado 2 de septiembre de 2000

 

1. Queridos hermanos y hermanas de Senegal, con gran alegría os acojo mientras participáis en la peregrinación nacional senegalesa a Roma, en este año del gran jubileo. Saludo en particular a monseñor Maixent Coly, obispo de Ziguinchor, que encabeza vuestro grupo. Le  agradeceré que transmita mi afectuoso saludo al querido cardenal Hyacinthe Thiandoum, arzobispo emérito de Dakar.

La peregrinación que realizáis es un momento privilegiado para encontrarse plenamente con Cristo, el Salvador encarnado en el seno de María hace dos mil años. En él, fuente de vida divina para la humanidad, la historia de la salvación encuentra su punto culminante y su sentido perfecto. Que vuestro itinerario jubilar os permita renovar vuestra fe en la presencia del Señor Jesús, particularmente en su presencia eucarística en nuestro mundo y en nuestra vida. En efecto, "en el signo del pan y del vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, luz de las gentes, manifiesta la continuidad de su encarnación. Permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su Cuerpo y con su Sangre" (Incarnationis mysterium, 11).

Que la Eucaristía esté siempre en el centro de vuestra vida:  amadla, adoradla y celebradla con respeto y con fe.

En este mundo, que tiene tanta necesidad de paz y fraternidad, vivid la Eucaristía testimoniando con ardor que nadie está excluido del amor de Dios. Que vuestras comunidades cristianas sean signos auténticos de comunión eclesial, de unidad y de reconciliación entre todos los hombres.

La celebración del gran jubileo es también un apremiante llamamiento a la conversión del corazón y a un compromiso renovado a fin de desarrollar una verdadera cultura de fraternidad y de solidaridad. Os invito a proseguir, en colaboración con todos vuestros compatriotas, vuestros valientes esfuerzos para que desaparezcan las fuentes de violencia, de rencor y de injusticia que obligan a un gran número de hombres y mujeres a vivir en condiciones de pobreza y marginación.

Queridos hermanos y hermanas, permitid que me dirija en particular a los jóvenes de vuestras comunidades. No os resignéis a un mundo en el que no se respeta la dignidad del hombre, donde la violencia y la injusticia le impiden desarrollarse plenamente. Esforzaos con todas vuestras energías por hacer que esta tierra sea más humana y fraterna. Encomendaos a Cristo; confiad en él como él confía en vosotros; él os guiará hacia la verdad y os dará su fuerza.

Os encomiendo a todos a la intercesión materna de la Virgen de Poponguine, a la que soléis invocar con el nombre de Nuestra Señora de la Liberación, y le pido que os guíe por el camino que lleva a su Hijo. A cada uno de vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos, imparto de todo corazón la bendición apostólica.

2. Dirijo un cordial saludo al grupo "Sociedad de música Breil-Dardin", de Suiza. Queridos músicos, habéis venido a Roma para visitar en el Año santo las tumbas de los santos Apóstoles.

Me alegra que hayáis traído vuestros instrumentos. Las puertas del corazón se abren a quien sabe interpretar música. La música es un elemento de toda fiesta. La música también forma parte del gran jubileo del año 2000. ¿Existe mejor modo de alabar la encarnación de Dios que entonar cantos e himnos? A este propósito, me viene a la memoria un pensamiento de san Agustín:  "Qui cantat, bis orat":  quien canta, reza dos veces. Lo que vale para los cantantes, también vale para los músicos:  quien ejecuta música, quien toca un instrumento, reza dos veces. Me congratulo con vosotros por este estilo de oración, y espero que toquéis con entusiasmo vuestros instrumentos también en vuestro país:  para alegrar a los hombres y para mayor gloria de Dios. Os imparto de buen grado la bendición apostólica.

 



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